A CORUÑA
Actualizado:Fue la primera mujer investigadora que se embarcó en un buque oceanográfico y suele recordársela por esa anécdota. Aunque si hubiera sido un hombre, probablemente se la habría reconocido mucho antes por ser una de las mayores especialistas del mundo en su campo y en su tiempo. Descubrió una veintena de nuevas especies marinas, reveló cómo la presencia de distintas formas de zooplacton en el agua podía servir de excelente indicador del estado de salud de los mares y de los caladeros de pesca. Y aunque en la España del siglo pasado las mujeres eran, valga la expresión, casi un anomalía científica, la ferrolana Ángeles Alvariño logró hacerse un hueco en ese campo del conocimiento tan dominado por un sistema patriarcal, para dejar impronta de su talla intelectual.
La semana pasada, A Coruña le rindió un pequeño homenaje inaugurando, a iniciativa del Instituto José Cornide, un monolito en su honor en la Avenida de las Ciencias del Parque de Santa Margarita, donde se ubican el planetario y la Casa de las Ciencias de la Ciudad, el más antiguo de los tres museos científicos coruñeses.
Nacida en 1916 en la pequeña localidad ferrolana de Serantes, Ángeles fue oceanógrafa en una época apasionante para esa rama científica, pero enormemente complicada para las mujeres que querían labrarse una carrera profesional como académicas e investigadores. Hija del médico del pueblo, con apenas tres años ya sabía leer e interpretaba pequeñas piezas al piano, y con 17 terminó el Bachillerato de Ciencias y Letras en la Universidad de Santiago, con dos trabajos. El de ciencias versaba sobre Insectos Sociales. El de letras, Las mujeres en El Quijote, ya dejaba entrever cierta inquietud por el papel que la historia asignaba a la mujer en un entorno caracterizado por las injusticias y la desigualdad de sexo.
“Mi madre tuvo que luchar mucho”, recordaba su hija, Ángeles Leira, en una reciente entrevista llena de reveladoras anécdotas. “Siempre tuvo presente esa especie de tara de que siendo mujer no se podía llegar muy lejos. Iba a fiestas del laboratorio y las mujeres se ponían a un lado y los hombres a otro. Las mujeres hablaban de lavadoras, y las mujeres de los tratados científicos. Mi madre se frustraba y decía: ‘Y yo, ¿adónde voy?’”.
Ángeles empezó en 1934 a estudiar la carrera de Ciencias Naturales en la Universidad de Madrid, el embrión de la Complutense, aunque no pudo licenciarse hasta 1941 porque tuvo que regresar a Galicia a causa de la guerra. En ese período aprendió inglés y francés, lo que luego le serviría para desarrollar una prestigiosa carrera científica internacional. Y también se casó. Su marido, Eugenio Leira Manso, era un ingeniero naval que protagonizó un épico episodio de supervivencia cuando su buque, la fragata Baleares, adscrita al bando de los golpistas, fue hundido por un barco de la armada republicana en 1938, y él permaneció horas en el agua luchando por su vida hasta que pudo ser rescatado.
Diez años después de aquella epopeya, Leira, ya convertido en capitán de la marina franquista, fue destinado al Instituto Español de Oceanografía en Madrid, a donde Ángeles también se trasladó tras obtener una plaza de becaria. Ella se doctoró allí en Química, e inició su actividad docente hasta que ganó por oposición una plaza en la sede viguesa del Instituto. Por entonces ya empezaba a ser una personalidad conocida en la oceanografía española, publicando artículos en numerosas revistas y participando en investigaciones de renombre que fueron convirtiéndola en una experta en zooplacton, tal y como recuerda Alberto González-Garcés, investigador del IEO de Vigo, en un magnífico trabajo sobre ella publicado hace dos años. También narra cómo en 1953 el nombre de Vilariño cruzó las fronteras del IEO , cuando, gracias a una beca del British Council, pudo embarcarse en el Sula y en el Sarsia, dos buques oceanográficos. Era la primera mujer de la historia que se enrolaba como investigadora en un barco científico.
Aquella experiencia reforzó su carrera y su imagen ante la comunidad científica española, que dejó de mirarla por encima del hombro en los grupitos masculinos que se formaban en las fiestas del IEO. Un año después, obtuvo una beca Fullbright para investigar en Massachusetts, donde otra científica, Mary Sears, presidenta del primer Congreso Oceanográfico de Estados Unidos y experta también en zooplacton, la convenció para que dejara España y se incorporara al Instituto Scripps de Oceanografía.
Ángeles se trasladó a La Jolla, en California, donde obtuvo otro doctorado, esta vez en Biología, y donde desarrolló buena parte de las investigaciones que la encumbraron profesionalmente, tras descubrir una veintena de nuevas especies de zooplacton y tras ser contratada por el Gobierno de Estados Unidos, para el que trabajó hasta su jubilación en 1987 estudiando el potencial de los caladeros y de los recursos pesqueros del país. Esta vez fue su marido la que la siguió a ella. Eugenio encontró trabajo en California como ingeniero de materiales aeroespaciales para las industrias Narmco de San Diego, tal y como recuerda la necrológica que le dedicó el San Diego Union Tribune cuando falleció en 2006 a los 98 años de edad.
Su esposa había muerto a los noventa un año antes. Para entonces ya era considerada toda una eminencia y una de las personalidades científicas más relevantes de la oceanografía mundial. En el año 2012, el IEO fletó un buque que lleva su nombre, y en el 2015, la Real Academia Galega de Ciencias le dedicó el Día de la Ciencia, que se conmemora el 1 de junio y que en A Coruña se celebra con una jornada de ciencia en la calle que ya se ha convertido en toda una tradición.
En la placa del monolito inaugurado el jueves, sólo reza una leyenda. Ángeles Vilariño. Oceanóloga. Tristemente, su homenaje ha coincidido con las protestas que llevan a cabo desde hace días sus antiguos compañeros de los centros gallegos del IEO, que protestan por la situación que vive el Instituto por los recortes del Gobierno de Rajoy.
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