Este artículo se publicó hace 3 años.
MigraciónUn montoncito de tierra canaria para despedir a la pequeña Eléne Habiba
Su llegada al muelle de Arguineguín con el corazón ya detenido hizo que miles de españoles volvieran los ojos por unos días a la tragedia que escriben desde hace meses las pateras que ponen rumbo a Canarias.
José María Rodríguez (EFE)
Las Palmas-
Su llegada al muelle de Arguineguín (Gran Canaria) con el corazón ya detenido hizo que miles de españoles volvieran los ojos por unos días a la tragedia que escriben desde hace meses las pateras que ponen rumbo a Canarias. Su muerte al cabo de cinco días conmocionó a todos. Este miércoles la han enterrado bajo un montoncito de tierra y piedras. Era Eléne Habiba.
Por unos días el país entero la llamó Nabody. Hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presentó sus condolencias en público cuando el domingo 21 de marzo se supo que su pequeño cuerpo no había aguantado más, cuando el diagnóstico médico de "muerte por deshidratación severa" hizo más que evidente que sus 52 compañeros de patera y ella habían pasado por una experiencia tremenda.
Poco se sabía entonces del espanto que habían vivido durante sus casi cinco días en el mar. Es una tragedia que solo ahora comienza a emerger a través del relato de los supervivientes, un horror que habla de nueve muertes más por hambre, sed y desesperación, de un posible asesinato de un menor arrojado al mar ante los ojos incrédulos de su madre. Ni siquiera "Nabody" era Nabody.
En realidad Nabody sí viajaba en esa patera. Era otra menor que pasó sus mismas penurias, pero sobrevivió. El nombre verdadero de la niña era Eléne y ni siquiera había llegado a cumplir los dos años, como ha contado su madre, Massa, a sus compatriotas de Mali que se han acercado esta tarde tras el entierro a acompañarla en el duelo.
Vestida de luto desde la cabeza a los pies, Massa ha asistido este mediodía al último adiós a la niña en el cementerio de San Lázaro, acompañada por un puñado de personas procedentes de la Federación de Asociaciones Africanas en Canarias (FAAC), la comunidad maliense en las islas y la Cruz Blanca, la organización franciscana que la ha acogido desde que se sobrepuso al viaje.
Del dolor de la pérdida de Eléne no se ha recuperado. "Sigue bloqueada, aún no se cree lo que ha vivido", ha contado a Efe Teodoro Bondyale, secretario de la FAAC, una de las personas que estuvo con ella en el cementerio, testigo de su infinito dolor.
A sabiendas de ello, se le permitió excepcionalmente abrir el ataúd, mirar a la cara a su hija unos segundos y despedirse. Massa la había visto entubada y conectada a monitores en sus dos últimos días en la UCI, necesitaba tener otro recuerdo de ella.
Bondyale cree que le hará bien, que será un apoyo sobre el que construir el duelo, sobre el que empezar a asumir que Eléne ya no está. Con ella, Massa tiene a otra hija, de 13 años, que sobrevivió a la travesía y de la que ahora cuida en Canarias.
Las dos niñas y su madre salieron de Mali huyendo no solo de la pobreza, la miseria y la guerra, sino también de una situación familiar muy difícil, que obligó a Massa a dejar atrás a cuatro hijas más, cuenta una de sus compañeras de duelo.
El entierro de Eléne Habiba se ha demorado unas semanas por múltiples causas. Primero, tenía que autorizarlo un juez y, segundo, Massa y la comunidad africana querían que se hiciese lo más cercano posible al rito musulmán. No querían un nicho para la niña, querían que descansase en la tierra a donde llegó, pero "en la tierra", algo que finalmente hizo posible la Comunidad Musulmana en las islas.
Con un imán dirigiendo el oficio y varios hermanos cristianos de la Cruz Blanca transmitiéndole todo el cariño y la fe que podían en una situación así, Massa ha confiado a su hija a la tierra de Canarias, sin ninguna lápida, sin ningún signo o letrero que recuerde su identidad. De su nombre dará testimonio por unos días la corona depositada sobre el pequeño túmulo que cubre su cuerpo.
Las normas del cementerio –reforzadas por la emergencia sanitaria– han impedido que la enterraran con un simple sudario, como se acostumbra en su fe. Pero los amigos africanos que la acompañaban se cuidaron de echar unos puñaditos de tierra dentro del ataúd. Para que Eléne descanse en la tierra, para que Eléne sea tierra.
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