A lo largo de 1968, estudiantes de una buena parte del mundo occidental plantaron cara al sistema educativo y se revolvieron ante los valores y prácticas de la sociedad dominante. Siempre desde las universidades, los estudiantes agitaron la moral de países adormecidos y dejaron claro que el conflicto social y generacional ya era inevitable.
Todo estaba cambiando. En México, los estudiantes de las universidades UNAM e IPN no pretendían una guerra, 'ni tampoco les interesaba el poder político', según recuerda el escritor Carlos Fuentes en Los 68: París, Praga, México (Debate). Al igual que en Francia, reclamaban derechos civiles, libertad sexual y más democracia. Ese año, las facultades entraron en huelga y el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, exigió la libertad de los cientos de estudiantes que habían sido detenidos en las primeras manifestaciones.
En agosto, los estudiantes arremetieron por primera vez contra el presidente mexicano, Gustavo Díaz Ordaz (líder de la fracción conservadora del PRI). 'Mi nombre, ofendido. Mi apellido, humillado. Mi estado, ¡la rebeldía!', era la consigna oficial. En las aulas, una pancarta rezaba: 'En cada estudiante duerme un monstruo, El problema es desatarlo'. En septiembre, en la denominada Marcha del silencio, protestaron con pañuelos en la boca y el ejército acabó invadió los campus mexicanos.
2 de octubre de 1968
Edificio Chihuaha, Plaza de las Tres Culturas, Ciudad de México, hace hoy 40 años, días antes del inicio de los JJOO que se celebraron en la capital mexicana. Poco después de que el Ejército se retirase de las universidades, miles de personas se reúnen para clamar por la apertura democrática y rechazar el autoritarismo. Por orden de Luis Gutiérrez Oropeza, jefe de Estado Mayor, diez francotiradores abren fuego desde la torre de Tlatelolco. El fuego cerrado y el tableteo de las ametralladoras convirtieron la plaza en un infierno. Después, unos 50.000 estudiantes son detenidos y apaleados, indefensos, desnudos y rodeados por los soldados que han tomado la plaza.
Aún no se sabe cuánta gente murió aquella tarde. El Gobierno defendió que perecieron unas 20 personas, pero se encargó de ocultar todas las pruebas. Según el Departamento de Estado de EEUU, su embajada estimó entre 150 y 200 el número de fallecidos. Tras la masacre, se instaló una morgue en la tercera delegación del Gobierno, donde iban llegando los muertos hacinados, cuerpos en mal aspecto, rematados con saña, con las camisas levantadas, el pantalón bajado y las caras ensangrentadas. Así lo reflejaron, a pesar de la confusión, las fotografías publicadas en periódicos críticos como El Universal.
¿Quién organizó la masacre?
Al frente de México se encontraban Díaz Orgaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría. Temerosos de una revolución que acabase con su mandato, culparon los estudiantes de provocar el enfrentamiento y los cadáveres desaparecieron en una fosa común. Unas 1.500 personas fueron encarcelados hasta la amnistía de 1971 y, durante años, el poder judicial rechazó juzgarles. En 2006, se desestimó una demanda alegando que los delitos habían prescrito. Luis Echeverría, único imputado vivo, dijo recientemente: 'No tengo nada de qué pedir perdón o ser perdonado'.
Los sucesos dejaron una herida que aún hoy continúa abierta. Muchos analistas coinciden en que el país quedó dividido y catalogan los sucesos como detonadores de la transición democrática. México no olvida: durante una semana, tres estelas diseñadas por la artista Ximena Labra homenajearán a las víctimas en la Plaza de las Tres Culturas. D
La CIA, detrás de la intervención del ejército mexicano
Jefferson Morley, ex reportero de ‘The Washington Post', denunció hace unos meses en el libro ‘Nuestro hombre en México: Winston Scott y la historia oculta de la CIA' la intromisión del gobierno de EEUU en la política nacional de México. El presidente mexicano, Díaz Ordaz, cumplió con los deseos de la agencia norteamericana y colaboró en operaciones encubiertas contra el régimen de Castro en Cuba. También el libro ‘Diario de la CIA', de Philip B. Agee, y el documental ‘1968: La conexión americana', del cineasta Carlos Mendoza, muestran documentos que confirman una campaña de la CIA para hacer creer que en México se estaba gestando una 'revolución comunista'. El director del FBI, Édgar Hoover, declaró que varios grupos estaban preparando actos subversivos y, desde el inicio del conflicto estudiantil, ambos gobiernos alimentaron la idea de que detrás de las protestas estaban 'agentes del comunismo internacional'.
Tras los hechos de Tlatelolco, una fuente clasificada de la agencia aseguró que 'los primeros tiros fueron disparados por estudiantes', y especuló con que los estudiantes planeaban 'secuestrar autobuses que transportaran atletas participantes en los Juegos Olímpicos'. Además, la CIA le aseguró al responsable de Defensa mexicano que el Departamento de Estado de EEUU le apoyaría si declaraba el estado de sitio en la madrugada del 3 de octubre.
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