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¡Al fin, española! Simona Jalfon (Tetuán, 1935) tiene ochenta años y ha vivido toda su vida en Marruecos, pero si alguien trepase a su árbol genealógico se encontraría en lo alto de la copa con una familia judía que fue expulsada de España por los Reyes Católicos en 1492. De esa titánica tarea se encargó su hijo Moisés Daniel, que a medida que se encaramaba entre el ramaje iba recolectando hojas para demostrar que su madre es sefardita. “Es que piden mucho papeleo”, se queja Simona desde París, adonde se fue a vivir hace tres años, cuando falleció su marido.
Antes, había residido en Casablanca y Tetuán, aunque se conoce la península como la palma de la mano. Tiene familia en Barcelona, Madrid y Málaga, donde su esposo halló la muerte. Allí está enterrado y allí le gustaría pasar el resto de sus días. “Mis hijos no querían que me quedara sola y me vine a París, pero si me dejaran viviría en España, el sueño de mi marido”. Sus antepasados, también sefarditas, hallaron acomodo cerca, en Tetuán. Los de Simona, en cambio, se desplazaron hasta Turquía y Egipto para, finalmente, recalar en la ciudad marroquí.
Allí, tras remontarse siete generaciones atrás, Daniel logró hallar la tumba de un Jalfon que había sido rabino. Más sencillo resultó dar con la ketubá de su madre, el certificado matrimonial según las tradiciones del Reino de Castilla, común en la diáspora marroquí y turca. También obtuvo el certificado de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE), otro de los requisitos que exige el Gobierno para ser beneficiario de la Ley de concesión de nacionalidad a sefardíes originarios de España, que entró en vigor en octubre de 2015.
Finalmente, tuvo que presentarse a las pruebas del Instituto Cervantes, una de lengua y otra de cultura general. “La de gramática yo no la vi difícil del todo”, le quita importancia Simona, cuya nota fue de 95 sobre 100. “En mi casa siempre se ha hablado español y yo no he conocido otro idioma”. No pueden decir lo mismo otros descendientes de judíos que se fueron desvinculando de nuestra cultura durante los últimos cinco siglos. “Si se cometió una injusticia y la ley busca una reparación, las autoridades deberían ser más indulgentes”, cree Daniel, quien recuerda que los candidatos tienen que aprenderse un temario para superar el segundo examen. “Hay españoles que no lo pasarían”.
Su madre, sin embargo, hincó los codos con ochenta años para lograrlo. “Es loable que a su edad haya podido aprobar los exámenes del Cervantes”, cree Carolina Aisen, directora de la FCJE, consciente de la dificultad que suponen para los solicitantes. “Hemos recibido quejas de gente mayor que vive en países de habla no hispana, aunque con un sentimiento de pertenencia a Sefarad. Pueden demostrar su origen y hablan ladino, pero no serían capaces de superar unas pruebas de gramática”, asegura Aisen, cuya Federación ha emitido hasta el momento 700 certificados de origen sefardí de las 2.700 solicitudes recibidas.
El Gobierno, por su parte, le ha dado el visto bueno a 58 peticionarios y ella ha sido la primera en obtener la nacionalidad. “Me ha hecho mucha ilusión porque es algo que ansío desde hace años”, reconoce Simona, criada en una familia de comerciantes de Tetuán, entonces capital del Protectorado español de Marruecos. “La infancia fue el tiempo más feliz”, confiesa aquella mozalbeta que se enamoró del hermano de una compañera de clase. Vidas cruzadas desde mucho antes: “Mi abuelo paterno fue testigo de la boda de mis abuelos maternos cuando mis padres todavía no habían nacido. Qué casualidad, ¿no?”, rememora su hijo, que nació en 1964 en Casablanca, adonde se había trasladado su madre tras casarse a los veinte años.
Él se llamaba Alberto y también era comerciante. Simone se ocupaba de la casa y de los niños, hasta que Daniel se fue a estudiar Empresariales a París. Hoy trabaja allí como agente comercial de la multinacional IBM y convence a su madre de que se ponga al teléfono. “Las interviews no son santo de mi devoción”, advierte antes de dar rienda suelta a su pasado, que siempre remite a España. Quiso estudiar en el colegio español, habla con pulcritud la lengua de Cervantes y el único canal que ve es Televisión Española. “Ella encarna un símbolo, esperemos que mucha más gente lo consiga”, afirma Carolina Aisen.El pasaporte de Simona todavía no está listo. “Hasta que no lo tenga en la mano, no me lo creeré”. En el horizonte, su Málaga.
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