Este artículo se publicó hace 16 años.
Indonesia inició una nueva era de progreso tras la caída de Suharto
El ex presidente Suharto de Indonesia, a quien la población rechazó hace una década tras gobernar durante casi 32 años, falleció hoy en un país que progresa al margen de la corrupción instalada durante su autoritario régimen.
Indonesia, que era uno de los países asiáticos más férreamente controlados por un poder centralizado, avanza velozmente hacia la descentralización y se abre paso por el sendero de la democracia.
En una parte del mundo con países como Tailandia, donde triunfan los golpes de Estado o se producen intentonas golpistas como la ocurrida a finales del pasado año en Filipinas, Indonesia es hoy un raro ejemplo regional de liberalismo político.
Este país de 17.000 islas no se desintegró ni se fragmentó como se temió cuando tras la caída de Suharto arreciaron los conflictos armados en la provincia de Aceh, al norte de Sumatra, en las islas Molucas o en las Célebes, y Timor Oriental obtuvo la independencia después de un cuarto de siglo de ocupación.
Tampoco el país fue apresado por el radicalismo islámico ni por los militares durante la tensa etapa en la que la economía nacional se hundía a consecuencia de la masiva ola de quiebras que produjo la profunda crisis financiera asiática.
Este inmenso archipiélago, en el que habitan cerca de 240 millones de personas de decenas de etnias diferentes, es el cuarto país más poblado del mundo, el 90 por ciento de su población es musulmana y está demostrando que el Islám es compatible con la democracia.
Desde que finalizó la era de Suharto, en mayo de 1988, Indonesia ha tenido cuatro presidentes que han actuado de acuerdo al sistema democrático, y ha celebrado tres elecciones generales, en las que el fundamentalismo ha fracasado en sus intentos de ganar apoyo popular.
El actual presidente, Susilo Bambang Yudhoyono, es el primero elegido mediante elecciones directas, y no por Asamblea Consultiva, que hasta 2004 era la que nombraba al jefe de Estado.
Tras su renuncia, Suharto, de 86 años, desapareció casi por completo de la vida pública, se recluyó en su vivienda del centro de Yakarta en la que sufrió achaques propios de la edad que fueron minando su salud.
Suharto, de quien los políticos indonesios hablan con respeto aunque repudien su largo mandato, legó a Indonesia un coctel de desarrollo económico y de corrupción sistemática, cuyos efectos han erosionado la imagen de cada uno de sus sucesores al frente de la Presidencia.
Cuando el general Suharto asumió el poder en 1965, Indonesia era un país hundido en la miseria, y poco antes del estallido de la crisis financiera de 1997, que derrumbó el cimiento sobre el que ex presidente apoyaba su legitimidad, el país estaba considerado uno de los llamados "tigres" del sudeste de Asia.
Una década después de su renuncia, Indonesia vive una nueva era de prosperidad, la economía registra un crecimiento anual situado en torno al 6 por ciento, las medidas de descentralización adoptadas por los sucesores de Suharto han dispersado el poder que ostentaba el Ejecutivo de Yakarta.
Pero el poder que ahora tienen los gobiernos provinciales también, y según los expertos, entraña el riesgo de que surjan cientos de funcionarios corruptos y autócratas que minimicen el efecto de las políticas dictadas por el Gobierno central.
"Tenemos que mejorar la aplicación a nivel nacional de las medidas políticas, ese es uno de nuestros objetivos", indicó el ministro de Defensa, Juwono Sudarsono, uno de los más destacados políticos de la nueva etapa democrática indonesia.
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