Alma Mustafic tenía nueve años cuando la vida se detuvo. El corazón se le congeló en el verano de 1995, cuando las tropas al mando del general Ratko Mladić perpetraron el último genocidio en el corazón de Europa. Este sábado estará en el Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao (Zinebi) para participar en el estreno de You Play my father, un documental que recoge las consecuencias de aquella masacre entre víctimas y cascos azules de la ONU.
El drama de las guerras, la impunidad de los que matan y el dolor que desgarra a los que sobreviven atraviesan este cortometraje, coproducido por la productora catalana 15L Films y la estadounidense Two24Media. “No hemos aprendido nada. La capacidad de autodestrucción del ser humano es permanente y tiene picos recurrentes de horror máximo”, comenta a Público el cineasta Javier Marín, director del film junto a Rafa Honrubia y Guillermo Roqués.
El horror que rodea a You play my father tiene ingredientes propios. Es un viaje a las pesadillas que un día tras otro atormentan a Alma. Entre los muertos que hoy le siguen doliendo está su padre, Rizo Mustafic, un civil que trabajaba como electricista en el cuartel del batallón de Naciones Unidas en Srebrenica, la ciudad que se volvió infierno cuando las tropas serbobosnias decidieron que allí tendría lugar una limpieza étnica. Hubo, en total, 8.000 asesinados.
“El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia acusó a 161 personas de crímenes de guerra, de las cuales condenó a 90, entre ellas 62 serbios de Bosnia, y 13 fueron remitidas a los tribunales nacionales. Dos de los instigadores de la masacre, Radovan Karadzic y Ratko Mladic, fueron condenados respectivamente a 40 años y a cadena perpetua por genocidio, aunque innumerables supervivientes de Srebrenica continúan esperando la verdad y justicia”, recuerda un informe elaborado por la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).
Las pesadillas del soldado
El cortometraje es, también, un espejo de los terrores que agitan a Ray Braat, un exsoldado holandés que descendió hasta aquel paraíso de la muerte. Su legajo dice que estuvo en el batallón de cascos azules en Srebrenica, compuesto íntegramente por holandeses. Su cabeza le pregunta, un día sí y otro también, por qué todo tuvo que ser así.
“Cuando el general Ratko Mladic ordenó invadir el enclave y asesinar a los hombres y niños musulmanes -recuerdan los responsables del film en una nota de prensa-, ninguno de los soldados del cuerpo de paz se opuso”. Ray tampoco. Por eso los recuerdos le persiguen, a tal punto que ha intentado suicidarse en tres ocasiones.
La película surgió en el marco de un proyecto cinematográfico sobre las consecuencias de la guerra en los soldados europeos, centrado en los Balcanes y su reflejo en los conflictos actuales. Mustafic -que tenía nueve años cuando asesinaron a sus familiares- y Braat aceptaron participar en una obra de teatro titulada Dangerous names que giraba, precisamente, en torno al horror.
“Lo hicieron a modo de terapia, unos para buscar el perdón, otros para seguir reclamando la reparación y la memoria”, comenta Marín. La obra de teatro se representó en Sarajevo y en Tuzla. Esta última ciudad es la sede de las Madres de Srebrenica, un colectivo que lucha por la memoria de las víctimas y en contra de los que todavía niegan la masacre.
“Espero que este documental, así como la obra de teatro, contribuyan a la concienciación sobre este genocidio y, lo que es más importante, sobre los peligros de la polarización y la deshumanización”, afirmó por su parte el exsoldado holandés a este periódico poco antes de viajar a Bilbao, donde participará en la presentación de la película.
El rodaje, de cuatro días de duración, no fue sencillo. “Fue un auténtico descenso a los infiernos para sus protagonistas. Un descenso que filmamos y que casi nos arrastra hacia un proyecto fallido”, han señalado los directores en una nota de prensa.
“¿Ha sido todo en vano?”
“Sobreviví a un genocidio, y mi único propósito es aumentar el conocimiento y la concienciación para que podamos aprender de nuestros errores y evitar repetirlos en el futuro”, afirma Alma Mustafic a Público poco antes de emprender viaje a Bilbao, donde este sábado estará junto a Ray Braat y los directores del cortometraje. “Es absurdo que hace menos de 30 años, en el corazón de Europa, se produjera un genocidio y tan pocos sean conscientes de ello”, continúa esta mujer.
¿Cómo esperamos evitar el próximo genocidio si seguimos ignorando estos acontecimientos?
Mustafic tiene muy presente las imágenes del asedio de Srebrenica. “Sin agua, sin electricidad, sin alimentos, sin medicinas, con ataques con granadas, disparos de francotiradores, la pérdida de amigos y familiares”, rememora. Entonces viaja al presente y se acuerda de “Gaza, Ucrania u otras guerras olvidadas en África y el resto del mundo”. “Y yo me pregunto, ¿por qué no hemos aprendido nada de la historia? ¿Ha sido todo en vano?”, interroga.
En el catálogo de horrores hay un recuerdo, un fogonazo, que acompaña a esta sobreviviente desde que tiene nueve años: “Si tuviera que elegir un momento de Srebrenica, sería cuando los soldados serbios apartaron a mi padre. Intenté desesperadamente darme la vuelta para verle por última vez, pero ya no estaba. Ese recuerdo está siempre presente”.
“Todos mis seres queridos murieron por nada. No hemos aprendido nada. Ese pensamiento me desgarra el corazón y permanece día tras día en mi mente”, afirmó. Es precisamente por eso que Alma cree en la importancia de este documental. En el fondo, se trata de una pelea, otra más, contra el olvido. “¿Cómo esperamos evitar el próximo genocidio si seguimos ignorando estos acontecimientos? El conocimiento es un paso crucial hacia la construcción de un futuro libre de tales atrocidades”, subrayó.
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