Este artículo se publicó hace 14 años.
Color contra el fascismo
Llega Barcelona 'La escalera de la evasión', la muestra antológica que reúne más de 170 piezas del artista y que expone a un pintor comprometido con su tiempo y su país

Que pintaba como los niños es uno de los comentarios más repetidos acerca de la obra de Joan Miró (Barcelona, 1893 - Palma de Mallorca, 1983). Sus cuadros parecen aptos para todos los públicos, y son muchas las escuelas que introducen a los más pequeños en el mundo del arte a través de las creaciones de este "lúcido solitario" así lo definió su biógrafo oficial Robert S. Lubar. Sin embargo, más allá del Joan Miró colorista palpita un artista comprometido con la libertad de expresión y con la lucha contra el fascismo. Precisamente para reivindicar la faceta del Miró más subversivo se montó La escalera de la evasión, una exposición que en la Tate Modern de Londres visitaron más de 300.000 personas, y que a partir de hoy y hasta marzo de 2012 se encontrará en la Fundació Miró de Barcelona.
A pesar de ser uno de los artistas más queridos por el gran público, hacía más de 20 años que en España no se podía ver un montaje de la envergadura de La escalera de la evasión. No en vano, para reunir las más de 170 piezas entre pinturas, esculturas y obra sobre papel que reune la muestra que también viajará a Washington, la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y la Fundación BBVA han sumado esfuerzos.
La exposición reivindica la faceta más subversiva del autor de La masia'
Ojos, pies, cielos, sexos y pájaros son algunos de los elementos que se repiten en las piezas de un artista que se sentía muy arraigado a la cultura catalana insistió en hacerse llamar Joan y utilizó el catalán en toda su correspondencia. No obstante, soñaba con alcanzar un ámbito universal y criticó el provincianismo de muchos de sus coetáneos.
"En sus primeras obras expresó su amor por Catalunya, pero también un hambre intelectual por participar en el mundo del arte internacional", argumentó uno de los comisarios de la exposición, Marko Daniel, mientras paseaba por la muestra. Satisfecho con el montaje, el comisario aclaró que "respecto a la muestra de Londres hemos hecho pocos cambios, sólo los que nos ha impuesto el edificio de Sert a la hora de distribuir las piezas".
Fiel a las raícesEl surrealismo le abrió las puertas de la libertad de expresión
La pieza que preside la sala que abre el recorrido de la exposición es La masia (1921-1922), un cuadro que perteneció al escritor Ernest Hemingway, que fue amigo del pintor. Según escribió el propio Miró, este emblemático óleo sobre tela "es el resumen de toda mi vida en el campo".
El primer ámbito de la muestra, dividida en tres ejes temáticos que siguen un orden cronológico, está dedicado a estas tempranas creaciones que reflejan la búsqueda en las propias raíces en el campo de Tarragona, y a las piezas que hizo durante su primera estancia en París. Miró esperó el fin de la Primera Guerra Mundial para viajar a la capital francesa. Allí, la liberación que le produjo el estallido del surrealismo no tardó en dar sus frutos, como demuestran piezas como Cap de pagès català (Cabeza de payés catalán, pintada entre 1924 y 1925), una especie de autoretrato en el que empezó a reducir los elementos figurativos y a incorporar fondos etéreos.
Considerado por André Breton el "más surrealista de los surrealistas" en la década de los años 20, el que fue uno de los precursores del expresionismo abstracto forjó un universo iconográfico propio. Fue entonces cuando afirmó que no distinguía entre pintura y poesía, y empezó a escribir algunos versos. Joan Miró mantuvo amistad con muchos poetas, y uno de los textos más lúcidos sobre ese Miró subversivo lo ha escrito Pere Gimferrer. Hombre de sabiduría enciclopédica, este poeta y académico de la RAE publicó Miró: colpir sense nafrar (Miró: conmover sin herir) en 1978.
Tras la Guerra Civil optó por un exilio interior y siguió explorando
"Su obra nos muestra, nos sólo que no hay fronteras entre las diversas modalidades de trabajo plástico y es así que, para él, la pintura de caballete se propone un objetivo mezquino si el artista no ensaya sobrepasar a sus límites, sino también que las artes aparentemente más distantes o divergentes pueden ser abastecidas en un único gesto", apunta Gimferrer en el ensayo.
Las obras nacidas de las tensiones que provocó la Guerra Civil en el artista ocupan la parte central de la exposición. Algunas de ellas son La serie de pinturas salvajes (1934-1934) o Naturaleza muerta del zapato viejo (1937), una de las piezas más importantes de la producción mironiana ya que marcó un antes y un después en su carrera. Sirviéndose de objetos cotidianos, Miró consiguió transmitir la desazón que le provocaba todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. De ahí que los organizadores de la muestra la consideren "el eje del compromiso del artista con su país".
Marko Daniel, con la mirada puesta en este óleo que tiene fijada su residencia habitual en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, lo detalló con vehemencia: "Miró combatía la angustia con el color, y eso se ve en esta Naturaleza muerta del zapato viejo en la que expresa sus sentimientos. Los colores de esta tela son increíbles. Cuando lo pintó no se había visto nada igual, y hubo que esperar hasta la pintura psicodélica de los años sesenta para encontrar unos colores tan ácidos y tan eléctricos".
Por encargo del Gobierno de la República, en 1937 Miró se exilió en París, donde realizó Aidez l'Espagne para ayudar a la causa republicana, y pintó el Segador (Pagès català en revolta), un gran mural de cinco metros para el Pabellón Español de la República de la Exposición Internacional, el mismo en el que se presentó el Guernica de Picasso.
En esa época, las obras de Joan Miró son más oscuras, perturbadoras, y con títulos más contundentes. Sin embargo, en 1940 empezó a realizar la serie Constelaciones, una de las más bellas que creó, y que en esta exposición lucen como si se trataran de grandes frescos en lugar de pinturas sobre papel de modestas dimensiones.
Exilio interiorAntes de que las tropas alemanas invadieran Francia, Miró tuvo que elegir entre marcharse a América o volver a España y vivir en un exilio interior. Prefirió luchar desde dentro y se instaló con su familia en Palma de Mallorca. La opción no cortó su vocación universal, y en los años cincuenta reanudó sus contactos internacionales. Por aquel entonces realizó esculturas y empezó a interesarse por las joyas, los tapices y la cerámica. Contrario a la especialización, Miró se sentía como un artesano que indagaba en las relaciones entre el objeto artístico y los que no lo son. "Toda la obra de Miró es, ante todo, la obra de un hombre libre", argumenta Gimferrer en su ensayo.
Necesitado de nuevos estímulos para combatir la represión franquista, en los años sesenta viajó a Japón. Quedó fascinado por la cultura nipona y de ella adoptó algunos tratamientos del color y la depuración extrema de la representación, características que reflejó en la serie Bleu.
El apartado que cierra la muestra presenta las pinturas que coinciden con los últimos años de la dictadura franquista, durante los que se desahogó oscureciendo las telas, incluso quemándolas levemente. De este modo expresaba el ambiente revolucionario de principios de los setenta.
Joan Miró se sintió afortunado de vivir para ver la transición democrática. Y cuando en 1979 fue nombrado doctor honoris causa por la Universitat de Barcelona no dudó en centrar su discurso en la responsabilidad cívica del artista. "Entiendo que un artista es alguien que, entre el silencio de los otros, utiliza su voz para decir alguna cosa, y que tiene la obligación que esta cosa no sea algo inútil, sino algo que preste servicio a los hombres", dijo un artista que no creía en las torres de marfil pero sí en la libertad como una necesidad colectiva.
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