Este artículo se publicó hace 15 años.
El garaje que quiso ser museo
El Guggenheim de Nueva York celebra el 50 aniversario del emblemático edificio del arquitecto Frank Lloyd Wright
Isabel Piquer
Hace unos días, en una conversación en la biblioteca de Nueva York, el arquitecto californiano Frank Gehry bromeaba con malicia sobre el histórico edificio de su ilustre predecesor que nunca había despertado su entusiasmo. A Frank Lloyd Wright, dijo Gehry, le encargaron un garaje, pero el proyecto se fue al traste. Wright recuperaría el diseño, para un nuevo museo que se iba a levantar en Central Park. De ahí la famosa rampa.
Cincuenta años después de su inauguración, la rotonda de Wright, la espiral tantas veces criticada y reverenciada, recibe el homenaje del Guggenheim por albergar sus exposiciones durante medio siglo con una amplia muestra que recoge las ideas y bocetos del creador. Los 64 proyectos recogen, en orden cronológico y ascendente, la evolución estilística de Wright. Comienza en el Unity Temple de Oak Park, en Illinois (1908) y termina en la sinagoga de Beth Shlomon, en Pensilvania (1953).
La muestra narra lo que fue y lo que no pudo ser en su carrera: el hotel Imperial en Tokio construido en los años veinte y derribado en 1968, o un parque al aire libre en Chicago, el Midway Garden, que las autoridades municipales no lucharon por proteger. O los proyectos nunca realizados de varios balnearios, el Doheny Ranch Resort en Beverly Hills, comisionado en 1923, y el San Marcos in the Desert, que debía acoger a las élites adineradas de Arizona. Ideas vanguardistas que muchos consideraron demasiado radicales.
De las críticas al homenajeWright, de ahí el título de la exposición From Within Outward (en traducción libre, Desde dentro hacia el exterior), pensaba que la arquitectura debía reflejar primero y ante todo los espacios interiores que luego se verían reflejados en una estructura exterior. "El edificio ya no es un bloque monolítico que se concibe artísticamente desde fuera", declaró el arquitecto en una ocasión.
Wright (1867-1959) nunca llegó a ver su obra del todo terminada. Murió seis meses antes de la apertura del nuevo museo Guggenheim, un proyecto que tardó 15 años en completar. El proyecto nació en 1943 como una fundación para animar a artistas como Chagall, Léger, Modigliani y Picasso. Luego aspiró a convertirse en una institución permanente. Sin embargo, la crítica del momento fue bastante despiadada y llegó a calificar al nuevo edificio de "pastelito" o, peor aún, de "lavadora".
"Durante 20 años he sido testigo de la facilidad con la que el espacio acogió el arte, pese a las críticas de muchos artistas a quienes no les gustaba la pendiente del suelo o la inclinación de las paredes", comentó Thomas Krens, el ex director del Guggenheim, durante la presentación de la muestra, celebrada ayer en la rotonda, haciéndose eco de las protestas de muchos de los creadores por la competencia directa que la originalidad y personalidad del edificio suponía para sus obras.
Tras una intensa renovación (de septiembre de 2005 a julio del año pasado) en la que se colmaron grietas, se repararon algunas de las estructuras ya antiguas y se volvió a pintar, el edificio está impoluto. Por la bóveda acristalada se podían ver ayer las nubes grises de la isla de Manhattan.
De hecho, quizás sea ya por la costumbre del medio siglo, la espiral de cemento es ahora indisociable de su entorno e inspira bastante más fervor que el mamotreto del Museo Metropolitano, unas calles más abajo. "Puedes mirar en todas las direcciones e interactuar tanto con las obras de arte como con lo que te rodea", subrayaba Margo Stipe, una de las comisarias de la Fundación Frank Lloyd Wright, en Arizona. "Es un espacio muy social".
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