madrid
"Poca gente desea la libertad. La mayoría desea tan sólo un amo justo". Las palabras de Salustio, el historiador romano, resuenan estos días a 2000 años de distancia. Lo hacen en plena emergencia sanitaria, con una ciudadanía secuestrada por unos gobernantes empeñados en desafíos y controversias partidistas. La falta de asideros, la sensación de vulnerabilidad y la incapacidad como ciudadanos de plantar cara a un enemigo invisible y esquivo, nos convierte en meros alfiles de una batalla que nos excede, a la espera de una directriz, una normativa, un régimen sancionador, algo que nos proteja.
En situaciones de crisis crece la pulsión entre libertad y obediencia. Una tensión que cada uno gestiona como buenamente puede y que nos aboca, en mayor o menor medida, a la incertidumbre. Aderecen este asunto con esa bacanal de medidas y restricciones regionales, comarcales o metropolitanas y ya casi lo tienen. El sindiós está asegurado. Nadie cree en nada y se instala en la población un sentimiento de anomia, con la sospecha creciente de que quizá no haya nadie al volante y de que, entre dimes y diretes, indicadores y curvas de contagio nos vamos directos al carajo.
"Necesitamos cierta dirección sin que ello implique que nos pastoreen como borregos"
"El virus va por delante y como cualquier sistema biológico resulta impredecible, de modo que poco o nada podemos hacer salvo asumir la fragilidad y la falibilidad de las personas y sus decisiones", apunta Miquel Seguró, experto en filosofía política de la UOC. Dicho menos finamente; quizá no es una cuestión de si hay o no alguien al volante, quizá es que no sabemos cómo enderezar el rumbo porque no hay forma de orientarse en un escenario que es inédito para todos. "Por supuesto que debemos exigir directrices claras a nuestros políticos, aunque estas consistan en asumir que no saben más; a veces le pedimos a la política que ocupe un espacio que no puede ocupar porque ningún ser humano lo puede hacer".
Ahora bien, ¿qué pasaría si el representante de turno se planta ante una ciudadanía expectante y confiesa que no tiene la seguridad de que su plan vaya a funcionar? Piense en su inmediata reacción como ciudadano porque ahí puede estar la clave. "Intuyo que no se penalizaría tanto como se cree el hecho de que un político reconociera que no tiene la seguridad de estar en lo cierto en una situación de emergencia como la que vivimos, por eso entiendo que el miedo no es tanto a mostrarse débil ante la opinión pública, sino a que esa debilidad sea aprovechada por otro partido político". Un juego perverso que explica, en parte, la deriva cipotuda y la crispación constante de nuestra clase política.
Libertad vs. obediencia
Cabe preguntarse, en todo caso, qué esperamos de nuestros políticos. A fin de cuentas son ellos los últimos responsables a la hora de restringir nuestras libertades en pro de la prevención. Dos polos –libertad y obediencia– sobre los que basculan nuestros anhelos pero también nuestros temores. La clave, como casi siempre en política, está en la confianza. "Tenemos que ser conscientes de qué se le puede pedir a un político, muchos creen ver a un mago, alguien capaz de hacer posible lo imposible, pero un político no es más que un gestor de los intereses y de las interacciones sociales para poder convivir mejor y para eso basta con la confianza", explica Seguró.
Es precisamente esa confianza la que legitima sus decisiones. Una idea que comparte Mariano Urraco, antropólogo y profesor en la UDIMA: "La política y sus principales actores han perdido esa confianza por parte de la opinión pública, no es causal que busquen profesionales del ámbito científico y sanitario para emitir determinados mensajes, el problema es cuando se fusionan a ojos de la audiencia y dejamos de ver al médico para ver a un médico que está puesto por un político". Y pese a todo, aún siendo conscientes de que nuestra clase política no pasa por su mejor momento, nos encomendamos a ella con sumisión, comprometiendo incluso nuestra facultad natural más preciada; la libertad.
"Necesitamos cierta dirección sin que ello implique que nos pastoreen como borregos –aduce Urraco–, se trata de un comportamiento gregario absolutamente fundamental para la pervivencia de la especie humana como ser social". Algo que, como apunta el profesor Seguró, no tiene por qué estar reñido con la libertad: "No hay ningún ser humano que disponga de una libertad absoluta, la gente es libre pero en un contexto y bajo unas condiciones dadas, dentro de un marco sociológico, jurídico, etc., determinado".
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