Borja Cobeaga dedica 'Los aitas' a una generación de padres incapaces
El cineasta rueda su primera película coral, un viaje en autobús en 1989 de Bilbao a Berlín, con la que examina el cambio del modelo de paternidad en España. Comedia tierna y emotiva, con una importante carga social, protagonizada por Quim Gutiérrez, Juan Diego Botto, Iñaki Ardanaz y Mikel Losada.

Madrid-
"Padres ochenteros, implicación cero". Es uno de los lemas de Los aitas, la nueva película de Borja Cobeaga, una historia de la evolución en el modelo de paternidad, del cambio social, económico y político en España, contada desde la sátira y la comedia, pero con ternura y emoción. Cine familiar, coral y con una muy interesante carga social, desde el que el cineasta se pregunta si de verdad hemos cambiado tanto.
1989, periferia de Bilbao. Unas madres preparan el viaje a Berlín que van a hacer acompañando a sus hijas a un campeonato de gimnasia. Celebrando, pimplan mucho vino peleón y amanecen con una resaca infernal que las impide subirse al autobús, así que tienen que ser los padres los que cuiden de las niñas. En paro, machistas de libro que en su vida han cuidado de sus hijas, estos tipos están completamente perdidos en esta aventura.

Quim Gutiérrez, Juan Diego Botto, Iñaki Ardanaz y Mikel Losada son los protagonistas, unos padres zánganos y torpes. Con ellos, en el autobús viajan, además de las niñas, el padre Arrupe (Ramón Barea), un cura que les pegaba en el colegio cuando eran pequeños y que ahora es el conductor, y la entrenadora de gimnasia, interpretada por Laura Weissmahr.
La película está ambientada en 1989, cuando usted tenía la edad de las niñas de la película. Ahora tiene la edad de sus padres…
Sí. Fue un encargo que me hizo la productora Valérie Delpierre y que luego decidí hacer mío. La idea era la de unos padres que acompañan a sus hijas a un campeonato de gimnasia, entonces pensé en llevarlo al terreno personal y contextualizar un poco el modelo de paternidad, en el que tiene cabida la mía. En 1989 yo tenía 12 años, que es la edad que tienen más o menos estas niñas, y pensé que podía hacer esta película que trata de la paternidad, la responsabilidad, de estar presente y cosas así… Por rodar la película me perdí la actuación de mi hijo en el festival de colegio… Así que, la identificación es total. Y también, por ejemplo, los padres que aparecen en la película. Pues claro yo tengo mi referencia, está mi padre, por un lado, los padres de otros amigos…. O sea, que dentro de la historia hay recuerdos de amigos y de vecinos y recuerdos propios de cómo era esa infancia en ese momento. Me acuerdo incluso de un viaje en autobús para ir a la Expo 92, de San Sebastián a Sevilla, imagínate.
¿De aquellos recuerdos es también la elección de situar a los personajes en la periferia de Bilbao en esos tiempos que fueron tan duros para muchos trabajadores?
Sí, también me llevé la historia a mi terreno al situarlo en Euskadi a finales de los 80. En aquella época conocí el cambio industrial de Bilbao.
Y ¿de paso contar una historia de gente de clase obrera?
Pues vino todo un poco de esa idea de cambio. Tenía problemas a la hora de situar la historia en la actualidad, porque ya hay un montón de películas de padres haciendo cosas que se supone que no deben hacer. Situarla en los 80 me sirvió para hablar de ese cambio de modelo de paternidad y del cambio que hay en la sociedad, del cambio industrial, de hombres que se quedan en el paro después de haber trabajado toda la vida en Altos Hornos y así tres generaciones o cuatro, personas que han trabajado ahí y pensaban que nunca se iban a quedar en el paro. Eso también ayudaba a la parte de Berlín, la caída del Muro, de repente se empezaba a pensar en el cambio político, el cambio económico, el cambio social…
Estamos en 2025, han pasado 30 años, ¿ha cambiado mucho lo de la paternidad?
No. A las puertas de los colegios o en los chats de padres de familia todavía hay muchas cosas que te hacen pensar en todo esto, en la implicación real de madres y de padres… Lo que veo es que falta mucho, que hay bastante por avanzar.
1989, caída del Muro de Berlín, refleja también el cambio europeo, ¿los españoles estábamos muy lejos aún?
Pues, los padres ven ahí que ese cambio se está haciendo realidad y que ellos están un poco perdidos. Ellos no cambian, sino que se dan cuenta de que tienen que cambiar. Tampoco quería un final feliz donde los padres se convierten en los padres del año y son maravillosos. Quería una toma de conciencia, darse cuenta de que quizás serán sus mujeres las que tengan que trabajar y sostener a la familia y que ellos tienen que implicarse más con sus hijas, saberse el nombre de la tutora o del tutor, esas cosas. No es un cambio radical, no tienes una epifanía de repente, sino que siguen siendo un poco zánganos todavía, pero por lo menos empiezan a darse cuenta.
Zánganos, un poquito patanes y bastante inútiles, pero al final los quieres ¿era la idea?
Sí, sí. Yo no soporto algunas comedias que machacan demasiado al protagonista. Siempre tiene que haber equilibrio entre la ternura y la crueldad. Me gusta la mezcla, son patéticos, pero llegas a entenderlos. Y en este caso particular, con el tema de los padres, yo me identifico mucho. Mi padre tuvo un problema laboral a esa edad, cuando tenía 40 y tantos, y se quedó bastante paralizado. Yo identifique mucho esa parálisis de no saber por dónde tirar, qué hacer. Me acuerdo de que cuando yo era adolescente, internamente le reprochaba y pensaba que no era capaz de hacer nada. Con el tiempo me he dado cuenta de lo que sentía mi padre, el no saber por dónde tirar porque no estás educado para eso, porque estaba educado para trabajar y para seguir una línea muy concreta. Y de repente, cuando esa línea, que era inesperadísimo que se rompiera, se rompió, pues no supo reaccionar. Esa experiencia vital mía la he plasmado en la película, con una visión quizás un poco sarcástica, pero también con mucha ternura y mucha comprensión.
Cae bien hasta el cura, ¡que pegaba a los niños en el colegio!
Sí. Es una cosa que, con Valentina Viso, la guionista, hablaba mucho, qué hacer con el padre Arrupe, porque yo vengo de colegio de curas y ella, no, y teníamos visones un poco enfrentadas. En mi caso, esas cosas, aunque las hayas sufrido, como que las disculpas y te las tomas de una manera distinta, pero ella me decía que no, estamos hablando de un tipo que daba de hostias a los niños, así que creo que con ese personaje todo lo que acontece sí que queda un poco ambiguo, con una visión quizás más como la que tenía yo, de quitarle importancia, de disculpa hacia comportamientos horribles. Todo eso me ha removido porque tenía que ver con mi pasado. Tengo amigos que han ido a colegios de curas donde ha habido castigos corporales y cosas bastante peores que esa, pero en mi colegio, por lo menos yo no lo viví. Es verdad que tengo una visión quizás demasiado bonita del asunto y está muy bien que estuviera Valentina para compensar.
Y a pesar de todo, no hemos salido tan mal, ¿cuánto ha pensado eso?
Mucho y es una reflexión que hago como padre también. Seguro que muchas de las cosas que transmites a tu hijo vienen de situaciones pasadas, de la educación religiosa, de un montón de cosas que te han metido en la cabeza, el sentimiento de culpa… y entonces pienso que no me salió tan mal. Es una reflexión que me parecía muy importante en la película.
También hay un reflejo del machismo de la época…
Bueno, eso, me temo, que desgraciadamente no ha cambiado mucho con los padres. Sigue existiendo mucho. Y a mí me apetecía mucho contar eso y contextualizar, cómo eran los padres y cómo siguen siendo, desafortunadamente, en algunos aspectos.
No hemos hablado de las madres.
Eso también está muy cuidado, inspirado en las madres que conozco, madres más o menos recientes que tienen un momento en que estallan.
¿Cómo ha sido la experiencia de rodar en un autobús con tantos actores y actrices?
Pues es la primera película coral que hacía, nunca había hecho una cosa así, con tanta gente en el mismo sitio. Eran 12 actores todo el tiempo. Ha sido cansado, pero muy satisfactorio. Al final tienes que dar atención a todos, sobre todo si trabajas con niños. Y además era mi primera vez con niños y es agotador, también muy divertido porque nos hemos llevado muy bien. Las niñas y el niño han sido encantadores, nada de niños pedorros, y sus familias eran estupendas, nada de madres de la Pantoja.
En esta película ha dejado un poco de lado la comedia loca sin renunciar al humor.
Sí, la película tiene un punto muy sentimental, lo importante era lo emocional, me parece que es la manera más honesta de contar todo eso del cambio que te decía. También es verdad que justo venía de hacer Su Majestad, una serie de comedia muy alocada. Son tipos de comedia muy diferentes. Una es una sátira bastante loca, una comedia mucho más despendolada, y ésta es una cosa más contenida y más personal.
¿Esta es una película para toda la familia? ¿Las niñas y niños que vayan a verla lo van a pasar bien?
Sí. Yo soy un espectador muy de cine para niños, porque me toca, me he convertido en un experto, y creo que sí. Habrá que explicarles, a lo mejor, lo del Muro de Berlín, la reconversión industrial y todo eso, pero creo que a los 12 años van a empezar a entenderlo y a saber de lo que se habla en la película. No hay nada que no puedan ver los niños, porque no hay nada de violencia. Es verdad que tiene un tono triste, pero creo que eso también es importante para niños más maduros. Será más fácil para las niñas, que maduran antes, a lo mejor una niña de nueve la entiende.
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