Este artículo se publicó hace 2 años.
David Simon vuelve a Baltimore y su policía para retratar la corrupción de un sistema podrido
HBO Max estrena este martes 'La ciudad es nuestra', miniserie firmada por el creador de 'The Wire'.
María José Arias
Madrid--Actualizado a
Han pasado casi 20 años del estreno de The Wire, 14 desde la emisión de su final. Desde entonces David Simon, su creador, no había vuelto a Baltimore, esa ciudad enferma por el crimen, la violencia y la corrupción en casi todos los estratos imaginables que dibujó con sumo cuidado y maestría 'seriéfila'. Ahora, junto a George Pelecanos, regresa a aquellas calles con La ciudad es nuestra, una miniserie de seis episodios con la Policía de nuevo como protagonista y su podredumbre como argumento. Basada en hechos reales, se estrena este martes en HBO Max.
Dirigida por Reinaldo Marcus Green, La ciudad no es nuestra no es The Wire. Tampoco una continuación de la misma. No le hace falta y asomarse a ella con esa idea resulta contraproducente. En su primer tercio visto antes del estreno funciona por sí sola y, aunque sea inevitable para quien siguió durante cinco temporadas el camino de Jimmy McNulty, Bunk Moreland y Lester Freamon, esta nueva ficción con tintes de realidad tiene buenos candidatos a convertirse en personajes a recordar. Igual que Show Me a Hero, The Deuce y La conjura contra América los tenían.
El principal protagonista es Wayne Jenkins. Un policía que, como él mismo presume, ha "nacido para esta mierda". Esta no es otra que combatir la delincuencia y, a la larga y con los años, convertirse en parte de la misma. Es algo que se enfatiza en un piloto tan bien planteado como interpretado en el que la cámara se asoma a un sistema donde la mayoría de sus protagonistas se han corrompido. Unos más que otros, pero casi todos tienen algo que ocultar de cara a una investigación interna. Jenkins, interpretado por un Jon Bernthal que desborda chulería y destila ilegalidad, es solo la punta del iceberg, la personificación de todo lo que está mal en el sistema. Y no es el único.
El personaje de Daniel Hersl (Josh Charles) ejerce como ese agente violento por naturaleza que impone su propia ley, agrede a los detenidos porque no habrá consecuencias y que, para sorpresa de Nicole Steele (Wunmi Mosaku), abogada del Departamento de Justicia que trabaja por los derechos civiles, sigue llevando placa y pistola. Enésimo síntoma de lo enfermo que está Baltimore. Ella, junto con los detectives McDougall (David Corenswet) y Kilpatrick (Larry Mitchell), son los únicos que parecen querer hacer algo por cambiar lo que está mal.
Los esfuerzos de Steele se centran en sacar adelante la aprobación de un decreto de consentimiento que acabe con los excesos del departamento de Policía en una ciudad donde lo único que importan son las cifras. Mientras baje la estadística de criminalidad y aumente la de incautación de armas, a nadie parece importarle que los métodos de la Gun Trace Task Force (GTTF) de Jenkins impliquen quedarse dinero, abusos o brutalidad policial. Ya lo dice él en su discurso inicial en una presentación del personaje redonda. Los números estaban también muy presentes en The Wire. Las conversaciones sobre estadísticas eran recurrentes en el despacho de Thomas J. Carcetti (Aidan Gillen), aquel alcalde con buenas intenciones que acabó engullido por la maquinaria del sistema.
La base de La ciudad es nuestra está en el libro de no ficción firmado por el periodista Justin Fenton. La trama central se ambienta en los años previos y posteriores a la muerte de Freddie Gray cuando se encontraba bajo custodia policial. Aquel suceso tuvo lugar en 2015 y se menciona en varias ocasiones en los dos primeros episodios. Funciona como germen de la historia que cuenta la serie, que juega con los tiempos y distintas herramientas visuales para trazar el mapa completo de un caso que se construye con flashbacks, interrogatorios, material de cámaras de seguridad y vigilancia, escenas al uso… Aunque pueda parecer un poco confusa la forma de narrar y construir La ciudad es nuestra, en realidad no lo es tanto. Solo requiere algo de atención.
Los dos puntos clave en la línea temporal son 2017 y 2015. A partir de ahí, enmarcados en la cronología por las hojas de registro de las intervenciones de Jenkins, también se van dando apuntes de cómo un agente recién incorporado acabó siendo el jefe de la GTTF y un corrupto detenido e investigado, junto a todo su equipo, por la agente federal Erika Jensen (Dagmara Domińczyk) y el policía local John Sieracki (Don Harvey). Ellos se encargan de los interrogatorios. La filosofía policial, que al protagonista le transmite un veterano al llegar al departamento y que él repetirá a otro novato después como si fuese un mantra, es que da igual lo que a uno le enseñen en la Academia, esto es Baltimore.
La serie se toma su tiempo para trazar todas las líneas de la historia que tiene entre manos, aunque quizá con un ritmo más rápido al que acostumbran algunas de las series de David Simon. No en vano, es una miniserie de solo seis episodios, no puede tomárselo todo con tanta calma como en The Deuce y The Wire. El planteamiento que hace, al jugar con los tiempos y recurrir a todos esos elementos para ayudar al espectador a no perderse (fichas policiales, grabaciones, interrogatorios…), es como si fuese la clásica pizarra de seguimiento de un caso en la que los agentes van colocando pistas, pruebas, escenarios y sospechosos y uniéndolos con hilos rojos. Esa es un poco la imagen mental. La atención a la hora de contarlo se reparte entre Wayne y los miembros de su unidad, la investigación del FBI sobre ellos y el Departamento de Justicia. Y todos son igualmente interesantes como piezas de un mismo puzzle corrupto.
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