Este artículo se publicó hace 16 años.
La Casa de los Espíritus
El Partido Popular es, desde su derrota electoral, "un edificio habitado por fantasmas"
Gonzalo López Alba
Basta con echar un vistazo a la carátula de La Casa de los Espíritus, la película que toma su título y argumento de la novela de Isabel Allende, para comprobar el asombroso parecido del look que pasea José María Aznar con la caracterización de Jeremy Irons para interpretar el papel protagonista.
La semejanza no acaba en la media melena y el bigote. El argumento da también para una analogía política acorde con el género del realismo mágico de la obra: un minero de fuerte carácter logra burlar a su destino (presidente de Castilla y León) al hacerse con una gran hacienda abandonada, que reconstruye por completo (el centro derecha), y casarse con la hija de un político conservador, una mujer con poderes paranormales (el electorado). La hija producto de este matrimonio (la nueva sociedad española), se enamora del hijo del capataz, un líder izquierdista (Zapatero) que también le birla el triunfo político. En el final, que es un alegato vital contra el rencor y la venganza y a favor de una vida culta y retirada, aparece de nuevo la finca familiar envuelta en la soledad del abandono.
La hacienda de la derecha ha sido, desde la derrota electoral, "un edificio habitado por fantasmas", en expresión de quienes han frecuentado la calle de Génova en sus horas de gloria y de fracaso.
Los espíritus, cuyo nacimiento se remonta al proceso de sucesión de Aznar, empezaron a dejarse ver al filo de la medianoche del 9 de marzo, cuando Mariano Rajoy anticipó su adiós desde el famoso balcón. El hilo que conduce al centro del misterio está en lo que sucedió en las horas siguientes, cuando rectificó y decidió quedarse.
En el entero secreto, seguramente, sólo está el propio Rajoy, y acaso su esposa. Pero algunos antecedentes olvidados y algunas anécdotas aparentemente menores pueden ayudar a una mejor comprensión de lo que está sucediendo en el PP y de lo que puede suceder.
Rajoy llegó a Génova a finales de 1987, tras recibir un despido exprés del patriarca Manuel Fraga, que a los diez meses de tenerle como vicepresidente de la Xunta de Galicia le rescindió el contrato.
Hasta entonces, aunque llegó a tomar posesión de un escaño como diputado, toda su carrera política se había desarrollado en su tierra natal. Y ya para entonces habían hecho comandita en Madrid los que luego serían el equipo del triunfo: José María Aznar, Rodrigo Rato, Loyola de Palacio, Federico Trillo y Francisco Álvarez-Cascos.
Le hicieron hueco en un rincón de la cuarta planta, pero mientras ellos trabajaban sin descanso en el asalto al poder, a Rajoy era más habitual verle a solas fumándose un puro por la cercana calle de Serrano.
Así, aunque es pata negra como militante de primera hora de Alianza Popular, nunca fue "uno de los nuestros", por más que luego se reescribiera su cercanía al líder borrando el historial previo a su promoción como responsable de las campañas electorales de Aznar.
Rajoy ha dicho que la relación con su mentor es "muy buena, pero no intensa". Sin embargo, personas del entorno del ex presidente aseguran que se siente "decepcionado e indignado" porque, entre otras cosas, aquel al que puso y no ha podido quitar no descuelga el teléfono cuando le llama. Es el espíritu perturbador que, con forma de Felipe González, también acosaba al socialista Joaquín Almunia. Si alguna duda quedaba, la despejó ayer Aznar con su discurso de "respaldo responsable" al presidente de su partido, que en su carrera ha dejado en boxes a demasiados.
También se aparece por los rincones de Génova el espíritu prófugo de Rodrigo Rato. Con él, la comunicación que mantiene Rajoy es mediante tarjetones y a través de sus secretarias. Junto al espíritu semiciego de Alberto Ruiz-Gallardón, El Deseado sigue siendo la principal opción de relevo si el PP entra en los próximos años en estado de pánico electoral.
No es descartable porque el de Valencia ha sido el congreso de "la paella y las navajas".
De la paella porque, anulada la emoción de la concurrencia de alternativas tras renunciar el sindicato de agraviados a despeñar a Juan Costa -convertido en un espíritu ciego (el que no logra traspasar la oscuridad)-, degustar el plato típico ha sido el principal objeto del viaje confesado por un significativo número de delegados, los que se deleitaron con las intervenciones de Acebes y Aznar.
De las navajas porque, a pesar de que Rajoy ha logrado configurar un cuarteto de su cuerda al tiempo que desorientaba a los críticos con el nombramiento de Cospedal como secretaria general, Aznar ejerció de amolador y el navajeo es lo que se espera entre los que han logrado meter el cuerpo, por sí o por persona interpuesta -Javier Arenas o Francisco Camps con González Pons-; los que han logrado sacar la cabeza, como Gallardón; los que se han visto obligados a contraer el cuello, como Esperanza Aguirre; o los que están jubilados, pero vivos y coleantes.
Tras el congreso de este fin de semana, siguen siendo muchos en el PP los que creen que Rajoy no llegará a 2012 e incluso hay quien sostiene que no aguantará más allá de las europeas, en junio de 2009. Antes le esperan el País Vasco y Galicia, los dos territorios donde el PP sufrió una pérdida más severa de voto, según el último Publiscopio.
El punto más débil de esta tesis es que ni siquiera quienes la sostienen son capaces de atisbar al sustituto entre quienes ahora se sientan en la bancada conservadora del Congreso, un requisito que se ha probado imprescindible para liderar la oposición.
Arenas, el cazafantasmasPara ahuyentar a quienes le echan el aliento en la nuca, Rajoy ha contratado de cazafantasmas a un buen conocedor de la Casa: Javier Arenas.
Que el gran apoyo territorial de Rajoy y el muñidor de su estrategia haya sido el andaluz, que vuelve a la sala de máquinas, tiene soliviantados no sólo a otros barones sino también al sector democristiano del que procede.
Pero Arenas es el único dirigente del PP que ha sido capaz de acudir a la emisora de los obispos, someterse al interrogatorio del predicador, llevarle la contraria y salir indemne.
Él encarna el espíritu misionero, el único que tiene la facultad de presentarse a los materiales de todos los mundos en la forma que más convenga para conducirles por el buen camino.
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