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Adrienne Buller: "La crisis ecológica no puede someterse a los mecanismos de mercado"

La autora e investigadora Adrienne Buller.
La autora e investigadora Adrienne Buller. Cedida POR LA ADRIENNE BULLER

Adrienne Buller es la directora de investigación en el think tank británico Common Wealth, donde dirige proyectos sobre la construcción de una economía democrática, autora de The Value of a Whale: On the Illusions of Green Capitalism, y coautora, junto a Mathew Lawrence, de Owning the Future: Power and Property in an Age of Crisis.

En un momento en el que el capitalismo verde exige que filtremos nuestra respuesta a la crisis climática a través del mercado, la autora analiza todo lo que está mal con este enfoque.

En esta entrevista realizada en el marco de un proyecto sobre populismo climático de derechas del The Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII), Buller señala que todo se reduce a la política: apelar al greenwashing no impedirá que las finanzas climáticas minimicen el riesgo, maximicen los rendimientos y descuiden el bien común. Es fundamental que luchemos por gobernar democráticamente nuestros sistemas económicos.

¿Qué es el capitalismo verde y cuáles son sus objetivos? ¿Quiénes son sus 'cheerleaders', tanto en términos de instituciones como de individuos reales?

En esencia, el capitalismo verde trata de encontrar una manera para gestionar la complejidad de abordar la crisis climática y ecológica a través del prisma del mercado. Eso requiere encontrar precios para las cosas, ya sea el carbono u otras formas de capital natural, y ajustarlas a nuestro modelo financiero.

El mercado busca promover un arbitraje neutral entre los actores en busca de ganancias, y luego lo entiende como algo inherentemente alineado con resultados positivos como reducir las emisiones o abordar la pérdida de biodiversidad.

Mi primera experiencia con el capitalismo verde fue trabajar en una organización sin ánimo de lucro que ayudaba a las empresas financieras a optimizar su papel en la transición verde.

La industria de las finanzas sostenibles fue una ventana a esta mentalidad sobre cómo abordar el clima y la crisis ecológica haciendo pequeños ajustes impulsados por el mercado y resistiendo el supuesto desorden de la política.

"La creciente crisis climática representa una advertencia sin precedentes para el capitalismo"

Sus defensores están en todas partes. La propia industria financiera está, en mi opinión, a la vanguardia de esta idea. Tienes campeones como Larry Fink, el CEO de BlackRock, como emblema de este movimiento. Pero también está presente en todo tipo de foros para la gobernanza climática europea.

El Green New Deal europeo es un programa de política arquetípico del capitalismo verde. Al igual que la Ley de Reducción de la Inflación [IRA por sus siglas en inglés] en los EEUU, que intenta atraer a los actores del mercado y encontrar formas de hacer que las inversiones climáticas sean deseables para el sector privado y sus clientes. Realmente es el marco predominante con el que la mayoría de los creadores de políticas, al menos en el norte global, están trabajando.

¿Cuál es el principal impulsor detrás de su aparición? ¿No estarán las empresas queriendo enriquecerse con esta tragedia?

Sin ponerme demasiado en el lado de la conspiración, diría que se trata de un matrimonio feliz de una serie de intereses del capital. Existe el reconocimiento de la amenaza de que la creciente crisis climática representa una advertencia sin precedentes para el capitalismo, especialmente en términos de su capacidad para reproducirse.

Pero, al mismo tiempo, también existe la comprensión de que esta es una esfera completamente nueva para obtener ganancias con este problema. Volviendo a los capos de las finanzas, Larry Fink publica una carta anual donde presenta la crisis climática como una oportunidad sin precedentes para los inversores.

La otra cara está más cerca de los escenarios de Davos. Hay un reconocimiento de la amenaza, pero también de la necesidad de mantener el capitalismo y los sistemas basados en el mercado.

Esto, a menudo, me parece un compromiso más ideológico, motivado por la creencia de que este es el único –y el último– sistema económico que podríamos tener. La clave del capitalismo verde es que es un matrimonio feliz de todos esos intereses.

¿Quién hace las veces de antagonista del capitalismo verde? ¿Quién representa esa figura opositora?

Si hay un enemigo imaginario, este es cualquiera que se resista a los sistemas de mercado existentes, o que cuestione los fundamentos del capitalismo frente a la crisis climática y ecológica. Es una descripción bastante nebulosa del enemigo en el capitalismo verde.

Aquellos que encajan con ella podrían ser las partes más anarquistas del frente climático, grupos como Extinction Rebellion, el ecologista que se resiste a poner precio a la naturaleza en un sentido romántico o de principios.

Dicho esto, ni siquiera estoy seguro de que exista la necesidad de un "enemigo" en un sentido estricto. Todo lo que obtengo al leer el trabajo o las entrevistas de personas que considero líderes del movimiento capitalista verde es la absoluta convicción de que su posición es inevitable y correcta. Poseen esa estridente creencia thatcheriana de que no hay alternativa al sistema existente.

En mi opinión, se trata menos de tener un "enemigo" y más de una convicción genuina de que el capitalismo verde y sus defensores son los adultos de la sala. Creen que todos los demás están jugando, sin entender cómo funciona el mundo y cómo tiene que seguir funcionando.

En su libro desmonta la idea de los mercados de carbono, uno de los métodos que ha utilizado el capitalismo para abordar la crisis climática. ¿Qué sabemos ya sobre su eficacia?

Me apoyo en el trabajo de dos personas, Jessica Green, una académica canadiense, y Cédric Durand, quien ha escrito brillantes piezas sobre las falacias lógicas de los mercados de carbono.

En cuanto a los sistemas actualmente existentes y su probada eficacia, Green ha publicado uno de los únicos meta-análisis para observar los resultados reales de todos los sistemas de fijación de precios del carbono que se han implementado, como el esquema de comercio de emisiones en la Unión Europea. Ella concluye que a pesar de muchas afirmaciones sobre la increíble eficacia de estos programas, en promedio, están generando reducciones de entre un 0 y un 2% por año.

Su eficacia es limitada, en parte porque cubre solo una porción relativamente pequeña de las emisiones reales de la UE, pero también porque mucho de lo que consigue en realidad es desplazar las emisiones.

Aunque movimientos como los del carbón hacia el gas se presenten como temporales, no es precisamente un resultado de sobresaliente en cuanto a la capacidad de los sistemas de tarificación del carbono para hacer lo que dicen que hacen. Refuta las habituales afirmaciones altisonantes de los economistas sobre la rapidez y equidad con que pueden reducir.

"Los combustibles fósiles están tan arraigados que es imposible innovar para salir de esa situación a corto plazo"

La razón de que esto ocurra se reduce principalmente a cuestiones políticas. La tarificación del carbono pretende ser un mecanismo apolítico basado en el mercado para abordar la crisis climática. La idea es que todo lo que emita más tendrá un precio más alto y, por tanto, será expulsado del mercado; entonces, el afán de lucro garantizará su sustitución por soluciones innovadoras que puedan ofrecerse a un coste menor.

Pero, paradójicamente, enseguida entran en juego todo tipo de cuestiones políticas. Incluso fijar los límites de lo que cubre un precio del carbono requiere política. Los combustibles fósiles y las emisiones de carbono están tan profundamente arraigados en todos los aspectos de nuestras vidas, desde la energía al transporte o la alimentación, que es imposible innovar para salir de esa situación a corto plazo.

Para que los mecanismos de tarificación del carbono fueran realmente eficaces, tendrían que entrar en vigor a un nivel políticamente tóxico. Por eso nunca ha ocurrido. Inmediatamente, te estás enfrentando a enormes injusticias y desigualdades que a menudo recaen sobre los que menos pueden permitirse un precio para el carbono.

Por eso hemos visto surgir rápidamente una gran resistencia política a los mercados de carbono. Ya sea en Canadá, en torno a los esfuerzos de Trudeau por imponer un precio al carbono; o más recientemente en los Países Bajos, con la oposición de los trabajadores agrícolas a los objetivos climáticos. Hay buenas razones para esa resistencia.

¿Dónde encaja China en esta narrativa? ¿Cómo explica el hecho de que haya optado por los mercados de carbono y, según parece, les vaya bien?

Podría decirse que es necesario contar con formas de gobierno más autoritarias para que este tipo de mecanismos de mercado funcionen. A menos que se articulen con sumo cuidado o se apliquen a un nivel tan bajo que resulten demasiado lentos o ineficaces para reducir las emisiones, estos sistemas tienen el potencial de causar importantes injusticias y desigualdades económicas.

Así que creo que es justo suponer que en China la ausencia de vías reales para la disidencia democrática ha desempeñado un papel importante en el éxito político percibido de su sistema de comercio de carbono.

Otro tema que ha seguido es el auge de la agenda ambiental, social y de gobernanza  [ESG por sus siglas en inglés]. ¿Cómo ve su política, o la falta de ella? 

Hay un primer punto muy obvio. Tanto si tu perspectiva de la economía es capitalista como si no, en esta transición tiene que haber una reasignación masiva de capital, alejándose de las tecnologías marrones y contaminantes y acercándose a las ecológicas. Y las ESG han sido la principal respuesta de las finanzas privadas y el sector empresarial a esta necesidad obvia.

"Hay mucho triunfalismo en el sector financiero sobre lo bien que está funcionando las ESG"

La E significa "medio ambiente", las otras dos letras significan "social" y "gobernanza". Los criterios ESG ofrecen un marco claro para que los inversores evalúen el destino de su capital. Puede indicar si una empresa en la que se quiere invertir cumple una serie de criterios, que pueden estar relacionados con el clima o con cuestiones como la paridad de género en los consejos de administración. Pero esto también sustituye a la planificación.

Nos impide tener objetivos más exactos sobre cómo queremos reasignar el capital. Los ESG han demostrado ser una forma eficaz de reducir la presión a favor de normativas más firmes que prohíban la asignación de capital a ciertas cosas, o que exijan que se asigne a inversiones ecológicas más materiales, creando la impresión de que se está haciendo algo sin exigir mucho, o nada, a las empresas.

También ha tenido un enorme éxito como herramienta de marketing. Durante mucho tiempo, las finanzas comprendieron que tenían un problema de imagen cuando se trataba del clima y del medio ambiente.

Los ESG han sido un producto increíblemente popular tanto para los inversores minoristas como para los fondos de pensiones, todos los que ponen sus activos en el sistema creyendo que todavía se puede ser verde y hacer el bien ganando dinero, que se puede maximizar el rendimiento financiero y tener en cuenta los criterios ESG.

Que eso sea cierto o no es otra cuestión, pero así es como se ha vendido. Y hay mucho triunfalismo en el sector financiero sobre lo bien que está funcionando, sobre lo perfectamente que se alinean los rendimientos de los inversores con cuestiones de sostenibilidad, derechos humanos o legislación laboral.

¿Qué opina de toda la oposición al 'capitalismo woke' que oímos ahora en la derecha? ¿Es posible que tenga más relevancia que las críticas de la izquierda al 'greenwashing'?

El contragolpe del capital woke ha sido mi tendencia política favorita del último año. Ha sido fascinante ver el sorprendente grado de honestidad política de la derecha en este caso. Los ESG, de nuevo, se venden como algo apolítico, como si se basara en hechos neutrales y decisiones técnicas que no tienen nada que ver con creencias subjetivas sobre lo que es sostenible, lo que es justo o lo que es una forma legítima de invertir.

Se presenta como si todo procediera de un puñado de empollones sentados en oficinas que trabajan para crear índices de mercados de valores. Pero nada de eso es neutral, natural o inevitable en ningún sentido. Por lo tanto, la reacción del capital woke ha reintroducido el hecho honesto de que estas decisiones son inherentemente políticas y subjetivas.

Queda por ver si tendrá o no un impacto masivo en la asignación de capital. La gente se levantó en armas cuando los fondos de pensiones de Carolina del Sur y Utah se retiraron de BlackRock en protesta, y Texas los prohibió en sus fondos estatales. En última instancia, BlackRock es tan grande que el impacto real de estas protestas en sus entradas netas ha sido relativamente trivial; es calderilla desde su perspectiva.

Pero hay un impacto en la narrativa del sector, incluida la carta anual de Larry Fink, que es uno de los mayores acontecimientos de Wall Street. Ha habido un retroceso en este compromiso de ser un campeón climático, y un retorno realmente interesante a un marco de elección del cliente. Ahora hacen hincapié en cómo maximizan la libertad de sus clientes para elegir el destino de su dinero.

Muchos de los fondos verdes están repletos de grandes empresas tecnológicas y farmacéuticas

No sé si eso cambiará necesariamente los planes de BlackRock. No en vano, BlackRock -y el sector financiero en general- considera que el riesgo climático es importante y, por tanto, invertirán de acuerdo con ese principio. Pero esto siempre ha sido así; nunca se ha tratado de defender causas climáticas.

Para ellos, siempre se ha tratado de abordar el riesgo financiero y de minimizar la exposición de sus clientes a ese riesgo. A veces, eso coincide con la inversión en proyectos de infraestructuras ecológicas, pero no tiene por qué ser así.

Por eso, para mí, la crítica al greenwashing es una especie de chapuza. Sí, es un problema que exista una petrolera en un fondo verde, pero existe otro problema mucho mayor: sólo porque un fondo verde no tenga petroleras en él, no hay garantía de que esté haciendo algo para contribuir a la descarbonización o para abordar de forma significativa el declive ecológico.

La mayoría de estos fondos verdes están repletos de grandes empresas tecnológicas y farmacéuticas. Las principales participaciones en la mayoría de los fondos ESG de Vanguard son empresas como Amazon, Meta, Google, Microsoft; tal vez Tesla se cuele para ocupar el puesto número cinco, pero será la única empresa remotamente verde que haya. Y eso es una característica más que un error de la lógica.

En ese caso, ¿qué estrategia deberían adoptar los movimientos de izquierda radical frente a BlackRock?

Es una pregunta a la que doy muchas vueltas. A largo plazo, depende de lo lejos que fijes tu horizonte para los resultados que quieres ver. A corto plazo, es valioso que BlackRock siga teniendo la sensación de que existe una demanda pública de sostenibilidad y descarbonización.

Hay cierta reasignación, sobre todo en renta fija; los espacios de bonos pueden marcar una diferencia material en el acceso de las empresas al capital. Y eso es valioso en sí mismo.

Pero este no debería ser el enfoque central por muchas razones, una de las cuales es porque no solo consolidaría la posición de BlackRock como el eje central de la economía global, lo cual es verdad, nos guste o no. Además, los establece como el salvador del movimiento climático.

Eso nos colocaría en una posición muy peligrosa. Dependeríamos de una institución enorme que, en el fondo, tiene poco interés en cualquiera de los objetivos climáticos. Por lo tanto, me opondría rotundamente a que BlackRock se convirtiera en el centro de atención exclusivo.

El objetivo debería ser destacar, en un sentido más sistémico, cómo la industria financiera es capaz de asignar el capital. Es una respuesta aburrida que se centra en exigir cambios políticos y legislativos, pero en última instancia creo que es de ahí de donde tiene que venir el ataque.

No queremos depender de instituciones cuyo objetivo primordial sea maximizar sus beneficios y minimizar los riesgos de ciertos factores como el clima. A veces, ese objetivo coincidirá con los resultados materiales que deseamos. Pero no es en absoluto necesario. Y lo más probable es que nuestros intereses nunca coincidan.

Otro de los temas que aborda en su libro es la valoración de la naturaleza. Los hay que dicen que no podemos administrar lo que no medimos; otros insisten en que la valoración no significa necesariamente la creación de un mercado. ¿Qué opina?

Sigo teniendo dos grandes dudas. La primera y más importante es que –como ha sido y probablemente seguirá siendo el caso– las personas que lideran con la carga de valorar la naturaleza no son necesariamente las que tienen el objetivo de proteger los ecosistemas naturales. Muchos de los avances se deben al deseo de crear nuevos mercados en estos ámbitos.

Las compensaciones de carbono mediante la plantación de árboles son un ejemplo obvio, reflejan el deseo de los inversores de disponer de vehículos de inversión en biodiversidad, o de compensar sus negocios invirtiendo en capital natural en lugar de simplemente agotarlo.

La segunda cuestión es que esta mercantilización causa muchos perjuicios. Cuando se trata de la complejidad de los ecosistemas, el mecanismo de los precios es un instrumento tan contundente que tiende a crear peores resultados que si no se hubiera introducido en absoluto. Al menos en los sistemas de mercado que hemos visto.

"Los sistemas de compensación de la biodiversidad en la naturaleza tienen resultados catastróficos"

Además, si bien hay escasez de estudios sólidos sobre estos sistemas, en parte porque muchos de ellos son muy nuevos, los primeros estudios tienden a demostrar que los sistemas de compensación de la biodiversidad en la naturaleza tienen resultados absolutamente catastróficos. Lo mismo ocurre con la compensación de carbono mediante plantaciones de árboles, que amenazan la viabilidad de los ecosistemas al hacerlos menos resistentes a las enfermedades y los incendios forestales.

Cuando se intenta condensar y desglosar la complejidad de los ecosistemas y la biodiversidad en algo que el mercado pueda entender –un precio–, se tropieza muy pronto con graves problemas ecológicos. Esto es así incluso si lo que se ha hecho parece un dato elegante en un balance. Puede parecer que se ha mantenido una reserva estable de activos, pero en realidad se ha perjudicado a un ecosistema.

Gran parte de este daño se debe a otro hecho: estas valoraciones no se basan en el valor ecológico, sino en lo que valora la economía. En algunos sistemas, las playas y las dunas tienen un valor astronómicamente superior al de los humedales, las turberas o incluso los bosques boreales, porque reflejan valoraciones basadas en el precio de la propiedad.

Dado que las propiedades frente a la playa valen más que las propiedades junto a una ciénaga, son un activo natural más valioso según este cálculo. Lo mismo ocurre con muchas otras categorías económicas que a menudo tienen poco que ver con cuestiones ecológicas.

¿Cómo ha afectado la guerra de Ucrania, con todo lo que ha cambiado sobre el suministro de energía, a las lógicas del capitalismo verde? ¿Qué opina de las reacciones políticas al respecto, como el IRA?

Ha sido muy diversa. La invasión y su impacto en los precios mundiales del gas provocaron una reacción sustancial por parte de las finanzas. También refleja que el gas natural vuelve a ser el preferido de los responsables políticos de todo el mundo.

La idea de la seguridad energética a través de la seguridad de los combustibles fósiles se ha vuelto a poner sobre la mesa, y con ella ha llegado una palpable reducción de la retórica verde triunfante en el sistema financiero.

Dicho esto, el IRA hace algo muy diferente, aunque yo no diría que es de ninguna manera un retroceso de la perspectiva capitalista verde subyacente, que tiene dos componentes. El primero es la santidad del mercado.

Sí, el proyecto de ley ofrece muchos incentivos –normas sobre las cadenas de suministro nacionales y la mano de obra, un importante compromiso de inversión pública–, lo que supone un gran cambio con respecto a los enfoques más puramente basados en el mercado y en el pequeño Estado.

Pero, al mismo tiempo, la idea de atraer la inversión privada hace que esta sea una oportunidad rentable para el sector privado, que defiende el papel de los mercados, la innovación y la tecnología a lo largo de la transición. Y el mercado, sin olvidar a BlackRock, lo está reconociendo y celebrando.

El segundo es el predominio del de-risking. Sigue estando presente, aunque por primera vez la IRA lo exprese de boquilla en cuestiones de justicia social. Así pues, la IRA marca una ruptura con toda la política climática estadounidense anterior –que sólo se centraba en los mercados de carbono y estaba obsesionada con la fijación de precios del carbono–, pero se mantiene dentro de los límites de la lógica capitalista verde.

El auge de los movimientos del sur global, como los esfuerzos por nacionalizar los recursos en el Triángulo del Litio, han contribuido a desencadenar conversaciones sobre acuerdos posneoliberales. ¿Cree que estos movimientos suponen una amenaza para el capitalismo verde?

Hay dos grandes tendencias que estoy observando en ese espacio. Una es esta fuente de resistencia que señalas. De hecho, sólo está al alcance de estos gobiernos de izquierdas recién elegidos en Sudamérica. Creo que su nacionalismo progresista de los recursos será la mayor resistencia a la forma angloamericana de capitalismo verde.

La otra tendencia va en la dirección opuesta dentro del sur global. Se trata de la doble disciplina de muchos gobiernos soberanos: en primer lugar, la extensión masiva de los préstamos de China y la disciplina que impone a los gobiernos, especialmente en lo que se refiere a la inversión en infraestructuras, relacionadas o no con el clima.

Y, en segundo lugar, el cambio gradual pero continuo hacia los mercados privados como otra fuente importante de préstamos.

"En el capitalismo, nuestras economías son profundamente antidemocráticas"

Los préstamos de China a los gobiernos soberanos de los llamados mercados emergentes, junto con la extensión de la financiación basada en el mercado, están creando nuevas dinámicas muy preocupantes. Se trata de espacios en los que también se están moviendo la inversión pasiva y los grandes inversores institucionales.

Más que nunca, están ejerciendo su capacidad para disciplinar a los gobiernos soberanos. Los fondos pasivos, en particular, ya han creado una mayor volatilidad para los países de renta más baja, y volatilidad en los costes de su deuda soberana. Las oscilaciones masivas en tiempos de crisis se han visto exacerbadas por estas formas de inversión, que veo convertirse en un hecho cada vez más habitual.

La actual crisis climática seguramente se verá salpicada por crisis constantes que desencadenen estas fluctuaciones de forma perjudicial y retroalimentada. Podría tener repercusiones muy negativas en lo que los países son capaces de hacer.

En su libro sugiere que, cuando la lloramos, "lloramos no sólo un mundo que hemos conocido, sino mundos que aún no hemos descubierto". Poniendo eso en conversación con su trabajo en Common Wealth, ¿puede esbozar algunos caminos alternativos que podamos descubrir en el futuro?

Para evitar una larga lista de ideas, me centraré en una perspectiva que también se ha repetido a lo largo de esta entrevista: la democracia como la cuestión de cómo gobernamos nuestros sistemas económicos. En el capitalismo, nuestras economías son profundamente antidemocráticas.

Sólo algunas personas tienen voz sobre cómo funcionan, cómo se asignan los recursos, cómo organizamos la increíble riqueza que tenemos: ese poder está distribuido de forma increíblemente desigual. Es profundamente antidemocrático. Y eso, creo, es lo esencial que hay que cambiar.

Entonces podremos comenzar el proceso mucho más espinoso de cómo reorientar completamente nuestros sistemas económicos y energéticos. Necesitamos ese primer cambio antes de poder transformar las unidades fundamentales de los sistemas en los que vivimos. Por eso en Common Wealth nos hemos centrado en cuestiones relacionadas con la planificación democrática.

Queremos democratizar las instituciones centrales del capitalismo, ya sea la forma corporativa o algunas nuevas formas de empresa y gobernanza, con el fin de reclamarlas para fines más socialistas.

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