¿Hay una única forma de habitar la masculinidad? La historia de hombres que suman sus voces al movimiento feminista
En un contexto donde ha emergido una ola reaccionaria hipermasculinizada, los hombres por la igualdad aspiran a concienciar a otros sobre cómo el silencio les hace cómplices de la violencia patriarcal y a actuar para erradicarla.
María Martínez Collado
Madrid-
Si algo nos ha enseñado el movimiento feminista es que el silencio nos hace cómplices de la violencia. También que de los efectos del patriarcado no se libra nadie o que no hay espacio para la libertad en un sistema que impone la dominación y el sometimiento de las mujeres.
El feminismo es fruto de las conversaciones, la intimidad y el apoyo entre todas aquellas que pensaban que sufrían solas. Ellas, que se dieron cuenta del poder de la palabra, de compartir, también las victorias. Abuelas, madres e hijas pusieron el cuerpo desafiando las normas de género. Se hicieron cargo de una feminidad y una forma de pensar la vida que les asfixiaba. Para quien está amedrentado, este ejercicio de toma de conciencia se suele sentir como una forma de liberación, pero ¿cómo lo percibe el resto?
Si el reconocimiento de la vulnerabilidad y la necesidad de tejer redes de apoyo ha sido la forma de supervivencia de las mujeres, no ha ocurrido con la misma intensidad entre quienes tradicionalmente se han identificado como hombres de verdad (si es que alguien sabe lo que significa esto); y no precisamente porque para ellos el patriarcado haya sido un camino de rosas.
Joaquim Montaner, especialista en paternidades, hombres y masculinidades, enfatiza que tanto la normalización de la violencia como este comportamiento antisocial varonil son "síntomas de una identidad masculina que necesita urgentemente una renovación". Adaptarse, en definitiva, "a los valores contemporáneos de empatía y colaboración", más en los tiempos que corren, donde parece haber estallado una crisis sin precedentes.
Joaquim Montaner: "El comportamiento antisocial de los hombres es síntoma de una identidad masculina que necesita urgentemente una renovación"
Por fortuna, aunque no ha sido la tendencia mayoritaria, existe toda una genealogía del movimiento de hombres por la igualdad que ha cobrado fuerza y que ha puesto en cuestión esas ideas tradicionales sobre lo masculino. Una corriente que precede incluso a la constitución de organizaciones formales, que tienen como objetivo construir una sociedad más justa para todas.
Tal y como apunta el sociólogo y especialista en masculinidades Lionel S. Delgado, en una conversación con Público, figuras históricas como Henry David Thoreau y John Stuart Mill pueden ser considerados precursores de este movimiento de hombres por la igualdad, aunque no necesariamente se identificaran explícitamente como tales en su tiempo.
La formalización de este compromiso comenzó a tomar forma en la década de 1970, en el contexto del auge del feminismo en Estados Unidos. Los hombres que apoyaban la igualdad de género comenzaron a organizarse, buscando maneras de apoyar activamente la causa feminista. En España, este movimiento se ha consolidado a lo largo de los años, con la creación de grupos dedicados principalmente a dejar claro su rechazo a la violencia machista. Destaca la figura de Josep-Vicent Marqués, pionero en estos estudios.
El movimiento, sin embargo, no ha estado exento de dificultades. En un momento dado, se produjo lo que podría considerarse una fractura que dio lugar a dos ramas distintas. Por un lado, surgieron los hombres por la igualdad, que reconocen que, aunque los hombres también sufren algunas consecuencias del patriarcado, "son las mujeres quienes llevan la peor parte". Esta rama aboga por la equidad y reconoce el papel de los varones en perpetuar las relaciones de poder desiguales.
Por otro lado, emergió una "reacción antifeminista que minimiza el concepto de patriarcado" y se centra en los "costes de la masculinidad", victimizando a los hombres y alegando que las mujeres son las verdaderas beneficiarias del sistema actual. Esta posición, que parece haber resurgido de la mano de la nueva extrema derecha, sostiene que los hombres, y no las mujeres, son quienes más sufren las consecuencias de la violencia y las guerras, ignorando que las desigualdades sistémicas les afectan a ellas. En este sentido, Lionel S. Delgado destaca la importancia de vigilar esta narrativa para evitar que desdibuje la lucha.
En este escenario, una de los principales desafíos es atraer a nuevos miembros, especialmente a los más jóvenes. Delgado señala que la media de edad en muchos de estos grupos es de unos 40 años, lo que evidencia la dificultad de involucrar a las nuevas generaciones en la lucha por la igualdad. Además, "la falta de un discurso atractivo y de una estrategia efectiva para comunicar el mensaje de igualdad a los hombres ha podido limitar el impacto del movimiento".
La cultura digital y el auge de las redes sociales tampoco ayudan. Si bien plataformas como Twitter e Instagram pueden amplificar el mensaje de igualdad, también han dado lugar a una cultura de "zasca" y simplificación que dificulta la profundización en los problemas estructurales. Delgado señala que la viralización de mensajes antifeministas en redes sociales ha complicado la tarea de comunicar la importancia de la igualdad de género a un público más amplio.
La viralización de mensajes antifeministas en redes ha complicado la tarea de comunicar la importancia de la igualdad
Un tema recurrente es la confusión en torno al concepto de "privilegio". A menudo se habla de los privilegios masculinos sin considerar que muchos de ellos deberían ser vistos como derechos humanos universales. Por ejemplo, el derecho a caminar seguro por la calle debería ser un derecho garantizado para todos, en lugar de un privilegio masculino. Al respecto, Delgado sugiere que el enfoque debería centrarse más, por ejemplo, en esa idea de universalizar derechos en lugar de perpetuar divisiones.
En la misma línea, anima al movimiento de hombres por la igualdad también a reconsiderar su enfoque pedagógico. En lugar de adoptar una postura de superioridad moral, "es esencial fomentar un ambiente de aprendizaje y crecimiento donde los hombres puedan reconocer su posición y participar activamente en el cambio social". La cultura de la cancelación y el señalamiento constante de errores "pueden desincentivar la participación masculina en el feminismo". En cambio, dice, "se debería promover un enfoque que valore el aprendizaje a partir de los errores y que fomente la responsabilidad y la reparación".
¿Masculinidad positiva?
En cualquier caso, la aparición de grupos de hombres que hablan y discuten estas cuestiones (y otras) representa una respuesta esencial a la crisis de la masculinidad. Estos colectivos, si se quiere, trabajan para redefinir lo que significa ser hombre, desafiando los imperativos tradicionales que han perpetuado desigualdades y actitudes tóxicas. La masculinidad positiva, por la que aboga Joaquim Montaner, enfatiza precisamente en reforzar valores como la empatía, la colaboración y la equidad, permitiendo a los hombres expresar sus emociones sin miedo al juicio y formar relaciones más saludables y profundas.
Además, Montaner subraya que la crisis de la masculinidad también puede ser una herramienta para politizar y abordar los malestares masculinos. La presión para adherirse a normas de género tóxicas y el estigma asociado a la vulnerabilidad emocional son algunos de los desafíos que los hombres enfrentan hoy en día. La politización de estos temas implica reconocer y cuestionar las expectativas dañinas que afectan tanto la salud mental como el bienestar emocional de los hombres, lo que en última instancia beneficia a toda la sociedad.
Se trata de poner en valor que la igualdad de género no solo beneficia a las mujeres, sino que también ofrece numerosos beneficios para los hombres, como la mejora de la salud mental y emocional, y la reducción de la violencia. Hacer ver que bajo nuevos parámetros igualitarios los hombres pueden disfrutar de relaciones interpersonales más satisfactorias y de una vida emocional más rica y plena. Entender la brecha que abre crisis de la masculinidad, por lo tanto, no solo como un desafío, sino una oportunidad para abandonar la falta conciencia de macho solitario.
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