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Carla Berrocal: "Que una canción marica sea la favorita de Franco es el mejor gol que le metimos a un fascista en la historia"

La ilustradora madrileña subvierte el género —y el wéstern— en el cómic 'La tierra yerma'.

Carla Berrocal, autora del cómic 'La tierra yerma'.
Carla Berrocal, autora del cómic 'La tierra yerma'. Reservoir Books

Carla Berrocal (Madrid, 1983) subvierte en el cómic La tierra yerma (Reservoir Books) el género en un doble sentido, incluido el wéstern, en este caso poblado de mujeres recias que desafían a la muerte y retan al amor, encarnado por Leonor de Salvatierra e Isabel de Isla Perdida, capuletas y montescas o flamencas y tarantas —charras, charras— que se disputan la sequedad de las tierras salmantinas.

'La tierra yerma' se ambienta en Salamanca, pero podría transcurrir en cualquier otro sitio.

La idea era ambientarlo en el paisaje charro, porque el espíritu del wéstern es perfectamente trasladable a ese espacio, tan universal como el desierto patagónico o la estepa mongola.

Un wéstern crepuscular o un neowéstern oscuro.

En principio era un homenaje al wéstern clásico, menos oscuro y más de aventura, pero terminé tirando hacia la fantasía y hacia…

… el realismo mágico.

Sí, hacia un rollo más mágico. Atravesaba un momento vital bastante jodido y, de alguna manera, todo ese dolor, esa pena, ese duelo, esa pérdida, esa muerte y ese amor afloraron. Al final, nuestro trabajo es como una terapia y esa oscuridad fue más una necesidad vital que argumental.

En general, ¿se ha sentido tentada por la autoficción?

Sí, pese a que soy bastante reacia al género, porque a las mujeres se nos está encasquetando demasiado en la etiqueta de la autoficción. Ursula K. Le Guin sostiene que la ficción, aunque se base en experiencias personales, tiene que dirigirse hacia otros territorios. Me gusta habitar la fantasía, porque permite decir lo mismo, pero desde un punto de vista mucho más diferente y ¿agradable?

Subvierte el género haciendo género.

Fue una decisión consciente. El wéstern es un territorio muy salvaje, masculino y colonizador. Por eso me parecía interesante subvertir y resignificar uno de los géneros que peor ha tratado a la mujer y que más simboliza la violencia y el reinado del hombre.

¿Todo está hablado? Es decir, ¿todo está en la cultura oral?

El poder del relato surgió prácticamente al final de la creación del cómic. Sin embargo, esa oralidad se está perdiendo. Un relato que, además de ser la base de la experiencia humana porque nos pone en contacto con otras otras realidades, conectaba a diversas generaciones. Paradójicamente, este mundo apuesta por la comunicación y, al mismo tiempo, estamos más desconectados que nunca, porque somos una sociedad tremendamente individualista y solitaria.

En cambio, el relato está en boga, como podrían reflejar los pódcast o los hilos de Twitter.

Sin embargo, ese tipo de relatos no tienen la posibilidad de respuesta activa o de interacción. O sea, no hay conexión humana, porque eres un sujeto pasivo. Tenemos una necesidad muy primitiva de sentirnos conectados, pero cada vez más lo hacemos en una sola dirección, lo que es un error.

¿Le sorprende que algunos hilos de Twitter, simples y superficiales, tengan tanto éxito cuando reproducen hechos —incluso históricos— manidos y trillados?

El crítico cinematográfico Diego Salgado me comentaba que, en un momento con millones de posibilidades expresivas y narrativas, la gente sube las mismas fotos a Instagram. Hay una tendencia hacia la homogeneidad, pero no solo en el terreno cultural. Piensa en las ciudades: es igual estar en Madrid que en París o en Roma, porque los negocios y algunos espacios son idénticos.

¿Y el territorio salmantino que retrata en el cómic y otros similares terminarán convirtiéndose en un paisaje, escenario o set fotográfico?

Algunos pueblos están muy turistificados, pero otros, afortunadamente, no. Lo que pasa es que todos vamos a los mismos sitios.

¿Cree que desde Madrid se idealiza o estereotipa el rural?

Hay un relato mitificado de la España negra muy poco favorecedor para el entorno rural, pero si a esa ficción le das la vuelta puedes construir algo interesante. Por otra parte, hay que favorecer que ese relato se cuente desde los propios lugares, no solo desde Madrid.

Usted trabaja en el distrito de Tetuán: ¿es el último barrio central por gentrificar?

De hecho, ya está sufriendo ese proceso. Empieza a haber bares cuquis, un síntoma que da pie a un montón de cosas bastante chungas. Los artistas somos el primer agente gentrificador, porque buscamos las zonas más asequibles. Debemos entonar el mea culpa.

Portada del cómic 'La tierra yerma', de Carla Berrocal.
Portada del cómic 'La tierra yerma', de Carla Berrocal. Reservoir Books

Un cómic implica mucho tiempo y constancia. ¿Compensa más allá de lo económico?

Económicamente no compensa. Tenemos muy mitificada la cultura. Sin embargo, yo creo que la cultura es una fuente de personas que gozamos del privilegio. ¿Quién se puede permitir dedicarle tres años a producir una obra sin recibir el dinero suficiente?

Yo dibujé La tierra yerma gracias a una subvención del Ministerio de Cultura, pero es verdad que quienes podemos dedicarnos a la ilustración, a las artes o a la cultura en general —como nuestra única fuente de ingresos— estamos en una situación de privilegio.

¿Dónde están las personas migrantes o gitanas en la cultura? Somos blancos y muchos son heteros, hombres, cis... Aunque luego tengas que buscar ayudas para sacar adelante este tipo de proyectos, porque sin la subvención yo habría tardado tres o cuatro años en terminar La tierra yerma.

Y sacó adelante 'Doña Concha: la rosa y la espina' gracias a una beca de la Academia de España en Roma. ¿Usted entiende que el mecenazgo es necesario, porque sin él no existirían algunas manifestaciones culturales?

Claro. Javier Milei se ha cargado el Ministerio de Cultura porque piensa que los artistas estamos ahí para chupar del bote. La cultura no tiene por qué generar un beneficio económico, aunque también es cierto que hay una oferta excesiva —entre la que se cuela mucha morralla— que resulta contraproducente. Por ejemplo, el sistema editorial es inviable, porque se publica demasiado.

Tiene que haber ayudas y apoyos, pero no todo es subvencionable. Hay que tener cuidado con las subvenciones, porque muchas veces se unifica el relato. ¿Qué tipo de cine u obra debe ser apoyado? El equilibrio es muy delicado. Por ejemplo, resulta muy complicado que te den una subvención si haces un cómic comercial. De hecho, quizás no me hubieran dado la subvención si La tierra yerma tuviera un estilo de superhéroes.

Probablemente hay un tipo de relato que institucionalmente le conviene al Ministerio de Cultura, aunque tampoco quiero caer en… Digamos que las historias de la guerra civil son necesarias, pero no todas las películas deben ser sobre la guerra civil.

Vayamos al resultado de todo aquello… Decía Martirio: "Yo le quité a la copla el sambenito de BSO del franquismo".

Siempre se ha contrapuesto a Concha Piquer, como la cantante afín al régimen, con Miguel de Molina, como el artista forzado a huir. Sin embargo, yo salí en defensa de Concha Piquer porque representa a una generación de españoles que se tuvo que quedar en España y rehacerse a pesar de Franco.

Hemos mitificado mucho la figura del exiliado, porque cuando te puedes exiliar estás en una posición más privilegiada que si te tienes que quedar porque no tienes otra alternativa. España es un país muy desmemoriado y tendemos a olvidar que nuestras familias tuvieron que quedarse y seguir adelante, pese a la dictadura. Hay que poner en valor a quienes hicieron cultura en unas circunstancias de mierda y, aun así, metieron muchos goles.

Que una canción marica sea la favorita de Franco es el mejor gol que le metimos a un fascista en la historia. Porque Tatuaje ["Él vino en un barco de nombre extranjero", canturrea Carla Berrocal] habla de un amor entre homosexuales: ¡un golazo! [risas]

Ya en 1900, Natalie Clifford Barney, a la que dedicó 'Epigrafías', se dirigía explícitamente a su amada en sus poemas para así alejar a los moscones.

Fue mi primer libro bollo, bollo [risas]. Natalie Clifford lo hizo desde el punto de vista de una persona privilegiada que tenía el ojete forrado en oro —es decir, una cantidad de dinero inmensa— y que podía hacer lo que le daba la gana. De hecho, heredó una gran fortuna, se fue a París y metió en su casa a toda la intelectualidad.

Partía de una situación de privilegio, aunque es verdad que, históricamente, este tipo de figuras podían, gracias a su poder económico, vivir su vida libremente sin ningún tipo de preocupación.

Al final, las historias que nos quedan siempre son las historias desde el privilegio: ¿dónde están las lesbianas pobres o todas aquellas que, incluso siendo más valientes que las que poseían dinero, se enfrentaron a la sociedad? En todo caso, es necesario recuperarlas a todas.

Viñetas del cómic 'La tierra yerma', de Carla Berrocal.
Viñetas del cómic 'La tierra yerma', de Carla Berrocal. Reservoir Books

Históricamente, siempre ha habido mecenas y muchos autores reconocidos, fuesen hombres o mujeres, han partido con ventaja. ¿Deberían fustigarse por ello las clases medias o privilegiadas?

Quizás nos culpabilizamos demasiado. Está bien que lo señalemos, pero no que nos castiguemos. Forma parte de las contradicciones humanas, como cuando nos exigimos ser excesivamente puros en nuestras convicciones: es imposible. Yo soy una feminista convencida, aunque me encantan las pelis de Arnold Schwarzenegger o, por mucho que deteste a Picasso, me gustan algunas de sus obras.

Sin embargo, hay que ser consciente de que Picasso fue un hijo de puta con las mujeres o de que Natalie Clifford era una persona de clase alta. No obstante, eso no significa que no me pueda gustar, disfrutar o ponerla en valor. La izquierda peca a la hora de exigir la pureza ideológica, cuando a la derecha se la suda todo. En ese sentido deberíamos ser menos menos críticos y señaladores. Está bien saberlo, pero no castigarlo.

No era monógama.

Natalie Clifford era una puta genia. De mayor me gustaría ser ella. O sea, rodearme de mujeres guapísimas y tener líos con todas. Hablemos claramente: en realidad, la monogamia es una mierda, o sea, una construcción que nos han impuesto. Joder, aunque suene muy Bertín Osborne, ¿a quién no le gusta tener una red de amantes? [risas] Al final, es una forma de romper el sistema. ¿Por qué tengo que estar solo con una? ¿Porque lo diga la gente? Pues no me da la gana.

¿Por qué sabemos quién era la pareja de Antonio Machado pero no la de Gloria Fuertes?

Porque no entendemos que las mujeres somos sujetos activos con una sexualidad igual que la de los hombres. Parece que ellos necesitan a la musa o a la persona que los sostenga. En general, las mujeres están relatadas más como sujetos inspiracionales, casi seres mágicos, que como parejas.

Por otra parte, ¿dónde están las mujeres lesbianas en los libros? Ni están, ni se las estudia, ni se las sexualiza. A Gabriela Mistral le sucedió algo parecido que a Gloria Fuertes: se aprovechó que parte de su obra estaba dedicada a la infancia para asexualizar al personaje, darle un carácter más maternal y olvidar la parte sexual, cuando era lesbiana o bisexual.

Y, al fin, Leonor e Isabel "hablaron el lenguaje del cuerpo".

Cuando follas con una persona, te comunicas sin necesidad de hablar, a través del tacto y de una forma más animal. Era una forma bonita de decirlo. La verdad es que se me bajó un poco la Virgen, porque me parece muy difícil dar las palabras adecuadas.

Leonor, la protagonista de 'La tierra yerma', es una mujer dura. ¿Cree que las personas así se protegen con un escudo para ocultar su sensibilidad?

Sí. En su caso, juego mucho con su masculinidad, porque creo que no es patrimonio del hombre. Las bolleras somos muy conscientes de los cambios de rol y los tenemos más integrados. A Leonor le cuesta expresarse emocionalmente, pero de repente, cuando se abre, es tremendamente sensible. Leonor es muy yo.

Ese rol recio también lo desempeña Isidora, la madre de Isabel.

Sí, hasta el punto de que su personaje está inspirado en Clint Eastwood [risas].

En 'La tierra yerma' no hay un hombre bueno.

Así ya sabéis cómo nos sentimos las mujeres después de toda la historia de la humanidad en la ficción: o no aparecemos o somos malísimas. ¡Pues os jodéis, así os lo digo! [risas]

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