El otorgamiento de este premio al escritor albanés Ismail Kadaré es motivo de regocijo para quienes admiramos su obra. Kadaré es el novelista del último siglo que con más profundidad se ha sumergido en los mecanismos de funcionamiento y control del poder, tanto en la sociedad como en la psiquis del ser humano. Y lo ha hecho a través de unas ficciones demoledoras de las diversas máscaras tras las que ese poder se esconde.

Kadaré procede de un pequeño país que en el último siglo ha sido conocido en especial por sus aberraciones políticas, históricas. La magia de Kadaré, su genio, ha consistido en hurgar en el corazón de esas aberraciones hasta encontrarles su dimensión universal. En su mundo narrativo la mención de la injusticia es apenas la anécdota a partir de la cual elabora un fresco descarnado del hombre contemporáneo y sus paranoias.

Kadaré es un maestro a la hora de incorporar en su obra lo mejor de la tradición de la literatura occidental, desde Homero y los trágicos griegos hasta Kafka y su mundo opresivo. Es un escritor inmenso que salta por los tiempos históricos con una libertad que asombra, pero siempre apretando el cuello angustiado del aquí y ahora.

Y la misma libertad ejerce para elegir sus registros, sus tramas, para dar rienda suelta a su tremenda imaginación. El Palacio de los Sueños es la más impresionante alegoría sobre la mentalidad del totalitarismo originada en el comunismo, pero también refleja el sueño de las nuevas democracias policiacas. Es, qué duda cabe, un clásico del siglo XX.

He visto a Kadaré en dos ocasiones, al final de la mañana, en el Café Rostand, frente a los Jardines de Luxemburgo; escribía en un cuaderno grande y de pasta negra, sentado en una de las mesas del fondo. Nunca me atreví a interrumpirlo, abordarlo, expresarle mi admiración. Pero en ambas ocasiones salí a la calle contento de saber que ese hombre seguía escribiendo esas obras deslumbrantes que tanto he disfrutado.

Un brindis, pues, por el premio con el que ahora los españoles lo honran.