Este artículo se publicó hace 3 años.
El brote de cólera que sacudió los arrabales de la capital en el XIX, preludio de las miserias políticas del Madrid actual
La editorial La Felguera publica 'Cólera. Viaje de exploración por los arrabales de Madrid (1885)', una crónica a pie de calle del periodista Julio Vargas que vaticina el abandono de los barrios más humildes por parte de una inoperante clase política.
Madrid--Actualizado a
Nadie había que quisiera husmear por allí. Nadie que se atreviera a contar aquellos arrabales inmundos, hechos de ponzoña y penuria. Nadie que le tomara el pulso a aquellos bajos fondos, preludio castizo de las villas miseria o la favelas. Se les llamaba barrios extremos o tenebrosos. Sus moradores, con suerte, recibían el apelativo de "clase menesterosa", cuando no eran tildados de miasmáticos, holgazanes o viciosos.
Corría el año 1885 y Madrid sufría los embates de una epidemia de cólera cuyos ecos, como veremos, reverberan en la actualidad. Barrios que ni tan siquiera eran barrios, sino un amasijo de casas, miserias y horrores innombrables, veían diezmar su población a causa de una enfermedad desconocida que la plebe del momento, presta al tremendismo, corrió a bautizar con nombres diversos: "mal del Ganges, exterminador del Ganges, terrible azote, mortal azote, espantoso huésped, cruel visita, gran muerte negra".
Tuvo que ser un plumilla de medio pelo el que se arremangara las perneras e inspeccionara aquellas tierras ignotas. Lo hizo a décadas de distancia de otros ilustres fisgones urbanos como Galdós o Baroja, a casi un siglo del llamado nuevo periodismo, y lo que es más importante, lo hizo con arrojo y empatía, crítico con los poderosos, con aquellos que responsabilizaban a los míseros de su miseria.
El gacetillero que nos ocupa se llamaba Julio Vargas, a sueldo por aquel entonces de El Liberal, en cuyas páginas fue pergeñando a cachos la crónica de marras. El interés despertado fue tal que a finales de ese año el texto de Vargas se podía encontrar en las librerías de la Villa, un viaje que ahora rescata la editorial La Felguera bajo el título Cólera. Viaje de exploración por los arrabales de Madrid (1885).
"Es un periodista que se mete de lleno en lo que cuenta, describe sin ambages lo que ve, es crudo y, en ocasiones, brutalmente honesto", detalla en el prólogo el escritor Servando Rocha. Un viaje que no por casualidad se apellidó "de exploración", no en vano la tentativa de Vargas tenía algo de sondeo, un adentrarse en lo desconocido provisto de un puñado de cuartillas y una pluma. En los confines de la ciudad, en ese límite difuso donde habita la marginalidad, ahí fue a parar el bueno de Vargas.
Lo imaginamos con el pecho encogido, pateando arrabales inmundos sin planes de saneamiento ni atención social, con arroyos convertidos en pútridos riachuelos y pozos negros esparciendo fetidez. Barriadas destartaladas por las que discurría la ponzoña a sus anchas, sin atisbo de freno, por la calle Toledo, Embajadores o Lavapiés descendían hacia el abismo. Un abismo hecho de poblados chabolistas como los de las Cambroneras o las Injurias, situados a ambos lados de la actual Glorieta del Marqués de Vadillo.
Por ahí se pudo ver a Vargas. Por ahí anduvo antes del ladrillazo y de los pisos turísticos, antes de los alquileres abusivos y la gentrificación, antes incluso de las casas de apuestas. Por ahí maldijo la inoperancia de los gobernantes, una "cólera municipal" mucho más mortal que la que acabó con la vida de cuatro mil madrileños, una "cólera municipal" que condenaba a decenas de miles a una muerte lenta chapoteando en la pobreza.
"Allí, como en todas partes, hay de todo; pero en la baja extracción domina generalmente una población trabajadora y honrada, digna de una mirada compasiva por parte de los que rebasan su nivel y acreedora a que autoridades solícitas les tiendan de vez en cuando una mano protectora", denunciaba el periodista entre casuchas y cobertizos junto al Manzanares.
La dura vida de las lavanderas, la falta de infraestructuras en La Prosperidad −"sin Casa de Socorro, ni médico, ni botica"−, el aislamiento de La Guindalera, las condiciones de hacinamiento en el interior de las casas −"nueve seres humanos en menos espacio, quizás, que el que concede la tierra a nueve ataúdes"−, nada le es ajeno a Vargas, su mirada es implacable con los de arriba, con aquellos que pudiendo acotar la pobreza, miran hacia otro lado.
"En aquella ocasión, como en la actualidad, se optó por la segregación y estigmatización de los barrios pobres antes de optar por el aislamiento comercial o el cierre de fronteras [...] Los barrios bajos soportaron lo peor de una epidemia, de una enfermedad devastadora, que entonces fue el cólera y hoy es el coronavirus", denuncia Rocha. Sirva este viaje de exploración para evidenciar hasta qué punto llevamos la ciudad y sus límites marcados en la piel, un historial de afrentas y humillaciones escritas a pie de calle.
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