A Soledad Puertas no le gusta el fútbol, pero el 26 de abril de 2006, el día en que el Barça disputaba con el Milan las semifinales de Champions League, no quitó ojo de la pantalla. En el Senado se jugaba a esa misma hora el partido que a Soledad realmente le importaba: la votación de la Ley de Reproducción Asistida, de la que dependía la vida de su hijo Andrés. La falta de asistencia de senadores socialistas permitió al PP tumbar sus esperanzas. Pero el Congreso se las devolvió días después. Hoy, sobre la tele, ya apagada, hay varias fotografías de su segundo hijo, Javier, nacido sano hace cinco meses gracias también a esa ley. Ambos, Andrés y Javier, se miran a los ojos, cara a cara, en el mismo salón donde su madre se comía la pantalla. Se deben la vida.
Javier juguetea en la cuna con los calcetines, se los quita, se los pone. Soledad, de 31 años, se ríe. '¡Pero no te los quites!', le dice. Andrés, con siete años recién cumplidos, come cacahuetes junto a su padre, Andrés Mariscal, de 38. 'Mira, tengo dos teléfonos', dice Andrés hijo. Se saca uno del bolsillo izquierdo del vaquero y el otro del derecho. '¡No me llama nadie!', se queja. Luego, juega con la consola PSP, hasta que el fotógrafo le pide un posado. 'Ahora no puedo', dice, enfrascado en la pantalla. '¿Sabes lo que voy a hacer con la PSP?', le amenaza, suave, el padre. 'No me lo han cambiado. Tiene más genio', añade su madre.
Andrés es el primer niño en el mundo curado de la beta-talasemia mayor, que impedía la creación de glóbulos rojos. Hábilmente trasplantadas por el equipo médico del Hospital público sevillano Virgen del Rocío, las células madre de la sangre del cordón umbilical de su hermano Javier, seleccionado géneticamente, se situaron en la médula de Andrés y obraron el milagro científico. 'Se pelearon las médulas de Javier y Andrés, de Andrés y Javier, a ver cuál podía más. Pudo la de Javier. La de Andrés estaba vacía', resume la madre. El 95% de sus glóbulos rojos provienen ahora de las células de su hermano.
La carrera de Andrés
El calvario comenzó en 2002, cuando Andrés tenía cuatro meses y medio, prácticamente la edad que ahora tiene su hermano. 'El niño me echaba todo lo que comía, veía que estaba mal', cuenta Soledad. El médico, que padecía la misma enfermedad, pero menor, reconoció sus síntomas en Andrés. 'Y dio en el clavo', añade Soledad. Una analítica en el hospital de Algeciras Punta de Europa confirmó las peores sospechas. Andrés no sobreviviría más allá de los 35 años y necesitaría transfusiones de sangre continuas. Recibió una cada tres semanas durante siete años. Fueron centenares.
Un día Andrés llegó a casa de jugar en la calle y espetó: 'Mi amigo me ha dicho que soy muy lento'. 'Tú no le hagas caso', le dijo Soledad. La enfermedad lo machacaba. Y él lo notaba. Pero eso sucedía antes. El otro día, camino del supermercado, Andrés afrontó una cuesta empinada. Y decidió correr. Se sintió fuerte, las piernas le respondieron. 'Yo le decía: No corras tanto, a ver si es malo. El médico me dijo: Al revés, es bueno', cuenta la madre. Ya no necesita la mascarilla y, en seis meses, tras volver a vacunarse de todo, vivirá como cualquiera. 'Yo me llamo Andrés, soy el gran fuerte', dice ahora a la grabadora.
Sin embargo, no quiere alejarse de los catéteres, las transfusiones. 'Quiero ser médico y hematólogo', dice. 'Habla de cateterismo mejor que una', afirma Soledad.
'Le tuvieron que poner un catéter bajo la piel, porque con cuatro meses, al intentar pincharle, ya no le encontraban la vena, eran callos', recuerda Andrés padre. 'Una vez dijeron en la vena del cuello y yo ahí me negué', añade Soledad. Un año después de colocárselo, tuvieron que operarlo y ponerle otro, porque se le rompió. No fue la única dificultad. Las transfusiones generaban en el cuerpo de Andrés un exceso de hierro que había que eliminar. Para ello, cada noche Andrés debía dormir enganchado por la barriga a una bomba de infusión un aparato que permite la inyección intravenosa continua de medicamentos. 'Fue muy duro, se tuvo que acostumbrar a dormir así, pero nunca se la sacaba. Se lo tomaba en serio', afirma Soledad. El hematólogo que trató a Andrés en Algeciras, Eduardo Navas, lo confirma: 'La bomba es penosa. Luego, empezamos a administrarle una pastilla, que sólo se podía incluir en ensayos clínicos muy controlados. Había que pedir autorización al ministerio'. Se obtuvo.
Andrés muestra una estampa de la Virgen de Valme. Se ha caído de la carpeta de plástico donde su madre guarda los informes médicos. Y hay más: una del Sagrado Corazón de Jesús, otra de Santa Ana y una tercera de la Virgen de Fátima, la de los milagros.
'Para que luego diga la Iglesia, porque este milagro también ha sido posible gracias a ellos [los santos]', dice Soledad. 'Yo he ido a rezar día tras día a la capilla del Virgen del Rocío', añade Andrés padre. Ambos posan sonrientes en su foto de boda, en un lateral del salón. Se casaron por la Iglesia en 2000, bautizaron a su primer hijo en 2002 y bautizarán al segundo cuando se queden un poco más tranquilos. 'Yo soy católica, pero normal', dice Soledad.
'Espero que nos dejen', matiza el padre. 'Si no, lo llevo al chorro, que echa agua fresquísima y buenísima, le meto la cabeza debajo y lo bautizo yo', sentencia, contrariado por las críticas de la Iglesia. 'Los obispos, porque yo de los curas no he escuchado nada, se tendrían que haber venido a vivir con nosotros todo este tiempo, antes de la operación, que se hubieran puesto en nuestro pellejo. Mientras, ellos estaban durmiendo o rezando', zanja Soledad con Javier, sonriente, en sus brazos. 'Sería chocante que no nos dejaran bautizarlo', remacha. Lo normal es que pueda bautizarse, pues es él quien entra en la Iglesia, no sus familiares, informa Jesús Bastante.
El alcalde de Algeciras quiere ponerle a un centro de salud el nombre de Javier Mariscal. Andrés se queja: '¿Y por qué no ponen: Javier y Andrés?'. El Barça ganó la Champions ese año, a pesar del padre, que es madridista. Y la vida ganó a la muerte.
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