Este artículo se publicó hace 2 años.
La vejez desahuciada
Problemas heredados como la desigualdad social, y nuevos como la gentrificación y la burbuja del alquiler, amenazan la seguridad residencial de personas mayores. 'Público' entrevista a varias personas desahuciadas mayores de 65 años para hablar del trauma del proceso y del desarraigo que experimentan al perder su hogar y su entorno después de toda una vida.
Jairo Vargas Martín
Madrid-Actualizado a
No había amanecido todavía cuando José Manuel Moreno, de 79 años, empezó a escuchar los golpes del ariete en el portal. Fue en febrero, y ese desahucio salió en todos medios. Hicieron falta más de diez furgones cargados de policías antidisturbios para echarlo (junto a su mujer, María Gómez, con 82 años y una invalidez, y a decenas de activistas por el derecho a la vivienda) de un humilde piso de Carabanchel, Madrid. Allí habían vivido de alquiler los últimos 55 años. "Toda una vida", decía entonces a Público el anciano. Las mismas palabras llegan hoy a través del teléfono, y suenan igual de pesadas. ¿Cómo se sigue adelante cuando se evapora la idea que habías proyectado para tus últimos años de vida? ¿Qué se siente cuando a la ciudad ya no le vale con el poder adquisitivo que has podido lograr?
José Manuel y María vieron en tiempo real cómo Carabanchel cambiaba la chabola por el bloque de ladrillos. Nunca tuvieron demasiado, pero sí lo justo para vivir de alquiler y criar a un hijo. Ahora el barrio sigue cambiando, sobre todo de precios. Pagaban algo más de 400 euros al mes, pero tuvo un despiste que el casero aprovechó para cancelar el contrato. Era una deuda de 800 euros que les ha cambiado la vida por completo. Porque los precios suben sin freno en Madrid, nadie sabe cuándo tocarán techo ni, sobre todo, a cuántas familias con economías precarias o ajustadas como ellos se va a llevar por delante.
"No había forma de encontrar otra casa como la nuestra en el barrio por menos de 900 euros"
"Fue imposible. Recuerdo esa ansiedad todavía. No había forma de encontrar otra casa como la nuestra en el barrio por menos de 900 euros. Ni en todo Madrid", explica José Manuel. Ahora el matrimonio vive a 400 kilómetros de allí. En la pequeña localidad pacense de San Vicente de Alcántara, donde nació María pocos años antes de emigrar a la capital en busca de trabajo. Allí tiene dos hermanos que le ayudaron a buscar una casa asequible en alquiler. Muchos de los vecinos del pueblo vieron el desahucio en televisión, comentan la pareja.
"Mi marido me riñe mucho porque me pongo a llorar enseguida. Pero qué voy a hacer si estoy triste. Echo mucho de menos Madrid, mi barrio, a mis vecinos, a mi peluquero, a mi hijo y a mi nuera. No paro de acordarme de mi casa. Ahora está vacía, lo sé porque me lo dicen los vecinos cuando llaman para ver qué tal estamos", comenta la mujer. El problema, dice, es solo el dinero. "Nuestro ingresos no nos lo permiten tal y como están ya la cosas", esboza con languidez en la voz.
Ante el revuelo que generó esta dramática situación, el Ayuntamiento de Madrid les facilitó un piso tutelado, pero decidieron rechazarlo por varios motivos. El primero era que le costaría el 75% de su pensión. El segundo era el lugar, alejado de su entorno cotidiano y de su hijo. El tercero, que no podían llevarse los muebles que tanto pelearon por conseguir. "Ha sido doloroso, pero irnos al pueblo ha sido la única solución real. Nos adaptaremos como podamos y aguantaremos lo poquito que nos queda. No estamos mal, pero es una injusticia todo. Que nos echen con 50 policías y que estén así los precios de las casas", se desahoga. José Manuel.
Un drama invisible y sin datos
El suyo fue quizá uno de los desahucios de personas mayores con más impacto mediático del año. Pero no ha sido el único. Sin embargo, saber cuántas personas de más de 65 años han sufrido un desahucio es una tarea imposible. A pesar del drama que se visibilizó tras la crisis de 2008, en España sigue sin haber estadísticas claras sobre desahucios en general, y mucho menos sobre desalojos de vivienda habitual que afecten a la tercera edad.
Pero el problema "es muy real, aunque totalmente invisible", y también profundo, porque puede afectar a un perfil más indefenso y vulnerable, apunta Irene Lebrusán, doctora en Sociología por la Universidad Complutense y postdoctorado en la prestigiosa universidad de Harvard. La desigualdad y los problemas de acceso a la vivienda han centrado gran parte de sus investigaciones, en las que ha incluido el factor de la edad. Su libro La vivienda en la vejez: problemas y estrategias para envejecer en sociedad (CESIC) habla de la vulnerabilidad residencial como un factor común en gran parte de la tercera edad.
"Los problemas de las personas mayores no son solo las residencias y la soledad no deseada"
Según ella, el desahucio, normalmente por impago de alquiler o por fin de un contrato de cesión, es solo un escenario más que se suma a otros problemas, como viviendas en mal estado, el empuje de la especulación inmobiliaria y numerosos factores que apenas se tienen en cuenta, como los espacios reducidos, poco accesibles o incluso viviendas sin cuartos de baños. "He visto de todo a lo largo de mis investigaciones, y hay que dejar claro que los problemas de las personas mayores no son solo las residencias de ancianos y la soledad no deseada", apostilla.
Lebrusán afirma que los ancianos pueden sufrir un desahucio como cualquier otro grupo de población, y no que es necesario que sufran un fuerte revés económico para ello. "Hay un porcentaje muy importante de personas que ha arrastrado toda su vida una situación económica límite, que han rozado la exclusión social. Han sufrido esa desigualdad a lo largo de toda su vida, y al más mínimo cambio todo se viene abajo. Las desigualdades arrastradas al final eclosionan a la vez durante la vejez", ilustra la académica.
El problema, resume, es que tendemos a caer en dos errores comunes al hablar de personas mayores. Pensamos que es un grupo homogéneo con idénticos problemas, pero son más de nueve millones de personas (un 19.3% de la población) con una disparidad de perfiles y situaciones abrumadora. También se tiende a creer que los ancianos de hoy son hijos de aquel dogma franquista que impulsó "un país de propietarios en lugar de proletarios". Pero lo cierto, añade Lebrusán, es que "cada reforma económica y del mercado de vivienda ha ido dejando bolsas de población excluidas, fuera de los nuevos modelos. Y eso se debe siempre a la desigualdad social. No todo el mundo pudo optar a comprarse una casa en el boom de la edificación franquista como hoy muchas familias no pueden acceder a una hipoteca", resume.
De hecho, el número de propietarios ha caído cuatro puntos en solo una década, pasando del 79,8% en 2010 al 75,1% en 2020, según datos de Eurostat. De ese 25% de inquilinos, "no son tan pocas las personas mayores que viven de alquiler. Muchas no son desahuciadas técnicamente, pero también hay desahucios invisibles, gente a la que se empuja a irse mediante acoso inmobiliario o porque los caseros no renuevan contratos para subir los precios”, asegura Lebrusán.
Ante la situación inmobiliaria y el modelo de crecimiento económica español, muy apoyado en el ladrillo y la especulación, lo más probable es que haya cada vez más ancianos sin una vivienda en propiedad que les garantice seguridad residencial al final de su vida. "Ni la acción del mercado ni las políticas públicas han resuelto los problemas de vivienda heredados del pasado. Y además surgen problemas nuevos a los que tampoco se busca solución, como los procesos de gentrificación y los efectos del turismo en el encarecimiento de la vivienda", advierte la experta.
Argumosa, 11, el icono de la especulación en Lavapiés
El zarpazo repentino de estos dos fenómenos quedó nítidamente retratado en el bloque de la calle Argumosa número 11, en el madrileño barrio de Lavapiés. Lo que habían sido durante décadas viviendas privadas en alquiler asequible en un barrio céntrico pero barato han pasado a convertirse en pisos que se alquilan a turistas a más de cien euros la noche en una de las zonas más cool (y por tanto más caras) de la ciudad.
Las familias que pagaban alrededor de 400 euros al mes vieron cómo una nueva empresa propietaria se negó a renovar los contratos si no había subidas del alquiler que superaban los mil euros. Se organizaron junto a la PAH y al Sindicato de Inquilinos de Madrid para resistir. Pero hoy no queda allí ningún inquilino, salvo alguno de renta antigua, después de un espectacular dispositivo policial para ejecutar cuatro desahucios simultáneos. Fue en febrero de 2019.
"Yo no sabía de verdad lo que significaba el arraigo hasta ahora, que estoy fuera del barrio en el que viví 30 años. Aquí casi no salgo a la calle, no conozco el barrio ni a la gente”, explica Pepi Santiago, de 69 años. Fue el rostro más conocido de aquella batalla perdida. "¿Cómo iba a yo a poder pagar más de mil euros? Siempre hemos vivido humildemente, de lo que sacábamos de la venta ambulante. Y de repente te ves en la calle, como si fueras una delincuente", comenta en una terraza de Usera, al otro lado del Manzanares. Allí vive ahora, en un piso público de la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo de Madrid. La acompañan sus dos hijas, de 27 y 30 años, en desempleo o con trabajos esporádicos.
"Vivir todo esto marca mucho. Es muy fácil caer en una depresión después de un desahucio", explica Pepi
"La casa tiene dos habitaciones. Yo duermo en el salón. Pero es lo que hay", dice. No es lo que más le disgusta de su nueva vida. "Lo peor es que por hacer negocio han roto una comunidad entera que llevaba allí toda la vida. Mucha gente de mi familia vivía en ese edificio, estábamos muy unidos y nos ayudábamos cuando alguien tenía un problema, económico o de salud", explica. "Ahora cada uno estamos en una punta de Madrid. Algunos han tenido que ocupar una casa vacía; mi hermana y su marido están en una vivienda de emergencia de una ONG, pero también a punto de que los echen, porque no pueden pagar nada", relata.
Y a eso se suma el trauma del desahucio, las noches en vela, las negociaciones para nada y un periplo por hostales en plena pandemia. "Fue la única solución temporal que nos dio el Ayuntamiento. Menos mal que tuve suerte y me tocó la vivienda pública, aunque duele mucho que te pase esto, te cambia la vida sin que hayas hecho nada, sin que sea tu propia decisión", reflexiona. "Yo me considero una persona fuerte, pero vivir todo esto marca mucho. Es muy fácil caer en una depresión. Yo lo pasé muy mal, tuve que tomar pastillas para la ansiedad, y mi mayor miedo era no recuperarme de este golpe", apostilla.
Desarraigo y soledad
El desarraigo es el primer problema que todos los entrevistados expresan. "Cuando te llevas de su barrio a una persona mayor, el resultado puede ser catastrófico. Pierden sus redes sociales, circuitos de solidaridad vecinal, la seguridad de saber a dónde ir para hacer determinada cosa, aunque sea solo sentarse en un banco al sol. Se las sume en una soledad absoluta. Y eso puede derivar en problemas de salud mental. Sobre todo, estrés y ansiedad", reseña Lebrusán.
También apunta a la depresión, que está muy relacionada con los suicidios. Y subraya que el número de personas mayores de 79 años que se han quitado la vida ha aumentado un 20% respecto a 2019, según el INE. Las causas son muy diversas, pero la soledad no deseada, explica, es una de las razones de la depresión en personas mayores.
"Yo me siento totalmente desubicada", dice Teresa Sarmiento, de 72 años. El pasado verano fue desahuciada de su piso de alquiler, en el mismo bloque que Pepi. "Éramos vecinas y hacíamos mucha vida juntas. Es una lástima", se desahoga. Teresa es otro de esos casos de economías endebles que se apoyaban en vecinos y bares de su calle. Con una pensión no contributiva de poco más de 400 euros, encontrar otra casa asequible en Madrid era una quimera. "Viví allí más de 20 años. El golpe es demoledor", intenta explicar.
Ahora vive en Torrejón de Ardoz, "a cerca de una hora y media de Lavapiés en transporte público", remarca. Lo sabe, porque regresa a su calle cada vez que puede, a comer con amigos o con viejos vecinos. "Aquí me encuentro fuera de todo. No es que esté mal, simplemente estoy en otra ciudad, con gente desconocida y muy diferente a mí", resume. Gracias a la labor de su trabajadora social, tras el desahucio consiguió una plaza de un piso tutelado.
"Es un cambio enorme. Aquí hay horarios, hay normas, tengo una compañera de piso que tiene más de 80 años. Yo siempre he sido muy independiente y aquí no puedes hacer cosas que siempre has hecho sin darle importancia", enumera.
"Mi gran consuelo es que tengo un techo. Yo me vi en la calle a mi edad, sin alternativa. Después de un trauma tan grande como un desahucio y sola, porque yo no tengo familia", se sincera. Ahora se va acostumbrando a su nueva vida, pero la frustración la acompaña cada día. "¿Qué está pasando con la vivienda en las ciudades? ¿Por qué se tiene que ir la gente? Hacen falta políticas serias para evitar que esto pase, pero no se ven por muchos desahucios que haya", reflexiona.
Lebrusán apunta que este tipo de casos pueden ser mucho más habituales en el futuro. "Y eso por no hablar de mi generación. Los jóvenes de ahora, con la precariedad laboral que hay, el problema de las pensiones y las dificultades de emanciparse pueden tener serios problemas en la tercera edad si no hay cambios estructurales", advierte.
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