madrid
Dice S. que todos los días llora un poquito. Cuando llega a casa, al terminar su turno en un gran hospital de Madrid. "Es humano y es bueno", apostilla. Llora después de dejar las zapatillas en el rellano, de quitarse la ropa, meterla en la lavadora y encerrarse en la ducha. "Es el ritual. Después ya, quizás, le doy un beso a mi novia", sostiene. A veces antes, a veces después de eso, llora.
S. es médico, pero su primera línea contra el coronavirus es diferente a la que nos muestra cada día la televisión. Es psiquiatra y, desde hace dos semanas, dejó su centro de salud mental —que no a sus pacientes— para ser voluntario en el equipo de profesionales que atiende a enfermos de Covid-19, a sus familiares y, también, a sus compañeros sanitarios en el hospital.
Con él hay 30 psicólogos clínicos y psiquiatras dedicados a contener las grietas mentales que horada con más o menos empeño el virus y sus efectos colaterales, que son muchos. "Es fundamental atender a los enfermos, pero también a los compañeros que van a la guerra cada día, 500 pacientes al día en urgencias es medicina de guerra. Y se lo llevan todo a su casa, muchas veces sin siquiera ser conscientes de lo que cargan consigo", explica.
No son muchos —" al menos de momento", advierte,— los trabajadores de su hospital que le llaman o que necesitan atención psicológica. "Los médicos no son muy de ventilar, de cuidarse a sí mismos. Ahora no paran de currar y cualquier cosa que no sea atender les parece una pérdida de tiempo", afirma. Pero, aunque inevitable, es un error. Todo acaba brotando, y su trabajo consiste en escucharlos, quizás en recetar un ansiolítico, un calmante, un somnífero. "Su sufrimiento no tiene respuesta, les escucho y me llevo yo a casa una pequeña parte de su carga", resume. Luego, todos los días un poquito, la deja caer por sus mejillas después de poner la lavadora.
"Fue en los primeros en los que pensé cuando vi venir esta avalancha. En los compañeros del hospital, sanitarios y no sanitarios, a quien también les está afectando", apunta Elisa Peiro, responsable del servicio de Psicología clínica del Hospital Severo Ochoa de Leganés.
Diferentes fortalezas
Peiro no es alarmista, "no van a venir en tromba los compañeros", confía, "pero creo que cuando pase un tiempo habrá cosas que irán saliendo. Habrá más casos de estrés postraumático, seguro. Esto es una vivencia fuera de lo normal, por mucha experiencia en emergencias previas que se haya tenido" aclara. Advierte que no todos los sanitarios tienen el mismo cayo emocional, que no todos los médicos que de repente se han convertido en internistas o todas las enfermeras y auxiliares que ahora recorren frenéticas las urgencias o las UCI están acostumbrados "a situaciones que pueden ser duras, durísimas". "No tiene la misma fortaleza ni la misma resiliencia el médico de cuidados intensivos o de oncología que el dermatólogo que ahora está al pie del cañón", ilustra.
"No estamos recibiendo muchas llamadas, pero las que he recibido están siendo bastante graves"
Por eso, en su hospital y otros más de la región comenzaron la pasada semana a prestar servicio a compañeros que lo requieran. "De momento solo he atendido a dos enfermeras, por estrés, ansiedad e insomnio, porque se les repetían constantemente escenas complicadas que han vivido. Pero por los pasillos o durante llamadas de trabajo rutinario, muchos aprovechan para contarme lo que les está sucediendo y cómo están encarando este drama", concede. Eso, dice, también es tarapia.
"No estamos recibiendo muchas llamadas, pero las que he recibido están siendo bastante graves, situaciones muy evolucionadas", confiesa Ángel Luis Rodríguez, médico de familia, psicoterapeuta y responsable de servicios de salud mental de la Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (AMYTS).
Rodríguez es uno de los que descuelga el teléfono cuando un compañero llama al servicio de atención psicológica gratuita que su sindicato puso en marcha ya en octubre. "Porque la situación laboral de los médicos en la Comunidad de Madrid es muy mala y hace ya tiempo que empezó a pasarles factura mentalmente. El coronavirus, desde luego, la va a agravar, y es muy importante que estén mentalmente fuertes para lidiar con esto", explica desde su confinamiento.
Este psiquiatra dio positivo hace una semana y se le escapa una tos entre frase y frase. "No estoy tan mal. Puedo ayudar, aunque sea para el auxilio psicológico por teléfono", dice. Pero no todos los profesionales sanitarios llevan bien estar de brazos cruzados mientras pasan la cuarentena o, peor, mientras les confirman si son o no contagiosos. No son pocos. España encabeza la tasa de sanitarios contagiados. "Los últimos que he atendido tenían ansiedad porque se sienten culpables por no estar trabajando", apunta.
Otras prioridades
Los profesionales consultados temen que el factor psicológico haya quedado sepultado. Lo importante, frente a lo igual de importante pero más urgente. "Toda la preocupación está todavía centrada en el miedo al contagio, en la falta de medios de protección, de batas, mascarillas, guantes. Así es muy difícil reparar en tu propia salud mental", subraya.
Pero Rodríguez ha atendido ya a compañeros con "cuadros de mucho impacto emocional", que dicho así no impacta nada pero, al escuchar el desarrollo, solo se puede rogar para seguir encerrado en casa. Colaborando, pero ajeno a la brutal realidad de un box de urgencias casi tres semanas después del comienzo de la pesadilla.
"Ahora, tomar una decisión es a veces como firmar una sentencia de muerte"
"Ayer, un médico me llamó para relatarme cómo se había encontrado a la hora de sedar a una persona de 66 años que no estaba tan mal. Murió porque no había respiradores suficientes. No pudo convencer al médico de cuidados intensivos para salvarla porque los protocolos son así. Y es normal que sean así, se salva a quien más esperanza de vida útil tiene y esa paciente tenía una grave patología previa. Pero esa decisión es como firmar una sentencia de muerte. Y eso afecta de una manera desgarradora", dice.
Alguno le ha llamado para decirle que no quiere seguir siendo médico para eso, para no poder siquiera intentar curar. "Es mentira, luego todos vuelven, pero es una primera reacción muy común", añade Rodríguez.
Cuentan que, en los tablones de las salas de personal de varios hospitales madrileños, cuelgan carteles con las afecciones más comunes ante un estrés difícilmente imaginable, nunca visto hasta ahora. La psicóloga Peiro enumera los casos más habituales: dificultad para concentrarse y tomar decisiones, bloqueos, quedase en blanco y problemas para retener información. Somatizaciones, "sobre todo a la salida de trabajo", apunta: dolor de cabeza, muscular, trastorno digestivo como consecuencia del estrés.
También está la parte emocional, "miedo a contagiarse, impotencia por no poder hacer más, rabia, tristeza, inseguridad y mucha culpa", ilustra. Hay deseos de evitar la situación, "trabajadores que quieren salir corriendo, porque ocurre, por muy buen profesional que se sea", dice. Y al contrario, "sobreimplicación, no poder cortar", reseña. Peiro no los ha tratado aún, pero S. sí y Rodríguez, también.
"El personal sanitario empieza el día y lo acaba en piloto automático"
"Es cuestión de tiempo. El personal sanitario empieza el día y lo acaba en piloto automático, van a toda pastilla, sin tiempo para parar, sin darse cuenta de que las situaciones que viven les arañan emocionalmente", dice Rodríguez. Han visto morir a personas, llorar a sus familiares que no pueden si quiera velarlos, "que ni siquiera han podido parar un minuto para darles el pésame". En Ifema, el gran hospital de campaña, "ven a personas deambulando sin saber muy bien dónde están", explica este médico. "Según avancen las semanas, los profesionales estarán más frágiles, están sobrepasados, desbordados, cansados y poco protegidos", expone.
Y, como todos los que asistimos al desarrollo de esta pandemia, está la incredulidad, que está salvando a muchos trabajadores sanitarios, al menos en los primeros momentos. "Nadie esperaba esto. Llegó un tsunami de repente y esa sensación de irrealidad es patente", explica Peiro.
Como una película
Eso le ocurre a A., médico de familia que trabajó 14 años en urgencias hospitalarias para complementar su sueldo. Lo dejó hace un año y medio, pero pidió volver cuando vio lo que venía. "No quedan más huevos, si no estamos nosotros, quién va a estar", apostilla. Cree que todavía está psicológicamente entera, aunque no sabe por cuánto tiempo. En el Infanta Leonor de Vallecas, dice, "sólo hay caras raras, no hay una sonrisa". Lo único que les hace aguantar mentalmente es un espejismo, relata. "Vivimos sin creernos que todo esto esté pasado. Como si viéramos una película, como si al empezar el turno arrancara un videojuego. Es nuestro mecanismo para no hundirnos, al menso en esta fase. Calculo que quedan 12 semanas así en los hospitales", confiesa.
A su alrededor "hay de todo", desde el que llora por impotencia hasta el que "da positivo y sale corriendo de alegría" porque no tiene que volver mañana, afirma. "No sé cómo acabaremos, si se alarga mucho este día a día muchos acabarán con algo dentro muy parecido a lo que tienen los a excombatientes de una guerra", teme.
Algunas reacciones son normales, pero otras son hitos que indican la atención psicológica o psiquiátrica es urgente. "Cuando la tensión y la emoción se han convertido en ira, cuando siempre se responder de malas formas al compañero o al paciente, cuando se grita a la gente, cuando alguien tiene discusiones constantemente... significa que ha llegado el momento, esa persona ya no es útil", argumenta Rodríguez. Todo esto ya pasa en dosis pequeñas, pero habrá repunte. Nadie lo duda.
Para paliarlo, además de parar un minuto, de llamar a los teléfonos disponibles y conversar con profesionales, en varios hospitales se hacen ya puestas en común antes o después del turno. "Pequeñas terapias de grupo en las que simplemente se desahogan. Es muy efectivo", apunta Peiro. Los héroes también se derrumban, "somos humanos al final", sentencia Martínez. Por eso insisten a sus compañeros en que no miren para otro lado, "tienen que saber que no están solos, que hay muchos en su situación y que no es perder el tiempo pararse a pensar y compartir lo que están viviendo", señala.
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