Este artículo se publicó hace 3 años.
Sinhogarismo oculto: personas con techo pero sin hogar
Lo sufren sobre todo mujeres y jóvenes, que evitan la calle viviendo en una habitación realquilada, a cambio de servicios como cuidados o bajo la amenaza de violencia de la pareja.
Emma Pons Valls
Tatiana (nombre ficticio) llegó a Barcelona en 2019. Huía de una situación de amenazas y violencia en Venezuela, su país natal, y pidió asilo en Catalunya. Su hija, que también se había ido, vivía en una habitación realquilada con su pareja, y consiguió que Tatiana pudiera compartir otra con una conocida. Pero estaba apalabrada con otra persona y no se podía quedar. "Estaba muy agobiada porque tenía un día límite para dejarla y no encontraba dónde ir. Pasé unos momentos muy difíciles pensando que me quedaría en la calle. No tenía a nadie", explica por teléfono a Público.
Buscaba habitación pero pedían unos requisitos que no podía cumplir: papeles, trabajo, ingresos. Después de mirar mucho, y con tanta angustia que no podía dormir, encontró Assís Centre d'Acollida. Ahora vive en un piso de la entidad, compartido con otra mujer, y asegura que lo importante "no es solo el techo, sino también el acompañamiento". "Ahora estoy más tranquila, puedo dormir bien porque ya no tengo que pensar qué haré mañana", explica. Además, Tatiana ya tiene permiso de residencia y pronto podrá volver a trabajar de enfermera, que es su profesión.
Tatiana no cuenta en los registros oficiales como persona sin hogar, pero no tenía casa. Es lo que se denomina sinhogarismo oculto: son personas que, a pesar de tener un techo y no vivir a la intemperie, no tienen hogar. Ya sea porque se ven obligadas a vivir en una habitación realquilada, a dormir en el sofá de un conocido, a seguir viviendo con la pareja pese a situaciones de violencia, a estar en un piso sobreocupado o a prestar servicios a cambio de una cama. Incluso, a vivir en contenedores marítimos y nichos. "Es un espectro muy amplio, que no se ve y que por lo tanto no se puede cuantificar", afirma Ferran Busquets, director d'Arrels, entidad que trabaja con personas sin hogar.
Sí que hay, aun así, algunas aproximaciones. Según un informe de la Generalitat, en 2017 había alrededor de 40.000 personas en esta situación en Catalunya. En Barcelona, el Ayuntamiento las cuantificaba en 2014 en alrededor de 7.000. Pese a esto, hay muchas dificultades para contabilizar un fenómeno que no es fácil de definir. "No hay una definición armonizada a nivel europeo", explica Núria Lambea, investigadora de la Càtedra Unesco pel Dret a l’Habitatge de la Universitat Rovira i Virgili (URV). A nivel más amplio, Cáritas cifra en dos millones de personas las que sufren problemas de acceso a la vivienda en Catalunya.
Lambea apunta que, más allá de decisiones individuales de vivir con amigos o en comunidad, el sinhogarismo oculto hace referencia a situaciones en las que alguien no tiene un hogar propio porque no se lo puede permitir. "Ahí entra mucha casuística y esto lo hace muy difícil de detectar y controlar", añade. Aun así, sí que hay una cosa clara: afecta de forma muy mayoritaria a las mujeres. "En la calle son minoría, porque sufren otros tipos de sinhogarismo", explica Elena Sala, responsable del programa Dones amb Llar de Assís. Esto se vincula con la feminización de la pobreza. "Las desigualdades por razón de género nos afectan a todas las esferas, y la precariedad sostenida es sin duda un rasgo que acompaña a muchas mujeres en situación de vulnerabilidad", añade.
La crisis desencadenada por la covid ha agraviado las dificultades para acceder a una vivienda, pero Sala recuerda que, aunque la pandemia haya tenido un impacto, estas situaciones ya existían previamente y la pandemia tan solo "las ha acelerado y visibilizado". Lambea añade que, teniendo en cuenta que no había un cálculo de base, es difícil confirmar si la situación ha empeorado, pero que en el caso de los jóvenes, la cada vez mayor "precariedad e inseguridad" laboral ha contribuido a aumentar las dificultades para independizarse. "La gran burbuja del alquiler y las pocas posibilidades de acceder a una hipoteca seguramente han hecho aumentar el sinhogarismo oculto de los jóvenes", afirma.
Las mujeres, las más afectadas
Los perfiles más afectados por el sinhogarismo oculto son mujeres, familias monomarentales y jóvenes. En cuanto a la edad, Sala explica que ha habido una "polarización" durante la pandemia, y se han acentuado los casos de mujeres jóvenes y ancianas. También afecta a mujeres que tienen relaciones tóxicas o de abuso, aunque no vivan al raso. "Cuatro paredes y un techo no son un hogar", recuerda Sala. La violencia machista es una lacra con la que conviven la mayoría de las mujeres sin hogar: entre las que fueron atendidas por Assís en 2020, el 64% habían sufrido violencia de género y el 32%, abusos sexuales. "La gran mayoría de mujeres en la calle están huyendo de agresiones o abusos", añade Busquets.
Y es que las causas de no tener hogar son diferentes para hombres y mujeres. En el caso de ellas, se vinculan mayoritariamente a la violencia de género, a la pérdida de un familiar que las apoyaba y a la migración. En cambio, en el caso de ellos se relaciona mucho más a la pérdida del trabajo y a cuestiones laborales. Además, Sala apunta que las mujeres están "dispuestas" a aguantar situaciones muy duras para evitar la calle. "Esto atrasa la llegada a la calle pero pasa facturas muy importantes". Una vez en la calle, pues, las mujeres están "en muy peores condiciones", tanto en cuanto a salud mental, física, a nivel económico... "Uno de los grandes dramas que vemos detrás del sinhogarismo oculto es esta capacidad de resistencia y adaptación a la precariedad de las mujeres", afirma Sala.
Perspectiva de género
Actualmente, los servicios de atención a personas sin hogar están muy masculinizados, porque el usuario mayoritario es un hombre. Por eso, en Assís hacen un abordaje con perspectiva de género y desde un punto de vista reparador: "Son mujeres supervivientes", dice Sala. El director de la entidad, Jesús Ruiz, pone en valor la especialización de los servicios: "Creemos que es el camino en la atención de las personas sin hogar, porque la situación de partida es diferente". Aun así, Sala afirma que para abordar el sinhogarismo hace falta, más allá de proyectos para dar respuestas a las personas afectadas, "reconocer los factores estructurales que lo perpetúan", como la vulneración del derecho a la vivienda y, en el caso de las mujeres, el patriarcado.
Abordar este fenómeno es complejo, pero Lambea señala opciones a diferentes niveles. La primera es "imprescindible" es detectar estas situaciones: "Es muy difícil crear políticas y enfocarlas a unos objetivos si no sabes qué quieres combatir". Una vez haya definiciones y datos, hay que aplicar las políticas necesarias, sobre todo en materia de trabajo y vivienda asequible. También ayudas para rehabilitar y conservar el parque. "Las políticas de vivienda tienen que ir ligadas a políticas sociales y de salud, no se pueden dar la espalda entre sí", añade. Fomentar los puestos de trabajo de calidad, mejorar la cohesión territorial y aumentar el parque de vivienda pública serían medidas preventivas; después estarían las de tratamiento, específicas para aquellas personas en riesgo de quedarse en la calle, y finalmente las reactivas, dirigidas a las que ya se han quedado sin hogar.
Más regulación para garantizar los derechos
El sinhogarismo oculto hace décadas que existe, pero la Síndica de Greuges de Barcelona, Maria Assumpció Vilà, lo situó recientemente en la agenda mediática con un informe hecho en colaboración con la Càtedra Unesco pel Dret a l’Habitatge de la Universitat Rovira i Virgili (URV). Reclama aumentar la regulación para garantizar los derechos de los arrendatarios, y entre varias propuestas sugiere que la Ley de Arrendamientos Urbanos (LAU) incluya una regulación específica del alquiler de habitaciones.
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