Este artículo se publicó hace 15 años.
TESTIGO - Un oportuno granizado antes de que Haití se derrumbara
Por Joseph Guyler Delva
Llámenlo destino, o cuestión de suerte, pero estoy convencido de que aquello que un granizado salvó mi vida cuando las paredes se derrumbaron y la ciudad en la que vivo se hundió en el infierno la semana pasada.
Había recogido de la escuela a Jennifer, mi hija de siete años, y aunque llegaba tarde por culpa del tráfico, acepté su petición de detenernos para comprarle uno de esos conos de hielo molido con sirope conocidos en Haití como "frescos", antes de volver a mi oficina en el distrito Canapé Vert de Puerto Príncipe.
Nuestra parada duró más de lo que esperaba y el terremoto comenzó cuando aún estaba conduciendo, a poca distancia de la puerta de mi oficina.
Mientras comenzaron a rodearme las nubes de polvo y gritos de pánico pidiendo ayuda, mi esposa Shirley logró llamarme al móvil. Había estado trabajando en mi oficina, en el piso superior del edificio de tres plantas, y dijo que se estaba hundiendo.
Salí del coche y vi que el edificio se había derrumbado, con su pesado techo de cemento sobresaliendo en extraños ángulos sobre los escombros. Pedí a los asombrados transeúntes que me echaran una mano mientras gritaba el nombre de Shirley reiteradamente y comenzaba a escrutar entre los restos del edificio para buscarla.
Sólo puedo calificar de milagro el que una hora más tarde recibiera otra llamada de ella diciendo que había sobrevivido al derrumbe ilesa y que se encontraba en la calle de nuestro destruido hogar, con Jennifer, nuestro hijo de un año Stephan y una empleada del hogar.
Fui corriendo a casa, esquivando montones de escombros y coches destrozados a lo largo de 1,5 kilómetros, y llorando abracé a mi mujer y a los niños antes de responder la última llamada que recibí ese día, justo antes de que el servicio de telefonía móvil y las comunicaciones de Haití con el mundo exterior colapsaran.
La llamada era de Pascal Fletcher, el jefe de la oficina de Reuters para el Caribe y el sureste de Estados Unidos, con sede en Miami. Le di todos los detalles y la información que pude, prometiendo volver a llamarle en poco tiempo, pero fue imposible hablar hasta el día siguiente, cuando descubrí una línea de Internet que funcionaba para enviar un correo electrónico a la oficina de Miami.
Como periodista, he estado dividido entre cubrir la dramática historia y cuidar a mi familia. Con nuestro hogar en ruinas, debimos acampar en las calles y en el suelo del restaurante de un amigo. Pero también debo informar lo que está ocurriendo en la dolorida y profundamente empobrecida nación en la que vivo.
Es un difícil equilibrio, y respondí a las reiteradas protestas de Shirley explicando que hacer mi trabajo también era una forma de apoyar a mi familia.
La mañana del domingo, logré que Shirley y los niños subieran un avión canadiense de ayuda de emergencia que viajaba de vuelta a Canadá. Ahora están a salvo y yo he podido dedicar toda mi atención a nuestra cobertura de noticias.
DESTRUCCIÓN
Decenas de miles de cadáveres han sido retirados de entre los escombros en Puerto Príncipe y muchos más aún no han sido recuperados. Más de una semana después del seísmo, los equipos de rescate siguen hallando a supervivientes pero no hay modo de saber cuantos más están atrapados, esperando ayuda.
Haití era un mal lugar incluso antes del terremoto. Pero ahora todo está destrozado en la capital del que fue un orgulloso país, donde los esclavos derrocaron el dominio francés para establecer la primera república negra del mundo hace más de dos siglos. Ahora afronta un enorme desafío para ponerse en pie.
Teniendo la miseria en toda la ciudad, me considero afortunado y siempre recordaré el instante en que, sin querer decepcionarla, me salí del camino para comprar un "fresco" a Jennifer, un momento en que nos relajamos en una tienda poco antes de que se hundiera Haití.
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