Entrevista a Johann Hari: “La obesidad es resultado de un ecosistema alimentario que no funciona”
Entrevistamos al escritor escocés Johann Hari con motivo de su nuevo libro, 'Adelgazar a cualquier precio'.

En la película de ciencia ficción La sustancia, una madura Demi Moore se inyecta un espeso líquido fluorescente para ser un versión más joven y despampanante de sí misma durante una semana. Sea o no casual, el año de estreno de esta cinta ha sido el de la explosión de Ozempic y derivados, medicamentos que se administran mediante una inyección semanal y que provocan una saciedad constante para lograr una rápida pérdida de peso. El escritor Johann Hari (Glasgow, 46 años) es una de las millones de personas en el mundo que se inocula una dosis de estos fármacos cada siete días. En Adelgazar a cualquier precio (Península), a la venta desde hace unos días, se embarca en un viaje por todo el mundo para comprobar con expertos, científicos, médicos y nutricionistas qué van a suponer estos medicamente en la salud y en la economía mundiales.
Aunque para muchas personas parece tratarse de la última receta milagrosa de las celebrities para perder peso, Hari describe este tratamiento de alteración hormonal como “un gran descubrimiento científico que está a punto de cambiar el mundo tal y como lo conocemos”, aunque también lo considera una solución cortoplacista que no estaría completa sin la revisión profunda de un ecosistema alimentario que “ha hecho saltar por los aires el modo de alimentarse que el ser humano ha tenido en sus 300.000 años de existencia”.
¿La gente quiere estar sana o quiere estar delgada?
Ambas cosas. Las razones que suscitan interés a este respecto son complejas. Ozempic está causando mucho entusiasmo porque, para empezar, es un gran hito científico. Gracias a él disponemos de un medicamento que funciona de una manera nueva y que elimina la obesidad de la mayoría de personas que lo toman. El usuario medio de Ozempic pierde el 15% de su masa corporal en un año; el de Munjaro, que es el siguiente de estos medicamentes, un 18%; y quienes tomen la siguiente generación, que estará disponible este año, un 22%. Es un gran acontecimiento. Tengo la impresión de que los medios españoles todavía se toman esto como una ocurrencia o una moda de Hollywood. No es el caso. Se trata de un gran acontecimiento a nivel científico, que tendrá grandes consecuencias en la salud y en la economía del país. Hay muchos motivos para estar emocionados.
La delgadez es el principal deseo de muchas personas, que no dudan en poner en riesgo su salud para lograrla.
Todos queremos vernos mejor, aunque eso normalmente significa encajar más en los patrones de belleza normativa. Pero también nos preocupa nuestra salud. En mi caso, eso es primordial: ya soy mayor de lo que era mi abuelo cuando murió a causa de un ataque al corazón, al inicio de su cuarentena. No es el único varón de mi familia que ha engordado, ha enfermado y se lo ha llevado por delante un accidente cardiaco. Además, una persona cercana, solo un par de años mayor que yo, murió a consecuencia de dolencias asociadas a una gran obesidad, lo que me hizo tomar conciencia. He sido obeso la mayoría de mi vida adulta, y es algo que me preocupaba. Cuando supe de la existencia de estos medicamentos, sentí una mezcla de cosas. Sonaba demasiado bueno para ser cierto, ¿no? De ahí parte la idea del libro, para el que me he embarcado en un gran viaje alrededor del mundo, desde Islandia hasta Japón, hablando con los expertos más importantes y con los científicos que los han diseñado, con sus mayores defensores y con sus mayores críticos. Y empecé a tomar Ozempic para entender en primera persona lo que esto va a suponer para todos nosotros.
Tal y como explica en el libro, no es la primera vez que tenemos un medicamento milagro para el sobrepeso y la obesidad.
Ha habido otros previos que han acabado en desastre. Por ejemplo, en la década de los sesenta había la moda de recetar anfetaminas para perder peso. Pero, como cualquiera que las haya tomado de fiesta sabe bien, las anfetaminas generan tolerancia y cada vez hay que tomar más para lograr el mismo efecto, y eso te puede enloquecer. Estar delgado pero psicótico no es un resultado tentador. La diferencia es que los nuevos medicamente funcionan de una manera totalmente distinta. Si comes algo ahora, no importa qué, en un ratito producirás una hormona llamada GLP-1, que es la forma natural en que tu cuerpo te indica que estás saciado. Es como el freno de un coche, te hace parar. La GLP-1 natural solo está en nuestro sistema un par de minutos, después desaparece. Lo que hacen estos medicamentos es generar una copia artificial de esta hormona que permanece durante una semana entera, lo que genera efectos impresionantes.
¿Qué sintió al empezar a administrarse Ozempic?
Nunca lo olvidaré. Hace dos años, tras un par de días tras la primera inyección, pensé: noto algo raro. Ese algo raro es que me desperté y no tenía hambre. Fui al local de siempre a desayunar lo de siempre, un bocadillo de pollo con mayonesa. Normalmente lo devoraba enseguida y seguía hambriento; esa vez, después de tres bocados no podía más. Estaba lleno. Y así ha sido desde entonces. Es como si tuviera, digamos, un 20% del hambre que tenía antes. Por lo que me han explicado los científicos que han contribuido a su desarrollo, básicamente hemos hackeado el código del hambre en los seres humanos a través de esta simulación hormonal. Eso no significa que no haya riesgos, claro. En el libro detallo los doce principales. Pero, volviendo a la pregunta anterior, puede parecer que estos medicamentos son similares a otros del pasado que acabaron en catástrofe, y desde luego es una posibilidad. No es probable, pero es una posibilidad. La realidad es que funcionan de manera radicalmente distinta y creo que debemos encararlos de manera distinta.
Los estudios sobre los efectos de Ozempic y similares son recientes, no conocemos realmente qué puede ocurrir a largo plazo.
Es cierto. Creo que ahora mismo una persona con sobrepeso u obesidad que ha probado dietas sin resultado tiene dos opciones, dos caminos que conllevan un riesgo: el de continuar obeso o el de estos medicamentos. De todo lo que he aprendido investigando para el libro, y soy completamente sincero, lo que más me ha impresionado es algo que he sabido toda la vida en realidad: los efectos dañinos que causa la obesidad. La ciencia es muy clara: si la padeces, es mucho más probable que tengas un ataque al corazón, que desarrolles bastantes tipos de cáncer, que sufras demencia o que pierdas la vista. El riesgo es increíble. Pensemos en la diabetes. Siempre hemos sabido que si eres obeso tienes más opciones de acabar desarrollando diabetes tipo 2. La realidad es que si eres obeso a los 18 años, tienes un 70% de opciones de padecerla a lo largo de tu vida. Antes pensaba, como todos: la diabetes no es buena, pero vivo en un país donde el sistema de salud permite que no sea un problema. Pero incluso con el tratamiento adecuado, las personas con diabetes tipo 2 viven 15 años menos de media. Es la principal causa prevenible de ceguera en Europa. Es la principal causa de amputaciones en Estados Unidos, un país donde hay muchas amputaciones por arma de fuego. Uno de los mayores expertos en diabetes de Reino Unido, el doctor Max Pemberton, me dijo algo que me chocó: que, a día de hoy, prefería infectarse con el VIH que desarrollar este tipo de diabetes. Ahora mismo, las personas con VIH tienen una vida tan larga y sana como los no portadores. No pasa lo mismo si tienes diabetes tipo 2. Cuando tienes 20 años, lees estas cosas y te dan más igual. Pero acabo de cumplir 46 años, y estos riesgos ya no te parecen abstractos. Así que hay que compararlos con las posibles consecuencias negativas de estos fármacos, de los que hasta ahora sabemos que eliminan la obesidad de casi todo el que los toma y mejoran los principales indicadores de su salud. Es cierto que no conocemos las consecuencias a largo plazo porque son medicamentos recientes, pero como tratamiento para la diabetes se lleva consumiendo casi 20 años, por lo que a medio plazo sí tenemos ya una idea más precisa. Por decirlo de alguna manera, si con este tratamiento te salieran cuernos, ya habría diabéticos con cuernos en el mundo.
Más allá de los riesgos, la relación con la comida debe cambiar sin duda.
Te pondré un ejemplo, algo que me hubiera gustado saber antes de empezar a tomar Ozempic. Estaba en un restaurante de comida rápida en Las Vegas, ciudad en la que estoy investigando una serie de crímenes que ocurrieron en la ciudad, incluyendo el de una persona que apreciaba. Tenía un mal día, así que fui a un KFC como tantas veces, y pedí un cubo de pollo frito. En cuanto comí un bocado, me di cuenta de que no era capaz de comer más; de lo contrario hubiera vomitado. Y recuerdo pensar: vas a tener que sentirte mal sin el consuelo de la comida. Por eso en el libro explico las cinco razones que tenemos para comer, de las cuales solo una es la evidente, obtener nutrientes y seguir viviendo. Las otras cuatro son psicológicas, y mucha gente come para lograr lo que yo pretendía aquella vez: sentirme mejor, manejar mis emociones, consolarnos. Cuando tomas este medicamento no tienes esa herramienta, y puede que sea una razón por la que mucha gente está desarrollando depresión después de empezar a tomarlo. Hay debate en torno eso; quizás haya más factores, incluyendo un posible cambio en la química del cerebro. No está claro, pero hay gente que piensa que es así.
La obesidad es considerada una enfermedad por la OMS, que alerta constantemente sobre su crecimiento en todo el mundo.
Si el lector busca imágenes de cualquier playa española digamos en el año en que nací, 1979, se dará cuenta enseguida de que no hay apenas personas obesas. Es extraño, ¿no? ¿Por qué eran más delgados entonces que ahora? Cuando acudes a los datos, compruebas que entonces la obesidad era mucho más rara, y ahora está en un 15% de la población y subiendo. Durante los 300.000 años en los que ha existido el ser humano, la obesidad ha sido muy baja. Y, básicamente, durante mi tiempo de vida ha explotado. ¿Qué ha pasado en estas últimas décadas? Pues lo sabemos: lo que ha pasado es que la gente ha pasado de consumir alimentos frescos a los procesados o ultraprocesados, que son los productos que se manufacturan –porque no podemos decir que se cocinen– en fábricas a partir de productos químicos. Esta nueva clase de comida, que nuestros abuelos nunca probaron porque no existía, afecta a nuestro cuerpo de una manera muy distinta. En el libro pongo el ejemplo de un experimento que lo explica bien: el doctor Paul Kenny crio unas ratas con comida sana, la comida que las ratas han estado tomando durante mil años. Estas ratas comían cuando tenían hambre, la cantidad necesaria y nada más. Esto nos indica que nuestro cuerpo tiene una manera natural de decirnos que no necesitamos más. Después cambió su dieta por lo que podríamos llamar la cocina americana: les puso bacón frito y chocolatinas. Las ratas se volvieron locas con esta comida; la comían hasta reventar, muy rápido, y se volvieron obesas. Esa manera natural de saber que habían tenido suficiente ya no funcionaba. Entonces les quitó la comida procesada, convencido de que las ratas comerían más cantidad de la comida sana, lo que nos indicaría que la comida insalubre incrementa la cantidad de calorías que comemos. Pero pasó algo todavía más raro: las ratas ya no querían la comida sana. Es como si ya no la reconocieran como comida. Solo cuando estaban muertas de hambre se acercaban a ella y la consumían. Me pregunto, ¿no estamos todos viviendo en un experimento muy similar a este? Los alimentos procesados están destruyendo nuestra capacidad natural para saber que estamos llenos. Yo no creo que haya sabido del todo lo que es la saciedad hasta que no empecé a tomar Ozempic.
En cualquier caso, si la obesidad es una enfermedad es la única de la que se echa la culpa a las personas que la padecen.
Debemos dejar de ver la obesidad como un pecado que merece un castigo, algo muy arraigado en nuestra sociedad, y empezar a entenderla como el resultado de un ecosistema alimentario que no funciona. De ahí la diferencia entre el número de personas obesas entre 1979 y ahora. Lo que ha ocurrido no es una hecatombe moral, no es que la gente se haya dejado, como se suele decir. Eso no explica la innegable crisis de obesidad a nivel mundial. Es algo que uno entiende en Japón, donde viajé para escribir una parte del libro. Japón es el único país del mundo que se ha hecho rico sin engordar, y no es porque los japoneses tengan más fuerza de voluntad. Es porque, para empezar, allí no se permiten los productos procesados en la dieta de los niños. Todos los colegios tienen un nutricionista, y la educación sobre comida saludable es tan importante como el idioma o las matemáticas. Si no cambiamos el foco de las personas gordas hacia la industria alimentaria, no lograremos nada. Puede que Ozempic y similares sean una solución cortoplacista para muchas personas, pero no solucionan los problemas profundos. Eso solo se logra cambiando el ecosistema alimentario. Estamos metidos en un laberinto y estos fármacos son una salida rápida, rápida y peligrosa, pero la mejor con la que contamos ahora mismo.
¿Cuál sería el objetivo a medio y largo plazo para mejorar ese ecosistema alimentario?
Podemos aprender del cambio radical que la sociedad ha hecho con el tabaco. Tengo una foto de bebé en la que mi madre me da el pecho mientras fuma, con el cenicero apoyado en mi barriga. Entonces era de lo más normal, hasta los médicos fumaban mientras te atendían. Y entre todos hemos hecho esta transformación con la que el tabaquismo se ha reducido de manera espectacular. No fue por arte de magia, sino con una voluntad férrea para proteger a la gente de sus efectos negativos. Debemos hacer algo similar con el sistema alimentario. Aprendamos de Japón.
Muchas personas pueden pensar que es más fácil adelgazar haciendo dieta, pero está más que demostrado que las dietas casi nunca funcionan.
La ciencia explica que solo el 15% de las personas que se ponen a dieta bajan de peso y lo mantienen en el medio plazo. Hay gente que lo consigue, pero lo habitual es no conseguirlo. Por supuesto, todos debemos probar eso primero, pero si eres del 85% por ciento que no lo consigue, tu cuerpo produce cambios que te harán más difícil conseguirlo jamás. Necesitamos un plan más sofisticado que hacer sentir mal a la gente por su peso. Los datos son horribles: según los estudios, casi la mitad de mujeres con sobrepeso reciben insultos cada día. Que la gente se avergüence por un alto peso solo ha hecho peor el problema, porque si te sientes humillado, puedes querer comer más para consolarte. Además, nadie cuida algo que odia, y hemos hecho que la gente gorda odie su cuerpo. Así que propongámonos probar otras soluciones.
El activismo gordo explica que el sobrepeso es un rector de riesgo, pero odiar el cuerpo propio puede serlo de manera más grave.
Apoyo totalmente el movimiento body positive, creo que ha acertado en muchos análisis. El más obvio es que estigmatizar y avergonzar a la gente es cruel y desde luego no va a mejorar su situación. Pero hay una parte, pequeña, de ese movimiento que asegura que no es cierto que la obesidad tenga efectos negativos en la salud, y eso me parece problemático. En mi investigación mantuve la mente abierta para responder esa pregunta, y lo cierto es que la ciencia es clara y meridiana en ese sentido. Que la obesidad es mala para la salud es una evidencia científica. Debemos proteger a las personas gordas del odio y el estigma, pero también de las consecuencias negativas de su peso: infartos, diabetes, cáncer, demencia. No creo que haya contradicción entre ambas.
¿Pueden ser estos medicamentos un trampolín hacia trastornos de la conducta alimentaria?
Es el riesgo que más me preocupa de esos doce que comentaba antes. Si pensamos en la anorexia, el trastorno de la alimentación más conocido, vemos que existe un conflicto en la persona que la padece, que podríamos resumir en que su biología le pide comer para vivir pero su mente le ordena no comer porque quiere estar lo más delgada posible. Y literalmente estos medicamentos te quitan el hambre. Como la experta Kimberly Denni me dijo, eso es gasolina pura para un trastorno así. Así que debemos ser muy cautos a la hora de recetarlos, porque habrá personas que quieran usarlos de esta manera.
¿Es optimista sobre el futuro?
Creo que estos fármacos son una herramienta increíble. Van a salvar la vida de mucha gente, y además nos van a ahorrar dinero por el ahorro en las consecuencias de la obesidad que hay ahora mismo. Me parece que estamos ante un hito científico, hemos conseguido manipular el código de la saciedad. Si se me permite la comparación, creo que es como el descubrimiento del fuego. Por supuesto, el fuego es genial para calentarnos pero horrible si se usa para quemar una casa. Del mismo modo, el Ozempic puede causar daño e incluso costar la vida de algunas personas, como comentábamos antes con los trastornos alimentarios. Estamos a punto de vivir una gran transformación sobre cómo entendemos el peso y cómo entendemos el hecho de alimentarnos. Es un tema complejo y espero que el libro sirva para entenderlo mejor, porque muchas personas van a tener que tomar decisiones importantes en los próximos años.
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