Este artículo se publicó hace 13 años.
Cioran. Pesimismo contra la depresión
Se cumplen 100 años del nacimiento del escritor y pensador rumano
La cosa empieza fuerte. "La gente me produce asco, tengo asco hasta de mí mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos". Esta carta de amor al género humano salió de la boca del filósofo, pensador y escritor rumano Emil Mihai Cioran (Rasinari, 1911París, 1995), del que el 8 de abril celebraremos alborozados el centenario de su nacimiento.
Criado en un pueblo olvidado de las profundidades de Transilvania, Cioran no vivió lo suficiente allí como para convertirse en un vampiro, aunque su visión de la existencia es más oscura que la capa del Conde Drácula. Hijo de un sacerdote ortodoxo, Cioran estudió en la Universidad de Bucarest, donde, en 1928 conoció a dos figuras claves de la cultura centroeuropea del siglo XX: Mircea Eliade y Eugène Ionesco.
"Su principal virtud fue convertir la tragedia en un festín de humor negro"
En 1937 se trasladó a París para estudiar en el Instituto Francés. Escribiría en la lengua de Voltaire hasta el resto de sus días. ¿Sus temas predilectos? La alienación, el tedio existencial, el absurdo de la existencia humana, el sopor, la inutilidad de cualquier empresa, el cáncer de la razón, la agonía de vivir... En dos palabras: la juerga.
Sí, la juerga. Porque, contra la creencia de que Cioran es el escritor ideal para leer antes de arrojarte por el Viaducto de Segovia, se rebelan pensadores como Héctor Subirats, autor del ensayo El escepticismo feliz (Mondadori, 1989). "La gente lo tiene por un pensador metafísico y pesimista. Que si está influido por el alma rusa y el alma judía. Que si esto y que si lo otro. Para mí Cioran es un revulsivo contra la depresión. Es un humorista profundo. Convierte la tragedia en un festín de humor negro. Se ríe de Dios y de todo el mundo", afirma Subirats, que visitó al escritor rumano en su casa de París el 5 de octubre de 1981. Subirats será uno de los ponentes del homenaje a Cioran organizado por el Círculo de Lectores y el Instituto Cultural Rumano, que albergará el evento los próximos 29 y 30 de marzo.
El humor teñido de amargura de Cioran se basa en el choque de contrarios, en una reflexión filosófica que pone en cuarentena todos los dogmas y verdades que alimentaron el siglo XX. Cioran fue un posmoderno prematuro. Un escéptico que apostó por la información fragmentada ante la imposibilidad de construir un relato.
"Plasmó su decepción ante el espectáculo del mundo"
Un célebre escéptico"El principal legado de Cioran es su estilo. Transformó su visión pesimista de la existencia humana en aforismos entrecortados. En esos breves textos plasmó su decepción ante el espectáculo del mundo, de la Historia y del comportamiento humano. Es uno de nuestros escépticos más célebres. El hermano molesto", cuenta José Ignacio Nájera, autor de El universo malogrado. Carta a Cioran (Tres Fronteras, 2008), que también participará en el homenaje al pensador rumano.
Nadie podrá acusar a Cioran de no haberse aplicado su propio cuento. Sólo encontraba sentido a la existencia escribiendo sus diatribas. Salvo que, ¡ay!, odiaba escribir con todas sus fuerzas. Como fiel creyente de la religión de la inutilidad de cualquier acto, Cioran se ponía de los nervios cada vez que se enfrentaba a la página en blanco. Y no digamos ya si de lo que se trataba era de publicar.
De la mañana a la noche, el sopor era su estado natural. ¿La solución a su crisis creativa permanente? Escribir aforismos fugaces, relatos fragmentados, símbolos de una realidad quebrada donde las verdades absolutas habían pasado a mejor vida y las certezas iban camino del desolladero. O la única forma de escritura posible para un hombre perezoso y absolutamente convencido de que toda acción humana conduce al callejón sin salida del sinsentido.
"Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo", escribió una vez un enfervorecido Cioran. Justo antes de, suponemos, arrojar su máquina de escribir al fuego del infierno... y desplomarse abatido en el sofá.
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