zaragoza
Actualizado:"Antes de empezar el virus trabajaba en La Rioja con un portugués de Barcelona que tiene una atracción con una cama elástica y un dragón, pero ahora ni ellos pueden venir de Barcelona ni yo ir a La Rioja para trabajar", explica Vasilica Cristian Odor, un rumano de 56 años que "nunca había dejado de trabajar", cuenta, en los siete que lleva en España. Ahora, con la pandemia, lleva unas semanas viviendo debajo de un puente, de una pasarela de la ribera del Ebro en Zaragoza en la que, junto a la confluencia del Huerva, convive con otros cuatro paisanos.
El sinhogarismo está arreciando con la pandemia, tanto en Zaragoza como en otras ciudades del país. En la capital aragonesa menudean los grupos de personas sin techo ni recursos que se van instalando en espacios públicos tras haberse quedado sin vivienda en las últimas semanas.
Cinco subsisten bajo la pasarela del Huerva, al norte del barrio de Las Fuentes, otra media docena lo hace en el cercano parque Bruil y dos más en el embarcadero de Vadorrey. Son tres asentamientos en un radio de apenas trescientos metros mientras algunas oenegés estiman en más de medio centenar el número de personas que viven en la calle en pleno confinamiento.
Esas realidades están en las calles de la misma ciudad cuyo alcalde, Jorge Azcón (PP), anunciaba el viernes el desmantelamiento del pabellón para personas sin hogar de Tenerías como el "pequeño milagro que ha durado dos meses" y que "ha permitido dar soluciones a las personas más vulnerables" durante la pandemia.
"Cuando empezó la poda empezó el virus"
Cada uno de los cinco habitantes de la pasarela, bajo la que han separado con mantas pequeños habitáculos en cuyo suelo han colocado unos colchones que se empapan cada vez que llueve, llegó allí por un camino distinto.
"Cuando empezó la poda [de la vid en La Rioja] empezó el virus, y cuando me llamaron ya no podía moverme a ningún lado", explica Vasilica, que cuenta cómo antes de llegar a España se había ganado la vida como soldador submarino en Noruega. "No tengo un céntimo en el bolsillo y no puedo pedir" porque apenas hay gente en la calle por el confinamiento, añade.
Su prima Ángela y su pareja tuvieron que salir del piso en el que vivían al comienzo de la pandemia, cuando el dueño les dijo que iba a hacer unas obras. Pasaron por Tenerías pero se fueron. "Era un campo de baloncesto lleno de camas, con todo el mundo ahí y solo un toldo para separar la zona de hombres de la de mujeres. Había personas de todo tipo, cada uno con sus problemas, y hubo peleas", traduce Vasilica.
Completan el grupo un achacoso hombre cuya edad ronda la sesentena ( "tiene muchas operaciones y la pierna muy mal, anda con una muleta") y un joven albañil que mantiene su empleo y que se quedó sin casa por un problema con su pareja.
El grupo, tan escueto como variopinto, quizá no cumpla a rajatbla aquel aforismo a caballo entre la sociología y la mercadotecnia que decía que "si tienes cinco personas tienes de todo", pero sí esboza lo que se le viene encima como consecuencia del gran encierro a un país que lleva más de una década generando fragilidad social y económica hasta el punto de que decenas de miles de familias no tuvieran cómo comer a las primeras de cambio en las grandes ciudades.
Las ayudas suspendidas que el alcalde confirma
"La anterior crisis cambió el perfil de quien necesita alojamientos sociales, y en esta están llagando perfiles que nunca habíamos visto. No es transeuntismo sino emergencia habitacional", explican fuentes de los Servicios Sociales.
¿Y qué puede ser una emergencia habitacional cuando los desahucios han sido vetados durante el estado de alarma? La casuística incluye a quien se ve en la calle por una ruptura sentimental y no tiene dónde ir, a quien tras sufrirla no pudo alojarse en una pensión pese a tener dinero porque el confinamiento cerró sus puertas, a quien echan de una habitación realquilada cuando llega otro que sí puede pagar y, también, porque la deuda queda, a quien se ha quedado atrapado en un alojamiento sin posibilidad de cubrir su precio.
Todos esos perfiles se han dado en las últimas semanas en Zaragoza, cuyo ayuntamiento ha optado por suprimir las ayudas urgentes para pagos relacionados con la vivienda y para pobreza energética argumentando que la suspensión de los desalojos y de los cortes de los suministros las convierten en innecesarias. En los servicios sociales explican que mantenerlas habría permitido paliar muchas de esas situaciones
"Cuando se pidan se darán" tras el estado de alarma, señaló un portavoz del equipo de gobierno poco después de que Azcón asegurara tajantemente en una rueda de prensa que "no se han suprimido las ayudas al alquiler". Pese a su inexistencia, las había metido en un saco que prácticamente se llena con las 8.958, por un valor de 2,058 millones de euros, que el consistorio ha gestionado para que otras tantas familias pudieran comer entre el 16 de marzo y el 29 de abril, algo más del triple que en el mismo periodo de 2019.
El cierre de los servicios sociales en Zaragoza
Esa suspensión de determinadas ayudas convive durante la pandemia con el cierre de la mayoría de los centros de servicios sociales de la ciudad para centralizar la atención en una línea telefónica, algo que, además de haber provocado una reprimenda del Justicia de Aragón, el equivalente autonómico del Defensor del Pueblo, ha desorientado a muchos potenciales usuarios.
"Está todo cerrado, no tienes donde ir", explica Vasilica, que agradece la ayuda de los vecinos y de alguna parroquia cercana. "Hay personas que cuando pasan nos ven y nos dejan algo, nos dan alimentos para hacer la comida. Cada uno ayuda como puede", señala. Cocinan con un infiernillo de butano y comen en grupo.
"Nadie nos está molestando; al revés, nos ayudan", anota, aunque piden un colchón y también una escoba para limpiar los excrementos que mascotas y personas dejan al otro lado de la pared que ancla la pasarela. "No todos los días pero sí cada dos" reciben la visita de la Policía, cuenta. "Nos preguntan si estamos bien, nos tratan bien. Solo nos pidieron la documentación el primer día. Vienen para ver si estamos bien, si alguien nos está molestando", añade.
"Aumentan las familias que vienen a pedir comida"
Ninguno de ellos pasó por el albergue municipal, cuyo acceso quedó bloqueado en la práctica a mediados de abril, tras prohibir el Gobierno de Aragón los test de detección de la covid-19 que realizaba el personal municipal a los usuarios y cuyo resultado negativo era una condición imprescindible para que la puerta se abriera. "No dejaban entrar", ilustra Vasilica.
El albergue recibió ayer a 13 de los últimos 33 usuarios de Tenerías, que elevaron la ocupación a 82, mientras otros 20 pasaban a vivir en el centro de la oenegé católica El Refugio, cuyo hermano mayor también llama la atención sobre la intensidad de la emergencia social por el gran encierro. "Estamos notando un aumento en las familias que vienen a recoger comida", dijo.
Tenerías acogió en su momento de mayor ocupación a noventa personas sin techo, treinta de las cuales han comenzado a trabajar en la campaña de la fruta. "Ninguno de ellos vuelve a la calle. Quiero resaltar que noventa personas vinieron de la calle y ninguna vuelve a la calle", señaló el alcalde, mientras el concejal de Acción Social, Ángel Lorén, admitía que las oenegés locales apuntan a la existencia de 130 sin techo en Zaragoza. "Había una población de 117 personas sin hogar a las que se ha dado una solución", añadió.
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