sevilla
La doble transición es el título del libro que acaba de sacar del horno el periodista Raúl Solís (libros.com). En él, a través de la historia de ocho mujeres, reivindica el papel de las personas transexuales en el movimiento por la igualdad de derechos de las disidentes sexuales. “El libro nace de la hipótesis de que ellas son las que lideran el movimiento de liberación sexual. Eran todas mujeres transexuales las que dieron la cara. El relato épico está apoderado por gays. Y las trans no forman parte de él”, reflexiona Solís, al sevillano sol de febrero, mientras comparte un café con Público y con dos de las protagonistas del libro, la activista transexual Mar Cambrollé (Sevilla, 1957), una de las personas que más han hecho por la visibilización de la causa en los últimos tiempos, y María José Navarro (Sevilla, 1953), también conocida como la otra Pantoja.
Cambrollé y Navarro se conocen desde hace 40 años. Han elegido la orilla sevillana del ramal del Guadalquivir -al otro lado Triana y la calle Betis- para este encuentro, porque allí fue donde todo empezó. Donde comenzó la historia de su emancipación y el descubrimiento del sexo. Allí iban a ligar, allí se escondían de la persecución. Allí iniciaron “una gran guerra”, en palabras de Cambrollé. “Raúl ha sabido contar las vidas de mujeres sin discurso político, de mujeres que no necesitaban de teoría ni de filosofía, de mujeres que supieron subsistir, vivir, burlando y riéndose de las almas fascistas y de la moral judeocristina y nacionalcatólica. Ellas hicieron una gran guerra desde unas herramientas que hoy nos pueden parecer superfluas, pero que fueron herramientas que no tenían sinónimo con violencia: lo hicieron desde el carmín”.
Recuerda Navarro aquella época: Yo tenía el show normal de dos pases. Primer pase y segundo pase. Yo hago Isabel Pantoja. Cambié al principio una vez, por Sarita Montiel. Me atrae la forma de actuar de la Pantoja, su estilo, su carisma, sevillana, de aquí de Triana. La conocí. Fui, incluso, a Cantora.
Tercia Solís: Cuéntale de La Esmeralda.
Retoma Cambrollé: La Esmeralda era una marica de Sevilla. Siempre se la ha conocido en un rol femenino. Era un empresario antiguo, con peso en la venta Marcelino, donde se hacían shows de travestis, como se decía entonces. Iban por la noche gente de la burguesía, policías, comisarios… Gente que de día hacía ascos, pero que de noche iban a alternar y a pasárselo bien y si tocaba, algún escarceo.
Navarro: Tenían una cara y luego, por detrás… Y lo hacían. Yo lo he vivido. Hay mucha hipocresía. Es una gente muy rara. Lo blanco y luego lo negro.
Luego, Mar puso en el Duque un puesto, un quiosquito. Ella siempre ha sido muy trabajadora.
Cambrollé: Siempre hemos tenido contacto.
Navarro: La amistad es lo más grande. Como un familiar allegado o más. Las personas de la calle, muchas veces son mejores que la familia. Las que son buenas. Las que son malas, no. Una persona de la calle te da y te toma y si hace falta, da la vida por ti. Yo con mi familia, bien. Con mis padres. Lo demás me sobra. Jamás he tenido problema con mis padres. Me han ayudado toda la vida. Me han ayudado toda la vida.
Cambrollé: No era la suerte de todas. Muchas han tenido que irse a la calle.
Navarro: Sí. Otros no le hablan al hijo por ser como es. Por ser trans. ¿Eso se hace? Tienes que tener un corazón de cocodrilo diabólico. Tienes que criar a tu hijo como es, como salga, porque es tu hijo.
Cambrollé: Mi padre sí me ha maltratado. En esta época lo hubieran metido preso. Me daba palizas. La mayoría de personas trans eran desterradas de la familia y exiliadas de la escuela. El caso de María José es mínimo. Su caso es un 7%, un 8% de lo que pasaba. Si quieres ser mujer, haz lo que quieras, pero en la calle. Y pasaba a edades muy tempranas. 16-17 años. ¿Qué haría una mujer en esa época? Ponerse en una equina a trabajar, o ponerse por la noche a hacer espectáculos. Muchas han tenido que pagar más dinero en pintura o en traje que lo que les pagaban por una actuación.
Navarro: A mí me ha costado el dinero trabajar. Algunas son desgraciadas de la vida, porque esa pena se las come por dentro, de ver que sus padres no las quieren y las echan a la calle. Eso no se hace.
Cambrollé: Eso ha condicionado que la gente no tuviera un trabajo reglado, que la gente viviera de la prostitución, se arriesgara a las palizas, al VIH, se arriesgara a no tener una casa propia, a llegar a esta edad, la de jubilación, y no tener para vivir. Ni siquiera una paga digna.
Navarro: Todo, todo.
Cambrollé: Ha sido, digamos, una situación de discriminación estructural. Yo creo que es el momento de que se haga justicia y se repare. Esto tiene que repararlo el Estado. Ha sido el responsable de esta discriminación. Ha permitido que no podamos trabajar ni acceder a puestos de trabajo reglados. Las personas transexuales que están vivas tienen una vejez de extrema precariedad. Han sido vulneradas y pisoteadas en su juventud y tienen una vejez, en la que también se las discrimina. Es hora de que el Estado repare.
Tercia Solís: El común denominador de casi todas las mujeres transexuales que tienen más de 50 años es la exclusión social. El común. Del libro, casi todas. Ella tiene una paguita muy pequeña, no contributiva. Soraya cobra 420 euros. Silvia y Miriam, igual.
Cambrollé: Es la exclusión social.
Navarro: Qué pena. ¿Tú me ves a mí como una persona o como un bicho? ¿De qué planeta soy?
Bromea Cambrollé: Tú de Marte, por lo menos. Guapa.
Navarro: Pero bueno, ¿qué tienen que ver las tendencias de esta mujer y la mía? ¿Qué tiene que ver?
Cambrollé: Nuestras tendencias políticas. (risas)
Navarro: Si a ti te gusta un caramelo de fresa y a mí de menta, ¿qué pasa? ¿A la gente no le cabe en la cabeza?
Cambrollé: Y también la gente a la que le gusta el caramelo de menta y se lo toma a oscuras.
Navarro: ¿Y los del vicio qué hacemos con ellos? Y en la Iglesia los ves metidos.
Las siglas LGTBi: desgajar la T
“Las transexuales han sido el último colectivo en salir de la Dictadura. La primera ley de reconocimiento de derechos para la comunidad transexual no llegó hasta el año 2007, 29 años después de que se aprobase la Constitución. […] Las personas transexuales han sufrido -afortunadamente, cada vez menos- un apartheid social, laboral, afectivo, político y médico. Son las más nadies de los nadies, las castigadas entre los castigados, las humilladas entre los humillados”, escribe Solís en la introducción de su libro.
Cambrollé tiene un discurso profundo, que le brota con pasión, fruto de la experiencia y de la reflexión permanentes acerca de la situación de las personas transexuales. Cambrollé cree que ha llegado el momento de separar la lucha transexual, desgajar la letra T de las siglas LGTBi. Estas son sus razones: “Sigue predominando el gaycentrismo y el gaypatriarcado. ¿Qué tenemos que ver en un conglomerado de siglas? ¿Las mujeres por qué están discriminadas? ¿Por lo que les gusta o por lo que son? Por ser mujeres. Por una cuestión de identidad. Y nosotras lo estamos porque nuestra identidad no coincide con la asignada al nacer. Mientras que las políticas trans se sigan abordando dentro de las políticas LGTBi, las personas trans seguiremos como seguimos ahora. Que después de 40 años, la democracia no ha llegado a nosotras”.
“Hasta que nosotras no estemos presentes, no se va a acabar este apartheid político e institucional. Nuestra situación es de transfobia y no de homofobia. LGTBi es un acrónimo que nos invisibiliza. Niega nuestra existencia como un grupo humano que tiene discriminación distinta de las personas gays y lesbianas”, remacha Cambrollé.
Un logro y una reflexión
El café termina con una reflexión de Cambrollé, con la que Navarro se muestra de acuerdo: “La falsa moral sigue igual. Pero un logro hemos conseguido. Que lo políticamente correcto sea una norma, que de boca para afuera o públicamente te tengas que callar tu hipocresía. Ahora, aunque lo pienses lo haces en privado. Y eso es un logro. Hemos conseguido que el no respeto sea políticamente incorrecto”.
Después del café, Solís, Navarro y Cambrollé se acercan a la vera del río Guadalquivir. Allí, entre bromas, se hacen unos selfies -uno de los cuales ilustra esta crónica-, y hablan de lo mismo que habla todo el mundo en España: Vox.
Dice Cambrollé: “Pienso que el resurgir de una ideología no es nuevo. El discurso de Vox lo siguen repitiendo los obispos desde la entrada a la democracia. Siguen diciendo que los maricones tienen que estar fuera, que nosotras somos ideología de género. Se atreven a decir que son ellos los provocados por los menores. Esas salvajadas que dice Vox las han estado diciendo los obispos con total impunidad. El fascismo no lo trae Vox. El fascismo no se ha ido de España nunca. Ahí tenemos a la Fundación Francisco Franco cogiendo dinero. Hemos permitido que durante 40 años siga enterrada en las cunetas la gente torturada y asesinada por el franquismo”.
Remacha la activista: “Hoy cualquier país nos adelanta, todos tienen legislaciones que nos protegen contra los delitos de odio. Hoy estamos vendidas, ¿eso lo trae Vox? No, mire usted. Llevan dos leyes en trámite más de un año y pico paradas en el Congreso. ¿Las tiene paradas Vox? No, las tiene paradas un arco político que impiden que salgan adelante. Creo que el miedo no ha sido nunca consejero de los avances sociales y civiles. El miedo ha sido herramienta para utilizarnos y para frenarnos bien en derechos o bien para que confrontemos políticamente. Nuestros derechos no me parece que formen parte de una estrategia política, ni que sean una herramienta de carga, de munición para confrontar con los demás. Nuestros derechos son derechos humanos y hay que sacarlos adelante. Y si ahora tienes la posibilidad porque las cuentas salen, es indigno que mañana te quejes y critiques que esto no sale por Vox, PP, Ciudadanos. Todo esto sale de la misma hipocresía”.
Cambrollé, Navarro se despiden. “La sociedad las intentó convencer de que habían nacido en cuerpos equivocados, pero su lucha por la libertad en los duros años del franquismo y la Transición permitió demostrar que quien estaba equivocada era la sociedad”, escribe Solís. “Este país tiene una deuda impagable con todas ellas”.
Al fondo, frente a Triana, la obra del escultor Eduardo Chillida: unos brazos de piedra que quieren simbolizar el encuentro entre culturas. ¿Su nombre? Monumento a la Tolerancia.
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