madrid
Actualizado:Esta historia tiene dos posibles comienzos. Uno tiene lugar en la época de entreguerras, en un pueblito al noreste de Francia, en pleno estrecho de Calais. Y otro hace apenas unos meses, en noviembre de 2019, cuando el fotógrafo e investigador Paco Gómez encontró en El Rastro de Madrid unas cajas de cartón que contenían una veintena de placas fotográficas a la espera de ser positivadas.
Paco miró al trasluz aquellas láminas de cristal y lo que vio le interesó. "Tenían algo especial; el que tomó aquellas imágenes sabía distanciarse de los retratados y los situaba en el entorno, sus encuadres no eran los de un mero aficionado", explica Gómez. Viendo el potencial de lo que tenía entre manos decidió volver a El Rastro y ampliar su colección. Se hizo finalmente con 200 negativos que empezó a desmenuzar en casa. Encontró entre las fotos, en el interior de las cajas, un par de pistas más; un sobre vacío destinado a una tal madame Wattebled sellado en el pueblo de Le Portel, y un puñado de pasquines electorales de Mondicourt, localidad a unos cien kilómetros al interior.
Un buen puñado de negativos, dos pueblos y un apellido. Ahí es cuando Paco, cuyo trabajo lleva años merodeando la siempre sugerente confluencia entre fotografía, literatura y arqueología, decide tirar del hilo. El resultado ve ahora la luz bajo el título Wattebled o el rastro de las cosas, un libro que se ha hecho realidad a través de un crowdfunding y que deambula sin complejos entre el reportaje periodístico, el dietario y el fotolibro.
"Hay algo que siempre me ha interesado mucho, que es volver a los lugares donde se han disparado las fotos, para mí es como completar una colección, como un juego en el que el azar te va guiando", comenta el autor. Y el azar, en esta ocasión, le indicaba que debía viajar a Francia. Antes, todavía en Madrid, Paco puso en marcha una frenética búsqueda vía Google Maps de todas y cada una de las localizaciones que aparecían en aquellas misteriosas fotos de época.
"A veces me guiaba por el paisaje, por una escultura junto a un lago, por el nombre de un barco que aparecía al fondo de la imagen...". Así fue como averiguó que el autor de las fotografías era un maestro de escuela llamado Joseph Wattebled, que ejerció en los pueblos de Le Portel y Mondicourt, y que en este último desempeñó funciones de secretario de su ayuntamiento. El rompecabezas ya tenía un rostro y una pequeña biografía.
Paco fue revelando una vida normal. Aparentemente ajena a las turbulencias belicistas que sacudían Europa. Una historia hilvanada a través de lo cotidiano, con sus escapadas al campo o a la playa, sus natalicios y sus comilonas. En 1920 se casó con Edmée Picot y tuvieron dos hijas, Françoise y Annie. La mirada de Joseph parece firme y confiada, posee un cabello un tanto arrebolado que le confiere un punto excéntrico, algo que equilibra con el severo mostacho que se gasta. "Fue un hombre bueno, le interesó la agricultura y la fotografía, tenía un aire a Charlot", apunta el autor.
A tientas, echando mano de testimonios de lugareños y descendientes, Paco fue visitando y fotografiando las localizaciones donde un siglo atrás los Wattebled posaron ufanos. Una cartografía del recuerdo que sobrevivió a la guerra y quedó interrumpida de forma brusca en 1941. Una tragedia familiar cerró para siempre el álbum de los Wattebled. Joseph, que moriría más de treinta años después, no volvería a empuñar aquella cámara. Paco intuye el motivo: "La fotografía representaba para él un vehículo con el que registrar la felicidad, supongo que no encontraría motivos...".
Decía Perec en Especies de espacios que "escribir es tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas del vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos". Wattebled o el rastro de las cosas arranca unas pocas "migajas" a ese vacío que es el paso del tiempo. Lo hace, además, a través de la mirada de dos fotógrafos, uno a la caza del otro, alumbrando unas vidas que quedaron detenidas, más de un siglo, en el interior de una docena de cajas de cartón.
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