Desmemoria, cocaína y whisky con Red Bull: los amigos de los presuntos asesinos de Samuel intentan exculparlos del crimen
Los abogados de la defensa reiteran estereotipos en sus estrategias para construir el relato de inocencia que pretenden para sus clientes.
A Coruña--Actualizado a
¿Qué delirante mecanismo de pensamiento puede llevar a una pandilla de chavales a metamorfosearse en segundos en una jauría de lobos? ¿Cuánta ira hay que acumular en el alma para odiar repentinamente a un semejante, convenir su muerte con el resto de la manada sin mediar palabra y ejecutarlo acto seguido, sin piedad y siguiendo ciegamente al grupo a dentelladas?
Cinco amigos y conocidos de los cinco presuntos asesinos de Samuel Luiz, testigos presenciales de lo que ocurrió en la madrugada del 3 de julio de 2021 junto a la playa de Riazor en A Coruña, comparecieron este lunes ante el tribunal que los juzga en la Audiencia Provincial de la ciudad.
Sus versiones de los hechos fueron contradictorias, repletas de olvidos y apelaciones a sus lagunas de memoria por el tiempo transcurrido, y por momentos titubeantes, aunque siempre arrimadas a las de cada uno de los acusados con quienes mantenían amistad y, por tanto, a los respectivos relatos exculpatorios que las defensas pretende construir ante el jurado.
En su conjunto, sin embargo, y a falta del resto de pruebas, testimonios y dictámenes periciales que los refrenden o contradigan, sus historias no permiten armar una narrativa lógica, completa y veraz de lo que sucedió. Tampoco sobre quiénes y en qué grado y forma participaron en el linchamiento, ni mucho menos sobre cómo se generó en segundos esa marea de rabia individual derivada a violencia colectiva que acabó con la vida de Samuel.
Alcohol y drogas
La estrategia de varios de los abogados defensores pasa por subrayar que sus clientes actuaron bajo la influencia del alcohol y las drogas, quizá con la esperanza de que el tribunal valore que esa circunstancia les impedía conocer con certeza la gravedad de lo que estaban haciendo. Eso les permitiría acogerse al precepto del Código Penal que exime de responsabilidad criminal a quienes cometan delitos en estado de intoxicación plena por alcohol, estupefacientes y sustancias similares.
Según se desprende de las descripciones que hicieron los testigos que declararon este lunes, unidas a las de los dos acusados que lo hicieron el pasado jueves —Alejandro Míguez y Catherine Silva, los únicos que no están en prisión provisional—, la pandilla habría empezado a beber a media tarde en una pista de fútbol de la ciudad, antes de trasladarse al pub Andén, en el paseo marítimo de Riazor, alrededor de las nueve.
Era la primera noche en que podían salir después del confinamiento, y allí habían reservado una sala privada, con bebidas incluidas a razón de una botella de whisky por cada dos personas, que algunos habrían mezclado con bebidas energéticas como Red Bull. También habrían consumido cocaína, lo que les habría llevado a casi todos a un estado de embriaguez y excitación que, en el caso de Diego Montaña, habría conducido a una actitud extremadamente agresiva. Ésta se habría agravado aún más tras una discusión con Catherine, por entonces su novia, poco antes de abandonar el local y cruzarse con Samuel.
Parece cierto que varios de los acusados tomaron alcohol, taurina y cocaína, y en cantidades poco recomendables, pero de ahí a que la mezcla baste por sí sola para transformar en lobos a los acusados y para hacer de su grosera noche de borrachera y desfase un aquelarre atroz contra otro ser humano, dista un gran trecho probatorio.
De hecho, la fiscal del caso insiste cada día en insinuar que la cuadrilla ya tenía características de jauría antes de la cacería de Samuel. En los cuatro días que lleva hasta ahora la vista oral, ha mostrado en media docena de ocasiones una fotografía de los miembros del grupo en actitud agresiva, portando una catana, objetos contundentes y pasamontañas. La imagen fue tomada pocos días antes de los hechos.
Un videoclip para una canción de rap
Los acusados niegan que la violencia anidara ya en el grupo, y se justifican en que se trató de una inocente escenificación para el videoclip de una canción de rap con estética pandillera que uno de ellos quería grabar. Se trata de uno de los dos jóvenes implicados que eran menores de edad aquella madrugada del 3 de julio de 2021, y que en abril de 2022 fueron condenados a tres años y medio de reclusión en un centro de internamiento tras alcanzar un pacto con la Fiscalía.
En aquella foto se les intuye orgullosos y unidos, y no parece desaventurado razonar que entre los testigos que declararon este lunes y los presuntos asesinos de quienes dicen ser o haber sido amigos antes de la muerte de Samuel, siguen existiendo costuras que ésta no habría deshilachado del todo.
El primero en testificar fue un amigo de la infancia de Alejandro Míguez, a quien situó al margen de la agresión para responsabilizar a Diego Montaña, quien la habría iniciado; a Alejandro Freire, Yumba, quien habría sido el primero en secundarla; y a Kaio Amaral Silva, a quien habría visto agresivo y en disposición de patear a Samuel aunque sin aclarar si realmente le había visto hacerlo.
El segundo testigo, que se dijo amigo de Kaio Amaral y de Catherine Silva porque al resto, explicó, sólo los conocía de vista, señaló que no les había visto participar en la paliza, y que no había escuchado los insultos homófobos que otros testigos atribuyen a Diego y Catherine.
Testimonio exculpatorio
La tercera fue la exnovia de Kaio Amaral, quien conocía a todos los acusados y quien confirmó que ella y su chico no habían estado en el pub, que Kaio no sólo no tocó a Samuel sino que trató de ayudarlo, que Catherine también trató de parar a Diego y no de evitar que la amiga de la víctima que lo auxiliaba pudiera hacerlo. Tampoco oyó que nadie pronunciara la palabra "maricón", y que no recuerda haber visto por la zona a Alejandro Míguez.
Tras la no comparecencia del cuarto testigo del día, que motivó que la jueza le impusiera 600 euros de multa e instara a citarlo de nuevo para el jueves, y a abrir contra él un procedimiento por obstrucción a la justicia si volviera a negarse a acudir a la Audiencia, declararon los dos últimos interrogados: un chico que era menor cuando sucedieron los hechos, y otro joven, conocido de toda la pandilla, quien sí escuchó los insultos y quien sí aseguró que Míguez le había dicho que había tenido un altercado con uno de los dos ciudadanos senegaleses que trataron de proteger a Samuel. Su testimonio fue quizá el más estructurado, aunque lo expuso con dificultades y en ocasiones abrumado por la presión de varios de los abogados defensores.
En ese sentido, varios de éstos insistieron en su estrategia de tumbar la tesis de que se trató de un crimen homófobo. Así, interrogaron a varios testigos sobre si ellos podían deducir de la vestimenta, la voz y los gestos de Samuel si era o no era heterosexual. Incluso dejaron caer que sus defendidos tienen amigos gais y transexuales, e incluso preguntaron a uno de los declarantes si conocía que sí lo es otra de las personas que van a prestar testimonio en el juicio, una cuestión que la jueza que dirige el proceso declaró impertinente.
Cuando uno se pregunta cómo es posible que existieran tantos lobos al acecho en las almas de un grupo de jóvenes que acaban apenas de estrenar sus vidas, quizá la explicación esté precisamente ahí. En los discursos de odio, que se apoderan de ellas poco a poco normalizando impertinencias, inocentes en apariencia pero tapadera en realidad de pensamientos tan delirantes como peligrosos. Como que la homosexualidad se puede deducir de la ropa o del tono de voz de una víctima de asesinato, o que resulta relevante desvelar en un juicio, con nombre y apellidos, la condición sexual de un testigo. Eso es lo que acaba por embriagar de ira a las manadas, no el whisky ni la cocaína ni el Red Bull.
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