Este artículo se publicó hace 15 años.
En el final de los tiempos
Carlos Pardo. Poeta
En el prólogo a la famosa antología mejicana Poesía en movimiento (1966), Octavio Paz definió a José Emilio Pacheco como “un lago de aguas quietas”. Esa desafortunada comparación dejaba ver lo poco que a Paz le gustaba Pacheco. ¿Aguas quietas? Todo lo contrario: serpenteantes, huidizas, juguetonas.
Pero la frase del defensor de la vanguardia, venía poner el dedo en la llaga de la verdadera mutación que Pacheco estaba tramando. Su siguiente libro No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) descolocaría a los viejos vanguardistas. Terminaba con un concepto de novedad que se había convertido en retórica publicitaria.
La de Pacheco puede considerarse la primera poesía posmoderna de nuestra tradición. Nacida de la contingencia y de la aceleración de la historia, pero sin perder una sencillez seductora, es una escritura para el final de los tiempos. Todo está permitido: la parodia, la intertextualidad... hasta defraudar las expectativas de los lectores trascendentes y dedicar miniaturas a insectos como el mosquito: Diminutos vampiros, sublibélulas / Pegasitos de pica del demonio. La poesía de Pacheco es el lugar de encuentro de dos inteligencias: “Poesía no es signos negros en la página blanca. / Llamo poesía a ese lugar de encuentro / con la experiencia ajena. El lector, la lectora / harán (o no) el poema que tan sólo he esbozado”.
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