Este artículo se publicó hace 6 años.
Medio AmbienteLos pescadores que quieren salvar a las aves marinas de morir en sus anzuelos
El proyecto Zepamed, puesto en marcha por SEO Birdlife y la fundación Biodiversidad, busca reducir los impactos que las artes de pesca tienen en aves en peligro crítico de extinción como la pardela balear.
Mataró-Actualizado a
Los descartes de los grandes pesqueros de arrastre enseñaron a las aves marinas una lección fundamental: sobrevolar aquellos barcos era garantía de un botín abundante, de fácil acceso, rápido y predecible para su supervivencia diaria. Más aún desde que las poblaciones de sus presas naturales comenzaron a descender estrepitosamente a consecuencia de la sobreexplotación pesquera y la degradación de los mares.
Con el tiempo, gaviotas, cormoranes, alcatraces o charranes han aprendido a beneficiarse del pescado sin valor comercial que los pescadores tiran por la borda, o de aquel que se usa como cebo, como un recurso habitual de su alimentación. Tanto, que algunas aves, como las pardelas, han adaptado sus desplazamientos naturales para seguir a los barcos en los días de diario cuando salen a faenar. El esfuerzo de los largos recorridos y la búsqueda intensiva de sardina y calamar, su principal alimento, se limita ya sólo a los fines de semana.
Pero esta estrategia está teniendo un efecto perverso. Cada año, al lanzarse en picado atraídas por el pescado, cientos de miles de ellas mueren atrapadas en las redes o en los anzuelos. Se estima que, sólo en aguas comunitarias, 200.000 aves marinas mueren al año por esta causa, que está poniendo en verdadero riesgo a algunas especies vulnerables.
“Las capturas accidentales por artes de pesca es una de las principales amenazas para las aves marinas. Es complicado de evaluar, pero los estudios que tenemos nos van diciendo que es un problema grave y cada vez mayor”, explica Pep Arcos, biólogo responsable del Programa Marino de SEO BirdLife, mientras se balancea a bordo de una lancha que recorre en busca de aves la costa de Mataró.
Él es el científico al frente de Zepamed —un proyecto que la organización ecologista ha puesto en marcha con el apoyo de la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica en el marco del Programa europeo Pleamar, cofinanciado por el Fondo Europeo Marítimo y de Pesca— que desde enero trabaja con 60 pesqueros del Mediterráneo para buscar soluciones a un problema que también afecta, y de forma grave, a los pescadores de la zona.
"Si cogemos pájaros no podemos pescar pescado. A veces tenías que parar de pescar porque era imposible. Había que esperar a que las aves se fueran y al cabo de un rato volver a empezar. Perdías el día un día tras otro", dice Sergi Pou, un joven pescador de 28 años que ha conseguido reducir los impactos de las aves gracias a un repelente oloroso que su abuelo utilizaba con los cerezos.
Gracias a su colaboración, la de otros pescadores y una patrulla de seis biólogos más distribuidos por toda la costa de Catalunya, Alicante, Murcia y Baleares, Arcos recoge datos de los ejemplares que quedan atrapados, de las aves que se acercan y los tipos de arte y embarcación. Juntos, prueban también técnicas para espantarlas de los barcos o reducir su impacto durante las labores de pesca. “La implicación de los pescadores es fundamental”, subraya.
En España —el país con mayor diversidad de aves marinas de la Unión Europea, con más de 40 especies regulares en sus costas y 20 de ellas nidificantes— la captura accidental está afectando de manera alarmante a la pardela balear, el ave más amenazada del continente, que se reproduce exclusivamente en las Islas Baleares y de la que apenas quedan 3.000 parejas. Los científicos estiman que su población disminuye un 14% cada año, en parte por las artes de pesca, y alertan de que, si no se hace nada, en 60 años se habrá extinguido.
“Las estimaciones que tenemos es que, sólo en la zona de la mar catalano-balear, mueren unas 1.000 aves al año en artes de pesca, y el 80% de ellas son pardelas, aunque creemos que en realidad son bastantes más”, dice Vero Cortés, una de las biólogas del proyecto Zepamed, experta en capturas accidentales de pardelas, que trabaja con los pescadores de la zona norte de Girona aplicando medidas de mitigación. En el maletero de su furgoneta carga con un tubo ocultacebos —un instrumento utilizado por los pescadores de Ecuador—que está adaptando con éxito al arte del palangre en el Mediterráneo.
Esta técnica de pesca artesanal, que consiste en lanzar cientos de anzuelos al mar unidos por un sedal que luego se recoge hasta la superficie, es la que más perjuicio causa a las aves en la zona. Cuando los anzuelos van cargados de anchoa o sardina (el cebo más frecuente para la pesca de merluza o besugo, por ejemplo) las aves se precipitan hasta ellos, y mueren. El daño es doble, para las aves y para la labor de pesca.
“Todas las aves que se enganchen en el palangre significa que ese palangre no pesca, todo eso no sirve para nada, como si no lo hubiéramos echado. Hay años que por culpa de las aves no te puedes sacar el jornal”, dice Roberto Corredera, uno de los pescadores que colabora con Zepamed.
La mayoría lo hace de buen grado, conscientes, como apunta Josep Pou —un pescador ya jubilado—, de que “es el futuro para el día de mañana”, pero otros todavía desconfían, temerosos de que la protección de las aves acabe por imponerles restricciones a un sector ya de por sí en dificultades.
“El miedo siempre está, porque el sector está un poco delicado, la verdad. Hay muchas pesqueras que se están devaluando mucho, porque cada vez hay menos peces y menos de todo. La administración ya nos da a veces muchos palos, pero en este caso es un bien para nosotros también. Siempre y cuando la administración nos deje trabajar y hacer las cosas bien, no tenemos ningún problema”, dice su hijo Sergi.
En otros lugares del mundo, como en los países nórdicos, se han aplicado normativas que obligan a los pesqueros a faenar de noche, cuando las aves están menos activas, o a poner en marcha medidas para espantarlas. Aquí no hay ninguna regulación al respecto.
“Es importante que se regule para la protección de las aves, pero es más importante aún que toda regulación pase por el visto bueno de los pescadores”, zanja Pep Arcos.
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