Este artículo se publicó hace 4 años.
MujerMujer, obrera, sufragista, con pantalones y en bicicleta: ¡el diablo sobre dos ruedas!
Alice Hawkins luchó por mejorar las condiciones laborales de las proletarias y por su derecho al voto montada en bici, una amenaza para la moral conservadora británica, por lo que fue acusada de "ultrajar la decencia pública" y encarcelada.
Madrid-
Mujer, obrera, sufragista, en bicicleta y con pantalones: ¡la encarnación del diablo sobre dos ruedas! Así era vista Alice Hawkins en la época que le tocó vivir, cuando pedaleaba por las fábricas de los suburbios arengando a las trabajadoras a favor del voto femenino. No era la primera ni sería la última que luchaba por los derechos de las proletarias, aunque pasaría a la historia por reivindicar ese medio de transporte como idóneo para sus coetáneas.
Ella misma, nacida en Stafford en 1863, trabajaba desde los trece años en una fábrica de zapatos de Leicester, donde se dio cuenta de la necesidad de un vehículo asequible para desplazarse. Allí también abrazó el socialismo, se afilió al Partido Laborista Independiente y, tras conocer a la suffragette Sylvia Pankhurst, en 1907 fundó junto a Mary Gawthorpe una filial de la Unión Social y Política de Mujeres (WSPU) en su ciudad de adopción.
"Es un momento de plena efervescencia de la bicicleta como símbolo de la independencia de la mujer, porque le permite trasladarse de un sitio a otro de manera autónoma y, en el caso de una cita, sin carabina", explica Pilar Tejera, autora de Reinas de la carretera. Pioneras del manillar y del volante (Casiopea), dedicado a las "visionarias" sobre ruedas que "se las ingeniaron para librar su propia batalla a favor de la igualdad".
Porque, como Alice Hawkins, otras sufragistas como Rosa May Billinghurst o Sarah Grand también defendieron su uso. La primera, quien no podía caminar tras sufrir la polio de niña, hacía campaña en un triciclo, mientras que la segunda consideraba que el ciclismo era bueno para el físico, al tiempo que encarnaba el poder y el individualismo. "El derecho a montar en bicicleta fue el trofeo de una larga y dura contienda librada por muchas y variadas militantes", subraya Tejera.
Las modistas diseñaron entonces faldas con poleas, cordones, anillos o botones que facilitaban su manejo e incluso se convertían en capas con las que cubrirse, por no hablar de un modelo de tres piezas que incluía unos bombachos. Precisamente la americana Amelia Jenks Bloomer promovió el uso de esos singulares pantalones en el periódico The Lily, donde ejercía como editora, y los calzó ella misma, de modo que terminaría rebautizándolos como bloomers.
Sin embargo, pese a que la falda provocaba accidentes, los antepasados de los leggins no fueron el único objeto de las críticas, sino también el mero hecho de que una mujer pedalease. "Algunos médicos, como Philippe Tissié, advertían de que la bicicleta podía provocar aborto y esterilidad, y otros colegas aseguraban que este indecente instrumento inducía a la depravación, porque daba placer a las mujeres que frotaban sus partes íntimas contra el asiento", escribía Eduardo Galeano en Los hijos de los días.
Pilar Tejera recuerda que en el siglo XIX mujer y decencia eran conceptos inseparables, de ahí el carácter demoníaco de la práctica. "Exponían una parte de su anatomía íntima a un elemento rígido como el sillín, abiertas de piernas y sometidas al movimiento que provocaban los baches, lo cual no dejaba de ser un escándalo", comenta la editora de Casiopea, quien ha dedicado otras obras a viajeras y aventureras de leyenda.
Contra la moral conservadora
"A medida que decidieron despojarse de la moda encorsetada para adoptar prendas más idóneas para pedalear, fueron diana de insultos e incluso de piedras y palos arrojados por quienes veían amenazada su moral conservadora", escribe Tejera. "Muchas de ellas se las ingeniaron para pedalear con su ropa de diario en las principales calles de su ciudad, para luego ponerse ropa más radical una vez llegaban a las áreas menos concurridas".
Alice Hawkins —quien llegaría a manifestarse durante una visita a Leicester del primer ministro, Winston Churchill— fue encarcelada en numerosas ocasiones y acusada de "ultrajar la decencia pública" por vestir de manera indecorosa al mando de su bicicleta, con la que siguió sumando adeptas para la causa, declarándose en huelga de hambre, reclamando unas mejores condiciones laborales y exigiendo el derecho al sufragio femenino, un logro parcial en 1918 y universal en 1928.
"Cada domingo por la mañana, Hawkins y otras activistas recorrieron la periferia de la ciudad, llegando a pueblos a cincuenta kilómetros de distancia, para visitar otros centros de trabajo, hacer mítines al aire libre, llevar la lucha por el voto para las mujeres a las más remotas aldeas y, de paso, pedir donativos para la causa", relata el periodista Martiño Suárez en el libro Bestiario do Vestiario. "Y lo hicieron, por cierto, con gran éxito entre el público femenino y con enorme espanto entre el sector más cabestro de la Gran Bretaña rural".
Miembro del Clarion Cycling Club, madre de seis hijos y casada con Alfred Hawkins —quien sintonizaba con su causa—, su voz se acalló con la llegada de la Primera Guerra Mundial a cambio de que el Estado liberase a las sufragistas encarceladas. "Con el paso de los años su lucha por los derechos de las mujeres fue cobrando dimensión, pues fue una figura de la época, una oradora excelente, una pionera y una mujer con un carisma capaz de congregar a las masas, incluidos los hombres", cree Pilar Tejera.
Aquel vehículo era simbólico, pues reclamaba el derecho al voto, a la libertad de movimientos, al uso del propio cuerpo y a su utilización para trasladarse al trabajo, pues Alice Hawkins no solo montó pedaleó por la igualdad de las mujeres, sino también para llevarles ese mensaje. "La bicicleta ha hecho más que nada y más que nadie por la emancipación de las mujeres en el mundo", decía la sufragista estadounidense Susan Anthony.
Galeano, en Los hijos de los días, también recoge otra cita de Elizabeth Stanton: "Las mujeres viajamos, pedaleando, hacia el derecho de voto". Una líder feminista y gran oradora, en palabras de Tejera, al igual que la sufragista británica, quien falleció en Leicester en 1946. En su mercado se alza ahora una estatua inaugurada en 2018 en presencia de sus descendientes y de Helen Pankhurst, la nieta de Sylvia, quien la ayudó a prender la llama de una bicicleta cuyas ruedas siguen echando humo.
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