"¡Era un puto maricón!": el primer día del juicio por la muerte de Samuel desvela el horror de sus últimos minutos de vida
Las defensas reiteran que pedirán la absolución de los cinco acusados, a quienes la fiscal acusa de haber emprendido "una cacería inhumana y brutal" para acabar a golpes con su vida.
A Coruña--Actualizado a
Todo el horror que cabe en el universo habita en la mirada perdida de cinco jóvenes veinteañeros, sentados una mañana lluviosa y gris en el banquillo de una audiencia provincial de una pequeña ciudad atlántica. Son inocentes, hasta que se demuestre lo contrario, de haber apaleado hasta la muerte a otro chico indefenso y pacífico, a quien creyeron homosexual y que fue linchado en manada, en público y con inaudita crueldad durante una fatal madrugada de verano.
El primer día del juicio por el asesinato de Samuel Luiz el 3 de julio de 2021 en el paseo marítimo de A Coruña, iniciado el pasado miércoles, sirvió para desvelar las estrategias de las acusaciones y las defensas, y también para advertir la enorme repercusión social del caso como alimento para los medios. Pero sobre todo, sirvió para rememorar el horror insufrible que experimentó Samuel en sus últimos minutos de vida, cuyo reflejo se intuye en esas miradas perdidas de quienes están acusados de quitársela. Sean declarados culpables o no, parecería como si únicamente sus ojos conocieran de cerca ese terror que el jurado deberá convertir ahora en verdad judicial.
"Fue una cacería brutal e inhumana", sostuvo la fiscal, María Olga Serrano, sentada el miércoles frente a los once miembros del jurado junto a la abogada de la familia de Samuel y al abogado de la acusación popular, y de espaldas a los cinco letrados penalistas, todos varones, que defienden a los presuntos asesinos: Daniel Montaña, Catherine Silva, Alejandro Freire, Alejandro Míguez y Kaio Amaral Silva.
Menores ya condenados
Los acusados, que se suman a otras dos personas que eran menores cuando sucedieron los hechos y que ya han sido condenadas a tres años y medio en un centro de reclusión, se exponen a penas de 121 años de cárcel o incluso más por asesinato con ensañamiento y alevosía. Es decir por haber aumentado deliberada e inhumanamente el dolor que infligieron a su víctima mientras le daban muerte, y por haberse aprovechado para hacerlo de su evidente indefensión. En Diego Montaña y Catherine Silva concurrirían además la agravante de discriminación por orientación sexual, y en Kaio Amaral, el delito de robo con violencia, por haberse apoderado del móvil de Samuel.
Malherido, aturdido y en pánico, Samuel acabó desplomándose inconsciente en el suelo, donde siguieron pateándole
En la versión que expuso ayer la Fiscalía, al chico lo destrozaron a patadas y puñetazos después de que Montaña le llamara maricón y le atacara creyendo que le estaba grabando, pese a que Samuel le explicó que no, que sólo era una videollamada. Su entonces pareja, Catherine Silva, habría impedido que nadie lo auxiliara, mientras jaleaba a la horda que siguió persiguiéndole y pegándole a lo largo de 150 metros de calle, y a la que se habrían unido Alejandro Míguez, Kaio Amaral y Alejandro Freire. Éste, a quien conocen como Yumba, incluso, habría intentado estrangularle el cuello.
Dos ciudadanos senegaleses, Ibrahima Diack y Magatte N'Diaye, trataron de proteger al chico de la brutal paliza e intentaron calmar a sus agresores, pero no lo lograron. Malherido, aturdido y en pánico, Samuel acabó desplomándose inconsciente en el suelo, donde siguieron pateándole todo el cuerpo: la cara, la cabeza, las piernas, los brazos, el tórax...
Según la fiscal, quienes le atacaron tenían la intención de matarlo o al menos sabían y aceptaron que sus golpes podían conducir a su muerte. De hecho, Samuel falleció pocas horas después con múltiples traumatismos y un fallo multiorgánico. Pero los abogados defensores aseguraron el miércoles al jurado que nadie va a poder demostrar que lo que hizo individualmente cada uno de sus clientes fue la causa de su fallecimiento. Ni siquiera a través de las grabaciones de las cámaras de tráfico y de teléfonos móviles particulares, ni de las decenas de testimonios de testigos en los que la Fiscalía basa su relato y su petición de penas, que podría mantenerlos en prisión durante más tiempo del que llevan vivos. Sí, fue una agresión colectiva, admiten, pero sus defendidos o bien no participaron en ella, o bien lo hicieron sin que se vaya a poder probar que sus acciones constituyan delito alguno. Es la verdad, dijeron todos, y por eso reiteraron que van a pedir su absolución.
La estrategia de la Fiscalía pasa por convencer a los jurados de que su relato hace justicia con Samuel y también con sus presuntos asesinos, a quienes se ha tratado con todas las garantías del Estado de Derecho. La de las defensas, por persuadirles de que en realidad son víctimas de acusaciones infundadas e improbables, sustentadas por el juicio paralelo al que ya habrían sido sometidos por la prensa y las redes sociales.
La vista oral también permitió empezar a leer el lenguaje corporal de los miembros del jurado
Para ello tendrán que sembrar dudas en la narración de las acusaciones como las que adelantaron en sus primeras intervenciones: que quienes aparecen en los vídeos no son los acusados, y si aparecen, no es posible determinar si pegaron o no a Samuel, ni cómo, ni cuántas veces. Que los testigos que aseguran que sí lo hicieron se contradicen o pueden estar mintiendo, y que los peritos policiales también pueden equivocarse. Por supuesto, que en ningún caso se trató de una agresión homófoba, algo que ni siquiera se podrá demostrar con testimonios como el que desveló la conversación que Diego y Catherine mantuvieron minutos después del suceso, tal y como figura en el escrito de la fiscal que se leyó en la sala: "¿Quién le mandó al puto maricón meterse en esto? ¡Era un puto maricón!", le habría dicho Diego a su chica.
Los dos escucharon los primeros relatos de las acusaciones y de sus propios abogados y los de sus compañeros sin apenas inmutarse, sin cruzarse miradas, tampoco con quienes estaban en la sala y mucho menos con las de la familia de Samuel, que ocupaba asientos en la primera fila. Diego Montaña sólo dirigió la suya a las cámaras durante un breve instante justo antes de la vista, cuando la jueza permitió en dos turnos la entrada de una veintena de reporteros gráficos que minutos antes se arremolinaban junto a otra treintena de periodistas a las puertas de la Audiencia de A Coruña. El resto de las casi cuatro horas que duró el primer del proceso, Montaña permaneció mirando al suelo, como afirmando con esa posición el arrepentimiento que su abogado asegura que siente ahora por la muerte de Samuel.
Miradas perdidas
Su exnovia, Catherine, trató de taparse la cara con la melena cuando entraron los cámaras y los fotógrafos, y luego evitó cualquier interacción visual con quienes se quedaron dentro. Alejandro Míguez también volvió el rostro durante los mudos de los gráficos, para impedir que las cámaras lo capturaran, y luego fijó su vista en la pared, de donde la movió en contadas ocasiones. Alejandro Freire permaneció cabizbajo, con la barbilla pegada al esternón durante la mayor parte del tiempo, mientras Kaio Amaral la mantenía alzada mirando al vacío, con una mueca entre seria y altiva que sólo se rompió de manera imperceptible durante la intervención de su abogado.
La vista oral también permitió empezar a leer el lenguaje corporal de los miembros del jurado, seis mujeres y cinco hombres, en cuyas miradas, gestos y posturas sí se pudieron aventurar por momentos indicios de asentimiento, rechazo, incomodidad o sorpresa frente a las palabras de acusadores y defensores. Una de sus primeras tareas fue informar a la jueza de qué pensaban de la petición de la fiscal, aprobada por todas las partes, para que se celebrara a puerta cerrada la sesión del próximo 5 de noviembre, en la que los forenses médicos y los peritos del Instituto de Medicina Legal de Galicia expondrán las terribles imágenes de la autopsia del cadáver de Samuel.
La jueza ha prohibido la difusión de las imágenes de la autopsia del cadáver de Samuel
La magistrada les dio cinco minutos para deliberar, pero los jurados no tardaron ni uno solo en acordar por unanimidad que debía ser a puerta cerrada, para preservar la dignidad de Samuel y no agudizar aún más el dolor de su familia. La jueza, sin embargo, apeló al derecho de la ciudadanía a que las vistas orales y las pruebas en ellas presentadas sean públicas, y adoptó una decisión intermedia: se permitirá la entrada de periodistas, pero se prohibirá la difusión de esas imágenes, que muestran con toda crudeza lo que padeció Samuel mientras la manada acababa con su vida.
Al jurado le corresponde transformar el espanto atroz por su terrible muerte en un relato de hechos probados y en veredictos de culpabilidad o de inocencia. Es decir, en establecer la verdad. La misma que habita en las miradas perdidas de esos cinco jóvenes sentados en un banquillo de una pequeña ciudad, acusados de concentrar sobre el frágil cuerpo de su víctima todo el horror que habita en el universo.
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