Las dos realidades de la masificación en Catalunya: de la saturación de embarcaciones a la regulación de las pozas
La pandemia disparó el número de visitantes en espacios naturales. La mayoría adoptaron medidas para proteger el entorno, como prohibir el acceso en vehículo privado, cobrar por el parking o limitar la afluencia de personas. Ahora SOS Costa Brava alerta d
Barcelona-Actualizado a
En los últimos años, las redes sociales se han convertido en el enemigo número uno de espacios naturales que durante mucho tiempo han pasado desapercibidos por el público general. Del día a la noche, muchos de ellos han pasado de ser un refugio refrescante de la gente local y amantes de la naturaleza a la playa de curiosos con chancletas, neveras portátiles, tumbonas y flotadores.
Sobre todo son pozas, cascadas, balsas y piscinas naturales de las zonas más boscosas del país. Por poner algún ejemplo: el Niu de l'Àliga, en Alcover (Tarragona), o el torrente de la Cabana, en Girona. La problemática también se extiende en las calas de la Costa Brava, pero en el agua, donde las embarcaciones no respetan las normas de fondeo y molestan a los bañistas.
Laura Fernández, que forma parte del proyecto de educación ambiental Tosca y es la coordinadora de los centros de información del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, explica que el auténtico boom se vivió durante los años de la pandemia de la Covid-19, cuando la gente no podía salir del país y había restricciones en todas partes, también en las piscinas y playas. "La masificación es especialmente preocupante en las zonas donde hay agua, sobre todo durante los años posteriores a la pandemia, cuando las piscinas naturales se empezaron a hacer virales por las redes sociales y su promoción en periódicos y televisiones", comenta.
"Son espacios muy frágiles y su biodiversidad se resiente mucho de la presencia humana. La solución no sólo pasa por prohibir el baño o cerrar el acceso a las personas, sino saber convivir con la flora y la fauna del entorno", señala Fernández, que pone el foco en los productos que utilizamos cuando nos ponemos en el agua, como cremas sociales o colonias, ya que sus componentes afectan a los hábitats naturales de la fauna, sobre todo de los anfibios.
Ahora, cuatro años después de la pandemia, ya no es tan común ver imágenes de piscinas naturales saturadas de gente. Y es gracias a la regulación que han implementado ayuntamientos y agentes rurales en zonas especialmente tensionadas. Fernández comenta que la gran mayoría de espacios naturales se regularon a raíz de la gran afluencia de visitantes durante los años de pandemia, entre los años 2020 y 2022.
"En la Garrotxa, concretamente, se reguló la zona del río Brugent, el área de los pinos, la zona de la riera de Santa Pau y la zona de la Muga. En estos cuatro puntos se debe hacer una reserva previa y está limitado a una capacidad de vehículos", detalla Fernández, quien apunta que ésta "es la única manera que tenemos para regular la masificación".
También se ha prohibido hasta el 11 de septiembre el acceso en coche al Parque Natural del Cap de Creus, en Roses (Alt Empordà). Los vehículos de cuatro o más ruedas no pueden entrar en el parque entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde, todos los días de la semana. Sí pueden pasar peatón, bicis, motos, propietarios, clientes de actividades del parque y trabajadores.
En el caso de las pozas del torrente de la Cabana de Campdevànol (Ripollès), los fines de semana hacen pagar una entrada de 6 euros al público general. También se controla el aforo, que no puede superar las 400 personas. En la Vall Ferrera (Pallars Sobirà) es necesaria una reserva previa para aparcar en la Molinassa, punto de inicio habitual de la Pica d'Estats; y así una lista interminable de medidas contra la masificación.
Fernández asegura que la regulación frena la masificación, sobre todo en verano. "Solo el hecho de que se sepa que existen unas normas de acceso, ya frena la sobrefrecuentación de gente", comenta. De hecho señala que el pico de masificación fue durante los años posteriores a la Covid-19. "Con la puesta en marcha de las medidas para regular los espacios naturales, se estabilizó. No estamos yendo a la baja, pero de algún modo se va estabilizando. El pico ya lo hemos asumido, ahora estamos en un proceso de concienciar que son unos espacios muy frágiles", explica.
Masificación de embarcaciones en las calas de la Costa Brava
Ahora bien, la situación es especialmente delicada en la Costa Brava, donde decenas de embarcaciones saturan cada fin de semana algunas de las calas más emblemáticas. Pequeños yates, lanchas o veleros echan el ancla o se amarran a una baliza y disfrutan del entorno marítimo desde un lugar privilegiado. La Ley de Costas prohíbe que atraviesen el límite de boyas de color amarillo, que marca la zona de agua reservada exclusivamente para los bañistas, y cuando no existen boyas que regulen la distancia, las embarcaciones no pueden acercarse a menos de 200 metros de las playas de arena y a menos de 50 metros de las rocas.
La plataforma ecologista SOS Costa Brava, sin embargo, denuncia que muchas veces estas normas no se cumplen y que las embarcaciones ocupan más espacio de lo permitido, molestan a los bañistas y estropean el fondo marino. Sin ir más lejos, su portavoz, Jordi Cruz alerta de que el fin de semana pasado en cala del Golfet, que está dentro del PEIN Can Roig Castell, en Palafrugell, había más de 150 embarcaciones. "Es una zona rica en helechos fanerógamos, pero las embarcaciones cada año se las cargan con las anclas de raíz. Prácticamente ha desaparecido. Es una auténtica lástima porque son estos sistemas muy frágiles e importantísimos", lamenta.
Hace unas semanas, SOS Costa Brava denunció que habían arrancado por segunda vez las balizas de la Cala del Vedell, en el municipio de Mont-ras. A raíz de la gran masificación de embarcaciones de recreo en el litoral, las balizas son necesarias para establecer una franja de seguridad para los bañistas: ya sea por quienes llegan a pie a las calas, como por los de las propias embarcaciones.
Además, son necesarias para la preservación y recuperación del fondo marino, especialmente cuando existen praderas de posidonia. "Muchos rincones de la Costa Brava están saturados de embarcaciones que se acercan demasiado a la roca, y eso estropea la flora del fondo marino, sobre todo los bosques de posidonia, nuestro principal aliado para la lucha contra el cambio climático, ya que absorben mucho CO2", denuncia Cruz.
Por este motivo, Begur, Mont-ras, Palafrugell y Palamós (Baix Empordà) han unido esfuerzos para combatir estas actitudes incívicas de embarcaciones recreativas. Fruto de la Mesa de Cogestión Marítima del Litoral del Baix Empordà, los cuatro ayuntamientos han editado folletos para divulgar buenas prácticas de navegación responsable entre los patrones de embarcaciones. El objetivo es hacer compatible el ocio y respeto al medio ambiente. En los folletos hay un mapa que señala los lugares donde está prohibido el fondeo y sitúa a los campos de boyas donde las embarcaciones pueden amarrar sin dañar el fondo marino.
Cruz concluye que en algunas zonas de la Costa Brava la masificación se ha trasladado al mar. "Hace unos años logramos que se prohibiera el acceso motorizado hasta las calas, pero ahora el problema lo tenemos con las embarcaciones, que no respetan los límites", lamenta.
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