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El fundador de Greenpeace que se hizo pronuclear

El ecólogo canadiense Patrick Moore ha visitado Madrid para defender la prórroga de Garoña

MANUEL ANSEDE

Una vieja broma canadiense dice que en cualquier tugurio de Vancouver hay algún parroquiano que reivindica haber sido uno de los fundadores de Greenpeace. En el caso de Patrick Moore (Winter Harbour, 1947), es cierto. En 1970, un pequeño grupo de hombres y mujeres hippies se embarcaron en el buque Phyllis Cormack y se hicieron a la mar, hacia la isla de Amchitka, en la costa de Alaska, para intentar boicotear los ensayos de bombas atómicas llevados a cabo por el Gobierno de EEUU. Moore era uno de aquellos jóvenes desaliñados que enarbolaban la bandera de la paz contra la Armada estadounidense y llegó a ser uno de los directores internacionales de la ONG, pero ahora es repudiado por sus ex camaradas. Su principal pecado es haberse convertido en partidario de la energía nuclear, aunque asegura que no abandonó la organización ecologista por esta razón.

'Dejé Greenpeace en 1986 porque éramos cinco directores internacionales y los otros cuatro querían iniciar una campaña para conseguir la prohibición del uso del cloro en la industria', explica Moore. 'Sólo yo tenía formación científica; el resto tenían estudios relacionados con la política o la sociología. Les dije que prohibir el cloro era una locura, porque es uno de los elementos más importantes para la salud humana. Incluso la sal con la que sazonamos la comida tiene cloro. Pero no logré convencerles', añade. En aquella época, todavía era antinuclear, pero pronto cambió el paso.

Moore estuvo este jueves en Madrid, invitado por el Foro Nuclear, el lobby del sector atómico en España, para dar una conferencia sobre las ventajas de la fisión frente a otras fuentes de energía. La presidenta de la organización, María Teresa Domínguez, saludó su presencia 'en uno de los días más críticos para la energía nuclear en España' y el canadiense, doctor en ecología por la Universidad de Columbia Británica, no le decepcionó. Pidió la prórroga de la central de Garoña y predijo que, si el Gobierno de Zapatero persiste en su política antinuclear, aumentará el número de parados y la electricidad alcanzará un precio que la industria no podrá pagar.

Para Moore, su viraje intelectual es, simplemente, una cuestión de sensatez. 'Pensaba que la energía nuclear es, quizá, el mayor avance científico de la historia, pero me aterraba la radiactividad. El miedo es irracional, y algunas organizaciones ecologistas juegan con el miedo de la gente. Debemos perder nuestro temor a la energía atómica, porque sabemos que en medicina se utilizan materiales radiactivos para diagnosticar y tratar a millones de personas cada año, y no pasa nada. La radiación puede ser peligrosa, pero también beneficiosa', razona el ecólogo.

En 1991, cinco años después de su espantada de Greenpeace, Moore fundó Greenspirit Strategies, una consultora con sede en Vancouver especializada en temas medioambientales. Pero, desde el movimiento ecologista, se le acusa de estar a sueldo de las empresas eléctricas y de no ser más que una boca agradecida. 'Sí, trabajo para la industria nuclear en temas de educación pública e información, aunque no en tareas de lobby. Y lo hago porque lo he elegido, porque creo en lo que hacen, aunque Greenpeace diga que el sector atómico me ha abducido', se defiende.

Moore, que vive en una cabaña de madera en la costa cercana a Vancouver, no reniega por completo de sus antiguos correligionarios. 'Me hace feliz ver que Greenpeace sigue con sus campañas contra la caza de ballenas orquestada por la flota japonesa en la Antártida. Y también les apoyo en su oposición a las centrales térmicas de carbón, pero no hay que caer en fanatismos', advierte. A su juicio, la organización que ayudó a fundar no quiere ni presas hidroeléctricas, ni combustibles fósiles ni energía nuclear. '¡Y estas tres fuentes de energía producen el 98% de la energía mundial!', exclama.

Uno de los principales reproches de los ecologistas hacia el consultor canadiense es que no sólo se ha cambiado de chaqueta en el tema de la energía nuclear. También apoya los organismos genéticamente modificados, la 'silvicultura sostenible' y fue uno de los entrevistados en el polémico documental británico El gran timo del calentamiento global. Su aspecto, afeitado y vestido con traje y corbata, no recuerda en nada al de aquel veinteañero que se embarcó en el Phyllis Cormack.

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