“Hemos querido bajar a Cervantes de la peana de mármol y los atriles de bronce y ponerlo a nuestra altura”. Así, entre pomposo y afectado, el Presidente de honor de la Asociación de Cervantistas, José Manuel Lucía, ha tenido a bien sintetizar el objetivo principal de la primera gran exposición de los actos programados con motivo del IV centenario de la muerte de nuestro escritor más universal.
Bajo el nombre Miguel de Cervantes: de la vida al mito (1616-2016), la muestra, organizada conjuntamente por la Biblioteca Nacional de España y Acción Cultural Española, “busca saldar —explica Lucía— la deuda histórica que nuestra sociedad tiene con Cervantes”. A la tercera va la vencida; “si en 1916, fecha que conmemoraba los 300 años de la muerte del autor, la Guerra Mundial hizo que se suspendieran los actos conmemorativos, la coyuntura no mejora en 1947 cuando se cumplían los cuatro siglos de su nacimiento, pues España no estaba para muchas celebraciones”.
Así es como llegamos a esta muestra que Javier Gomá, cervantófilo de referencia y asesor de la exposición para más señas, califica pródigo en epítetos: “Estamos ante una muestra seria, competente, profesional, clásica, fiable…”. Una ampulosidad que contrasta con la preocupación que hicieron pública instituciones como la RAE o el Instituto Cervantes por el secretismo con que se estaban llevando a cabo las conmemoraciones de Estado.
“Cervantes no es una figura de anticuario o una reliquia, sigue moldeando la conciencia actual”, prosigue Gomá. “En una sociedad como la nuestra en la que predominan los partidismos y las fracturas sociales, Cervantes se nos muestra como una figura cohesionadora, propicia los consensos. En definitiva, que no se trata de ser libres, sino de ser libres juntos”. Ahí es nada.
Hombre, personaje y mito
Tres Cervantes se pasean por esta muestra que cuenta con doscientas piezas relacionadas con la vida del escritor entre las que se incluyen libros, esculturas y retratos. En primer lugar el Cervantes-hombre, ese que fue malherido en Lepanto y que terminó cautivo en Argel, “donde verdaderamente se forjó el literato”, apunta Lucía. Escala inicial que reúne la casi totalidad de autógrafos que se conservan del escritor, once documentos fechados entre 1582 y 1589 vinculados en su mayor parte a su vida administrativa como comisario general de abastos y recaudador de impuestos. “Estos documentos estuvieron bajo la mano de Cervantes”, comenta emotivo Lucía. Completan esta primera escala la Partida de bautismo y el Libro de difuntos del Convento de las Trinitarias Descalzas.
“Como Homero, Cervantes no solo funda algo nuevo en la literatura, sino que en su origen está su cima”
De ahí al Cervantes-personaje, o lo que es lo mismo, la imagen que ha trascendido del escritor a partir de sus retratos, basados todos ellos en la única descripción que el escritor hace de sí mismo en las Novelas Ejemplares (1613). Es aquí donde se exponen las semblanzas del genio que desde 1738 se han ido postulando como verdaderas; desde los grabados de las ediciones londinenses de El Quijote de 1738, hasta el retrato atribuido a Juan de Jáuregui, de la Real Academia Española, pasando por el Retrato de Cervantes a partir del dibujo de William Kent.
Y por último el Cervantes-mito, el “regocijo de las musas”, ese que devino en símbolo de la lengua española y de la propia nación. “Como Homero, Cervantes no solo funda algo nuevo en la literatura, sino que en su origen está su cima”, explica el filósofo Gomá que echa mano de mitología para explicar el gran drama cervantino: “A Cervantes le ocurrió algo similar a Saturno pero al revés. Si éste devoró a sus hijos, nuestro escritor fue devorado por su vástago más ilustre, El Quijote”.
Un itinerario que comienza en tierras inglesas, el primer país en el que Cervantes, “gloria de nuestras letras”, fue reconocido como un maestro de la escritura y donde se publica su primera biografía, la escrita por Gregorio Mayans y Siscar. “Los ingleses vieron en El Quijote un modelo de sátira, un autor digno de ser imitado. Se ríen no sólo de un personaje, sino de un caballero español, del enemigo a fin de cuentas”, apunta Lucía. Y así, de la risotada burlona de un hijo de la pérfida Albión, a la eternidad del mito.
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