Este artículo se publicó hace 3 años.
Estas eran las trabajadoras 'invisibles' e imprescindibles con las que funcionaba el Madrid de la posguerra
La periodista Victoria Gallardo reivindica en el libro 'Fuimos indómitas' los oficios desaparecidos de las mujeres que ejercieron como engranaje de la capital: lavanderas, telefonistas, verduleras, aguadoras, cigarreras, modistas o taquilleras.
Madrid-
Sin estas mujeres, Madrid colapsaría. Nadie podría llamar por teléfono, ni coger el metro para ir al trabajo, ni apaciguar la sed con un vaso de agua, ni calentarse las manos con unas castañas. Tampoco vestirse o, en el caso de tener el armario repleto, deberían hacerlo con ropa sucia y arrugada. Una ciudad enmudecida y estancada que ni siquiera podría echarse un cigarro a la boca mientras se pregunta por qué todo se ha parado.
Victoria Gallardo (Madrid, 1990) no las olvida, porque ellas fueron el engranaje de una urbe que ha ido perdiendo la memoria. De ahí Fuimos indómitas (La Librería), donde reivindica el trabajo invisible de verduleras, aguadoras, cigarreras, modistas, taquilleras o telefonistas. Son Los oficios desaparecidos de las mujeres de Madrid, como reza el subtítulo del libro, donde la autora ha descartado otras profesiones por falta de fuentes directas.
Hablan ellas y, sobre todo, sus hijas, nietas y hasta bisnietas, como Teresa Gómez, cuya bisabuela ejercía de lavandera cerca del puente de Segovia, expuesta al frío y a las crecidas del Manzanares, que a veces se llevaba la ropa que debía lavar para los señores. "Una ruina, porque si la perdían por una riada o por culpa de un ratero luego la tenían que pagar de su bolsillo", explica Gallardo.
Quizás hoy resulte difícil imaginarse Madrid Río poblado por estas mujeres de manos ajadas por el jabón, la lejía, la sosa y las aguas gélidas, apostadas en sus lavaderos mientras que con un ojo escurrían las sábanas y con el otro vigilaban a sus bebés. "Hasta que se abrió el Asilo de las Lavanderas, tenían que llevarse a sus hijos con ellas", añade la periodista, quien relata cómo aprovechaban la hora de comer para darles de mamar.
A finales del siglo XIX, en el Manzanares había unas 5.000 bancas, o sea, los cajones donde se colocaban las mujeres para lavar los trapos sucios de Madrid. "Un trabajo durísimo que provocaba alguna muerte a causa del frío, despachada con ligereza por los periódicos en una sola línea, como si fuese algo cotidiano", comenta Gallardo, cuya mirada siempre se ha fijado en las fotos que muestran las maltrechas manos de estas y otras trabajadoras.
Ejemplo de solidaridad y de lucha obrera, los cronistas de la época trazaban en cambio un perfil romántico, como el de las cigarreras de ojos negros y brillantes. "Lo que no explicaban eran las enfermedades oculares y respiratorias que padecían por culpa de la nicotina y el polvo del tabaco. Del mismo modo que la historia ha olvidado la fuerza que tuvieron, hasta el punto de que hoy muchos conservan la imagen tópica de una mujer atrevida, deslenguada y de navaja en liga", critica la autora.
"Sin embargo, la unión y la solidaridad es algo común a todas ellas, desde las taquilleras de metro hasta las telefonistas, que protestaron porque debían abandonar su trabajo cuando se casaban. Lucharon unidas porque entendieron que solas no podían, pero juntas sí, un mensaje que hila el libro y cohesiona los distintos oficios", explica Gallardo, quien subraya que "fueron doblemente invisibilizadas por ser obreras y por ser mujeres".
Y muchas de ellas, cabezas de familia: madres solteras y viudas que, después de deslomarse en sus interminables jornadas laborales, debían seguir trabajando al llegar a casa. "Mientras, los señores se vestían con aquellas ropas limpias y planchadas como si no hubiese ningún esfuerzo detrás", comenta la autora de Fuimos indómitas, al tiempo que establece un paralelismo entre las lavanderas y las kellys contemporáneas.
"Del mismo modo, hoy nadie se para a pensar en la persona que te ha hecho la cama a cambio de una miseria, como si ese trabajo se hiciera solo". Son las nuevas invisibles, a las que Gallardo homenajea en el epílogo. "Es una manera de traer los viejos oficios al presente, porque la similitud es muy clara y nada lejana. Para encontrar el sustrato de aquellas labores, no resulta necesario acudir a la hemeroteca".
Victoria Gallardo sí lo ha hecho para documentar con exhaustividad un libro honesto y bien escrito, con citas recogidas de la prensa del último siglo y medio, pero también con el testimonio de quienes ejercieron aquellos oficios precarios o de sus descendientes. "Desempeñados, claro, solo por mujeres", concluye la periodista. "Porque yo nunca he visto a un hombre haciendo camas en un hotel".
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