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Conspiranoicos, supremacistas y troles: así es la radicalización online de la extrema derecha

El periodista Andrew Marantz investiga en Antisocial cómo el neofascismo se ha servido de la libertad y la falta de control en las redes sociales para difamar, difundir fake news y llamar a la revuelta contra todo lo que huela a progresía.

Q-anon
Una mujer grita, colmada de ira, durante una protesta del movimiento Qanon. Daniel Mihailescu / AFP

Algo quebró en el asalto al Capitolio de Washington, y no nos referimos a las puertas y ventanas maltrechas tras la embestida trumpista. Algo que difícilmente encontrará repuesto. Aquella utopía imprecisa que nos vendieron los niños prodigio de Silicon Valley −"conectar gente", "acercar a unos y otros", "hacer del mundo un lugar mejor", "convertir internet en una plaza pública"− ha quedado inhabilitada hasta nuevo aviso. El sueño ha acabado. Circulen.

La idea era buena en su origen. No en vano millones de personas pudieron (y pueden) revelar abusos de poder, promover objetivos justos e incluso mostrarle al mundo las facultades intelectivas de su perrete. Pero resulta que aquella tribuna que nos vendieron, promesa de democracia y verdad, llamada a dar voz a los sin voz y esperanza a los olvidados, devino (también) en altavoz de ponzoña ideológica y todo tipo de delirios conspiranoicos.

El periodista Andrew Marantz, redactor de The New Yorker para más señas, lleva desde 2016 analizando los peligros de la viralidad, el mito del progreso online y la extrema derecha estadounidense. El resultado es tremendo mamotreto que ahora publica Capitán Swing en nuestro país bajo el título Antisocial. La extrema derecha y la 'libertad de expresión' en internet. Una crónica sobre el terreno y a pie de hashtag, que viene a evidenciar hasta qué punto la tecnología ha sacudido las fronteras entre política y medios. 

"Dejaron sin vigilancia la mayoría de las puertas, confiando en que los transeúntes no trastearan con los candados", esgrime un alegórico Marantz en el prólogo de su investigación. Y vaya si entraron. Hasta el corvejón. La mayoría silenciosa dejó de estar en silencio. Los candados saltaron por los aires y, en poco más de una década, tienes a una masa enfurecida irrumpiendo en la sede de la soberanía nacional. Se nos fue de las manos.

"De repente, llegó lo impensable: personas inteligentes y bienintencionadas incapaces de distinguir la simple verdad de informaciones falsas viralizadas; una broma pesada de la cultura popular ascendiendo a la presidencia; neonazis desfilando con la cara al descubierto por distintas ciudades estadounidenses", prosigue Marantz. Las profundidades marinas del online, con todas sus criaturas al completo, algunas nunca vistas, emergían formando una variopinta comparsa, la comparsa de los olvidados.

Jacob Anthony Angeli Chansley
Jacob Anthony Angeli Chansley, en un mitin de Trump en Georgia antes de irrumpir en el Capitolio vestido de chamán. Brent Stirton / AFP

De guardianes tecnolibertarios

Había que echar abajo el viejo régimen mediático. Olía a mohíno. El nuevo código daría lugar a una nueva forma de comunicarse y de comunicar. La potestad de empaquetar la realidad y ponerle un lacito ya no estaría en manos de unos cuantos editores billetudos, nos pertenecería a todos. Los gurús del silicio se vinieron arriba. Sobre el papel era bonito, la verdad.

"El objetivo era derribar a los guardianes de múltiples industrias, entre las que se incluían la publicidad, el mundo editorial, la consultoría política y el periodismo", dice Marantz en Antisocial. Y sobra decir que, en cierto, modo lo han conseguido. O al menos cambiaron para siempre dichas industrias, dejándolas irreconocibles o firmando su sentencia de muerte. El problema es que derribaron al viejo guardián pero nadie ocupó su vacante.

Así lo explica Marantz: "Impulsados por la ingenuidad y el tecnoutopismo temerario, construyeron unos sistemas nuevos y muy poderosos plagados de vulnerabilidades imprevistas, y de cómo una camarilla heterogénea de edgelords motivados por el fanatismo, la mala fe y el nihilismo se favorecieron de esas vulnerabilidades para secuestrar la conversación estadounidense". Una veta por la que se colarían grupúsculos de conspiradores, supremacistas blancos y troles nihilistas que ahora son legión.

Y así es como la anhelada "plaza pública", el "mercado de ideas" o la "superautopista de la información" pasa a convertirse en un aparcamiento mal hormigonado frente a un descampado. Por lo que fuere, sus moradores no sólo han sabido identificar por dónde hacían aguas las viejas estructuras mediáticas, sino que han conseguido establecer infraestructuras alternativas por las que hacer correr difamaciones, fake news y soflamas a una hipotética revuelta contra todo lo que huela chusma progre.

La solución no es fácil y ya llega tarde. La suspensión de la cuenta de Twitter del expresidente estadounidense Donald Trump podría ser la coda de una melodía que empieza con un ligero redoble y va in crescendo a golpe de corneta. El baneo en la cumbre que ha sufrido el azafranado magnate dibuja los contornos de la distopía que viene. ¿Serán un puñado de oligarcas multimillonarios no electos los que determinen quién sube y quién no al atril 2.0? 

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