Este artículo se publicó hace 5 años.
La NueveLas tres guerras contra el fascismo de un calderero anarquista
Martín Bernal, que liberó París con La Nueve y escoltó a De Gaulle en el desfile de la victoria sobre los nazis, vivió un periplo bélico de nueve años que inició escapando de los sublevados en Zaragoza para unirse a la Columna Ascaso, que continuó alistán
Zaragoza-
Martín Bernal luchó tres veces contra el fascismo. Una, en la guerra civil, primero en la Columna Ascaso y después en las tropas regulares de la Segunda República. Después, en África con la Legión Extranjera. Y. por último, en la campaña de liberación de Francia y Alemania como alférez de La Nueve, la legendaria compañía de republicanos españoles que el 24 de agosto de 1944 liberó el Ayuntamiento de Paris y, unas horas más tarde, detuvo al general Dietrich con Choltitz, el comandante de las tropas nazis de ocupación, con todo su Estado Mayor.
Martín, de 24 años cuando los militares franquistas se sublevaron en 1936, se ganaba la vida como instalador de calderas, ocupación que compaginaba con la de novillero bajo el pseudónimo de Larita II. “La guerra le obligó a dejar las dos ocupaciones”, explica Diego Gaspar, investigador y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, autor de La guerra continúa. Voluntarios españoles al servicio de la Francia Libre (1940-1945) y que está trabajando en la redacción de Banda de cosacos. Historia y memoria de La Nueve y sus hombres, que llegará a las librerías el año que viene.
Vecino del barrio de Torrero, aunque había nacido en Garrapinillos, y miembro del sindicato anarquista CNT como su hermano Francisco, optó tras el golpe militar por escapar de Zaragoza, donde los sublevados desatarían una feroz represión con más de 3.500 fusilados y desaparecidos, para unirse a la Columna Ascaso, una de las milicias libertarias que salieron de Barcelona en los primeros días de la guerra para intentar liberar la capital aragonesa.
Una fuga a pie de Llíria al Pirineo
Ya no dejaría las armas hasta once años después, cuando, a mediados de 1945, fue licenciado tras terminar la Segunda Guerra Mundial en Europa. “Era un coloso de mirada clara y gesto tranquilo”, lo describe la periodista Evelyn Mesquida en su libro La Nueve. Los españoles que liberaron París. Medía 1,80.
Tras la disolución y militarización de las milicias anarquistas, Bernal participó como soldado regular en varias batallas de la guerra civil, como la de Teruel. “Hecho prisionero por los franquistas al final de la guerra, se había evadido y había atravesado toda España a pie, caminando por la noche y ocultándose durante el día”, narra Mesquida.
Sin embargo, nada más cruzar los Pirineos, a los que había llegado desde Llíria (Valencia) en septiembre de 1939, fue arrestado por la Gendarmería, lo que le situaba ante tres opciones: ser deportado a España, ir a un campo de refugiados (o de prisioneros) o enrolarse en la Legión Extranjera. Optó por la tercera. Poco después, tras formalizar los papeles en Tarbes, estaba viajando a África.
Bernal se hacía llamar Manuel Garcés, en una especie de homenaje a su amigo y cuñado de ese nombre, al que conoció cuando ambos actuaban como novilleros. Aunque la elección también tenía algo de protección: “trataba de evitar que su familia, que se había quedado en España, pudiera sufrir algún tipo de represalias”, anota Gaspar.
Como legionario pasó por varias unidades y participó en diversas batallas, tanto en Senegal como en Túnez contra el Áfrika Korps del mariscal Rommel, antes de desertar para alistarse en el Cuerpo Franco africano en 1943, a poco de que este fuera finalmente disuelto para integrarse en el Ejército de Liberación Nacional francés. Allí fue uno de los 144 españoles (de 160 miembros) que fundaron La Nueve, adscrita al Tercer Regimiento del comandante Joseph Putz dentro de la Segunda División Blindada del general Leclerc.
"Por su valor tranquilo, logró imponerse con rapidez"
Meses después, el 24 de agosto de 1944, sería uno de los 70 hombres de esa unidad que liberaron el Ayuntamiento de París, en la acción militar que simbolizó la reconquista de la ciudad tras la ocupación nazi.
Al día siguiente, Bernal participaría en el asalto a la central telefónica de París, operación en la que terminaría haciéndose cargo del mando tras resultar herido el teniente inicialmente encargado de ello, y, uno más tarde, el 26 de agosto, comandaría el vehículo “Resistencia”, uno de los cuatro con los que los soldados de La Nueve escoltaron al general Charles de Gaulle en el desfile de la victoria.
Durante la campaña previa había dirigido el “Liberación”, el “Teruel” y el “Brunete”.La presencia de los soldados republicanos en esa celebración provocó una queja formal ante el Eliseo por parte de la dictadura franquista, que se refería a sus compatriotas como “españoles enganchados en África y recogidos en Francia conforme avanzaban por la metrópoli las tropas desembarcadas del general Leclerc”, cuenta Mesquida. Las autoridades de la Francia Libre la despacharon sin mayores ceremonias.
“Por su valor tranquilo, logró imponerse con rapidez en La Nueve”, señala Mesquida, que recuerda cómo más tarde sería condecorado “por hacer frente a un enemigo muy superior, ocasionar numerosas bajas y conseguir salvar a un compañero herido”.
El hermano ‘perdido’ en Mauthausen
Tras resultar herido durante la guerra en cinco ocasiones, varias de ellas en la dura campaña de Alsacia, que concluyó con la liberación de Estrasburgo, Bernal fue uno de los integrantes de la tercera sección de La Nueve que, el 5 de mayo de 1945, participaron en las tareas de escolta de la retaguardia de las fuerzas aliadas que, tras los bombardeos de la aviación, ‘barrieron’ en desfiladero de Inzell, el acceso al Nido de las Águilas, la ostentosa residencia de montaña que los nazis habían regalado a Hitler.
Esa fecha, en el que participó en una de sus últimas operaciones bélicas antes de regresar a París y licenciarse, quedaría grabada en la memoria del calderero anarquista que estaba a punto de dejar de ser soldado.
Meses después, en la capital francesa, Martín se reencontraría con su hermano Francisco, de quien no tenía noticias desde hacía cinco años. Había llegado a París repatriado desde Mauthausen, el siniestro campo de concentración que los nazis habían instalado en el noreste de Austria y al que las tropas estadounidenses habían llegado el mismo día que caía el Nido de las Águilas.
Los dos hermanos abrieron una zapatería en las afueras de París, ciudad en la que, aunque viajaron a Zaragoza en varias ocasiones, ambos residieron hasta su muerte. “Soy feliz porque estoy vivo después de lo que he pasado”, explicaba Paco en el documental Aragoneses en el infierno, de Mireia R. Abrisqueta, en el que recordaba la sobrecogedora leyenda que había en la entrada del campo: “vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”.
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