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La transformación de San Blas: de un barrio obrero a uno de "estética burguesa" y urbanizaciones con piscina

La evolución de la zona deja un escenario actual de aislamiento social. Un contraste con la comunidad de "puertas abiertas" de sus orígenes. "Se ha perdido algo tan importante como el apoyo mutuo y la vecindad", explica Alana S. Portero.

Fotografía de San Blas en sus orígenes, de la exposición 'Cuando el barrio era barro'.
Fotografía de San Blas en sus orígenes, de la exposición 'Cuando el barrio era barro'. Cedida por la Plataforma Vecinal San Blas

Madrid lleva décadas siendo un laboratorio de políticas neoliberales, lo que la ha convertido en una ciudad despojada de lazos sociales y muy vaga políticamente, que ha mermado la fuerza de las asociaciones que se oponen al recorte de sus derechos. De esto tampoco se libran los barrios obreros de la capital. Conversamos con Julia López, Luis Vallejo y Agustina Serrano, miembros de una asociación de vecinos de San Blas y con Alana S. Portero, autora de La mala costumbre, libro que relata en primera personal el cambio radical que sufrió el barrio.

Para entender cómo el distrito pasó de ser una comunidad de "puertas abiertas" a estar lleno de urbanizaciones cerradas donde la vida ocurre dentro, hay que remontarse al principio. Los trabajadores agrícolas emigraban a las ciudades en busca de una vida mejor, y se asentaban en la periferia de la ciudad. "Se crearon núcleos chabolistas porque esa gente llegaba con lo puesto y se construía sus propias casas", cuenta Julia López, de la Plataforma Vecinal San Blas.

Los vecinos del barrio del Gran San Blas en la entrega de siete mil viviendas sociales y de renta limitada del régimen, en julio de 1962.
Los vecinos del barrio del Gran San Blas en la entrega de siete mil viviendas sociales y de renta limitada del régimen, en julio de 1962. Fiel / Efe

Fue algo que ocurrió en todos los barrios de las afueras de Madrid, y se da así una situación en la que el régimen entiende que tiene que realojar a los obreros. Aquí surgen los planes de vivienda de Francisco Franco, un proyecto que no tardó en quedar desatendido: se construyeron casas prefabricadas muy precarias en distritos en los que no había escuelas, servicios médicos o posibilidades de ocio. "Era una concepción de ciudad dormitorio, lo que quería el régimen era alojar a los trabajadores/as que luego iban desarrollar su tarea fuera de este barrio. La idea de irse a trabajar y volver a tu barrio dormitorio. Entonces lo construyen con muy pocas calidades", narra Luis Vallejo, también miembro de la asociación.

Sin embargo, a pesar de –o precisamente por– las condiciones, era un barrio con muchísima vida social y vecinal. "Los primeros vecinos venían de contextos muy sociales, de pueblos donde la comunidad era de "puertas abiertas", y eso favorecía todas las relaciones sociales y de confianza. Se tenía al vecino integrado en un apartado muy cercano a lo que podía ser tu familia", añade Vallejo.

La conciencia de clase y la lucha obrera formaban parte del día a día de los vecinos de San Blas. "Se manifestaban a diario. Ya tiene que estar la gente harta para hacer una manifestación de lunes a domingo durante seis meses sin fallar", cuenta Agustina Serrano, presidenta de la asociación, respecto a las protestas que llevaron a cabo los ciudadanos para demandar mejoras en las viviendas.

"El miedo lo sustituyó todo" cuando llegó la droga

Pero entonces llegó la pandemia de la heroína, que, según recuerda la escritora Alana S. Portero, "transformó por completo el barrio". El tejido vecinal tan potente que había, en lugar de poder ocuparse de hacer avanzar el barrio hacia otros lugares o de conectar unas personas con otras, "se transformó en intentar cuidar a los hijos para que no cayeran en la droga. De repente, el miedo lo sustituyó todo", agrega.

Alana S. Portero: "La droga sirvió para crear el relato del barrio obrero peligroso que debe ser transformado"

Marcó mucho el barrio, no sólo por la delincuencia –que sí que la había, pero no en la medida que se hacía pensar–, sino sobre todo porque "sirvió de excusa para crear el relato del barrio obrero peligroso que debe ser transformado. Un discurso que legitimó la necesidad de convertir casi todos los barrios de Madrid en zonas residenciales", reflexiona Alana S. Portero.

Collage de fotografías de San Blas en sus orígenes, durante los años 40, 50 y 60.
Collage de fotografías de San Blas en sus orígenes, durante los años 40, 50 y 60. Cedida por la Plataforma Vecinal San Blas

Una imagen y un relato del barrio que perduran hasta el día de hoy. Todavía, cuando alguien menciona en una conversación que es de San Blas, la gente de Madrid que recuerda aquellos tiempos conecta al barrio con la peligrosidad, la delincuencia y las drogas. Vallejo, que también trabaja en un centro de desintoxicación en el barrio, desmiente que la violencia fuera algo a la orden del día en el San Blas antiguo. "Los consumidores son los primeros que no quieren enfrentarse con nadie, porque saben que entrar en conflicto con una vecina va en su contra". Sin embargo, a los consumidores se les despojaba de la condición de vecino, de forma que se le deshumanizaba: ya no eran vecinos, eran yonquis y eran peligrosos.

Los datos desmienten el relato de la peligrosidad de San Blas: es un barrio seguro

Alana S. Portero recuerda que "San Blas, a finales de los 70 y principios de los 80, era un sitio donde todo el mundo estaba en la calle todo el tiempo. Algo que choca un poco con el relato de la peligrosidad". Los datos actuales de la Policía Municipal de Madrid también desmienten esta imagen: San Blas no es un barrio más inseguro que barrios como Hortaleza o Moratalaz.

"La España de las piscinas"

Sin embargo, el relato de San Blas y la peligrosidad ha durado hasta la actualidad porque interesa que se mantenga. "Si un barrio es visto así, siempre resulta más fácil convertir todas las zonas en carne de transformación", como ocurrió con Las Rozas, una extensión perteneciente al distrito que fue construida más tarde, en 1985, como parte de un proyecto que pretendía enterrar definitivamente el poblado chabolista. Julia López define Las Rosas como "un lugar que vive en otro mundo, ajena a todo lo que ocurrió". Los vecinos de allí ni siquiera se sienten identificados con el barrio, y lo dejan muy claro: ellos son de las Rosas, no de San Blas.

San Blas-Canillejas ha sido históricamente un distrito de izquierdas y ahora gana el PP

"Cuando construyes grandes edificaciones con viviendas de mayor calidad que las de enfrente –que además son hacia dentro, con piscina, pádel, garaje...–, cambia el perfil del barrio, y genera un perfil de votante", agrega Julia López. Y tiene razón: San Blas-Canillejas ha sido históricamente un distrito de izquierdas y ahora gana el PP. Madrid es un "laboratorio de políticas neoliberales", afirma Luis Vallejo, y estas expansiones urbanísticas no son sino una probeta más.

Resultados de las elecciones municipales en San Blas en 2023.
Resultados de las elecciones municipales en San Blas en 2023. Público

Es el fenómeno que se conoce como "la España de las piscinas": son urbanizaciones que se extienden por las afueras de las ciudades y en las que reside buena parte de la llamada clase media aspiracional, que siguen el modelo de suburbio estadounidense y que crean un mundo que favorece el individualismo y la desconexión social, según define Jorge Dioni en su libro homónimo. También es característica de esta zona la privatización de los servicios: en el distrito ya hay prácticamente la misma cantidad de colegios concertados/privados que públicos.

Vista aérea de las urbanizaciones de Las Rosas.
Vista aérea de las urbanizaciones de Las Rosas. Captura de Google Maps

El resultado: una clase obrera desclasada

Es otra de las formas que el capitalismo ha ideado para destruir a la clase obrera: hacer que aspire a lo que en realidad no es, hasta que se olvide de su propia identidad. "El barrio de enfrente tiene un espejo al que mirar. Si seis personas viven en una casa de 48 metros cuadrados, aspiran a ser como los nuevos vecinos. ¿Porque, quién no quiere mejorar? Es muy cruel que te enseñen en la cara lo que no puedes tener", concuerda Vallejo.

Puede que los pisos de las nuevas urbanizaciones sean más cómodos y la gente, aparentemente, viva mejor. Pero esto acabó con la lucha obrera. "Las puertas blindadas sirvieron para encerrar a la gente dentro, no para evitar que alguien entrase en las casas", reflexiona Alana S. Portero.

Alana S. Portero: "Madrid se ha hecho muy vaga políticamente, y de esto no se libran los barrios obreros"

"Creo que es un proceso que ha vivido toda la ciudad, de tragarse todas las políticas neoliberales hasta quedar reducidas a un sitio en el que el activismo es muy específico, muy concreto... Y, desde luego, es una ciudad que se ha hecho muy vaga políticamente, y de esto no se libran los barrios obreros de ninguna manera", añade la autora.

Todo el distrito de San Blas-Canillejas está formado por gente obrera que ya no se comporta como tal. Luis Vallejo explica que "es una especie de desposesión, porque es un barrio de gente con trabajo, pero si comprobamos los índices de renta per cápita, en el barrio de Amposta una persona cobra de media 1.000 euros y el alquiler cuesta 900". Sigue siendo un barrio obrero, pero "el que no es obrero es el obrero, está desclasado", matiza López.

Urbanizaciones que acaban con la vecindad

Alana S. Portero: "Las calles no están tan hechas para estar en ellas, ya son solamente lugares por donde se pasa"

Además, son urbanizaciones que acaban hasta físicamente con la idea de vecindario. Los espacios comunes son cada vez menores y "los bloques de pisos están construidos de tal manera que hay pocas ventanas que se comuniquen, los rellanos son estrechos y relativamente mal iluminados", describe Alana S. Portero. "Las calles no están tan hechas para estar en ellas, ya son solamente lugares por donde se pasa", añade.

Fotografía de vecinos de San Blas en sus orígenes de la exposición 'Cuando el barrio era barro'.
Fotografía de vecinos de San Blas en sus orígenes de la exposición 'Cuando el barrio era barro'. Cedida por la Plataforma Vecinal San Blas

La pérdida de esta vecindad y del apoyo mutuo sólo puede verse como una pérdida, porque, en la sociedad actual, todo el mundo va apurado y necesita una mano con algo. Alana S. Portero cree que esto es también parte del truco capitalista: "Individualizar las vidas de tal manera que tengas que sacarte las castañas del fuego tú sola, o por unidades familiares. Y el día tiene 24 horas, no hay tiempo para todo. Siempre se llega tarde, siempre se llega mal", y siempre vendría bien alguien que pueda echar un vistazo a tus hijos o regar tus plantas al irte de vacaciones.

Vallejo recuerda que, cuando era pequeño y aún no tenía la edad de ir al colegio, su madre le dejaba en casa de la vecina y se iba a trabajar. "Mi vecina se hacía cargo de mí, de darme de desayunar o de comer", cuenta. Alana S. Portero recuerda su infancia de forma muy parecida y narra que, cuando jugaba de pequeña en los parques o en la calle, no hacía falta que estuvieran sus padres porque los niños estaban a cargo de todo el mundo. "Era muy difícil que una criatura no tuviera varios pares de ojos en ellos que no fuesen los de sus padres".

Agustina Serrano: "Si ahora me quedo sin algo, no sabría a quién acudir"

Si una vecina necesitaba algo de otra, solo tenía que pedirlo, algo que estaba muy naturalizado. "Ahora si me quedo sin huevos, me quedo sin huevos, no sabría a quién acudir. Porque la gente que viene a los pisos ya no es así, no se forman esas relaciones", reflexiona Serrano.

Estas redes vecinales también eran un remedio contra la soledad no deseada. Permitían hacer compañía a señoras mayores que estaban solas o ayudarlas a que la vida fuese más fácil, explica Alana S. Portero. "Era muy normal pasar por la casa de una vecina que tuviera problemas para moverse y preguntar "¿Quieres que te suba algo de la compra?".

"Ama a tu vecina, odia a Securitas Direct"

"De mi casa tenían la llave dos vecinas de mi planta, otra de la planta de arriba y otra de la planta de abajo. Teníamos un cajetín solo para las llaves de las vecinas. Ahora no, ahora la gente tiene Securitas Direct", se queja Luis Vallejo.

Ilustración de Javi Txuela, @_javitxuela en Instagram.
Ilustración de Javi Txuela, @_javitxuela en Instagram. Cedida a Público

Las empresas de seguridad insisten en hacer publicidad con el mensaje de que, si te vas de vacaciones, te van a ocupar la casa. "Si eso sucede es porque no eres capaz de darle tu llave a la vecina de enfrente para que te levante las persianas una vez al día, para que te riegue las plantas y  para que compruebe que no tienes una gotera o te has dejado abierto el gas". El miembro de la asociación vecinal defiende que hay que cambiar el paradigma que generan las empresas de seguridad por "mantener una relación con el vecino y por el autocuidado y la autoprotección".

Alana S. Portero: "Tenemos vidas de estética burguesa, pero exactamente igual de precarias que antes"

La población del distrito sigue siendo de clase obrera, aunque una gran parte ya no se identifique como tal. S. Portero lo define como una trampa: "Tenemos vidas de estética burguesa, pero exactamente igual de precarias que antes. Simplemente con alguna comodidad más: con más cadenas de televisión, con casas más cómodas... pero ahora tampoco es muy fácil pagar la calefacción o el aire acondicionado".

Fotografía del metro de Las Musas en los orígenes del barrio, tomada en los años 70.
Fotografía del metro de Las Musas en los orígenes del barrio, tomada en los años 70. Fotografía cedida por la Plataforma Vecinal San Blas

Ese espíritu de pequeñoburgués lo único que hace es alejarnos de quien tenemos delante. El relato de la desconfianza está instalado en nuestras sociedades, hasta el punto de que preferimos
darle toda nuestra información a empresas de seguridad, e incluso poner cámaras de seguridad, antes que llamar al timbre de al lado. Si bien es cierto que un vecino que lleva todo el día trabajando no tiene tiempo para hacer vecindad, según reconocen desde la asociación de vecinos; compartir la carga siempre es mejor que llevarla sola.

Mucha gente del barrio ya no se acuerda de esta parte buena, y sólo mantiene su recuerdo a través del relato propagandístico de la precariedad y el terror. La autora de La mala costumbre no cree que haya que volver al pasado "haciendo ejercicios de nostalgia vacíos ni recordando aquello como algo maravilloso, porque no lo era". Aunque el barrio haya mejorado en algunos aspectos durante estos años, "se ha perdido algo tan importante como el apoyo mutuo".

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