Madrid
Las masivas movilizaciones que se produjeron a lo largo y ancho de la geografía española y el amplísimo seguimiento de la huelga feminista (según fuentes sindicales unos 6 millones de personas, principalmente mujeres), supuso un respaldo social sin precedentes a las peticiones de las organizaciones convocantes. Las calles reafirmaron lo que la Comisión del 8M venía advirtiendo desde hacía unas semanas: “La convocatoria ya es un éxito porque ha abierto debates y movilizado a la sociedad”. Y de eso se trataba.
Esta catarsis social que se vivió en las calles, los barrios, las plazas y los mercados, debe, a partir de ahora, tener una “respuesta en forma de acciones, no de gestos”, afirman las convocantes. Ruth Caravantes, portavoz de la Coordinadora 8M, explica a Público en esta entrevista, qué significó este proceso y qué debería suceder a partir de ahora.
¿Cómo valoran lo que sucedido este 8 de marzo?
Lo valoramos como un rotundo éxito. Ya lo considerábamos como un éxito desde hace un tiempo, porque nosotras veíamos esto como un proceso y no sólo como un día señalado.
Ha habido un montón de asambleas y de actos en los barrios a lo largo de los últimos meses, y el día de la huelga al mediodía el manifiesto se estaba leyendo en 50 barrios y pueblos de Madrid y en más de 200 localidades del estado español. Hablamos de desborde y aún no lo hemos asumido.
¿La Delegación del Gobierno habla de que en Madrid se manifestaron unas 170.000 personas. Qué datos de participación manejan?
Nuestros datos indican que en la manifestación de Madrid participó alrededor de un millón de personas. Las fotos aéreas muestran un desborde total de la marcha, por calles y zonas aledañas al recorrido. Pero siempre que hay una movilización, hay este baile de cifras y depende a quién le interese que se movilice más gente o menos. Pero las que estuvimos en las marchas, que fuimos una parte muy alta de la sociedad, vimos la gran movilización y el apoyo que tuvo la convocatoria, lo que supone un respaldo a las propuestas que hemos hecho para una huelga feminista. Así lo sentimos.
¿Qué tiene que pasar a partir de ahora?
Las mujeres estamos exigiendo cambios y ahora se abre un desafío social y político, que son dos ámbitos en los que hay que empezar a tomar medidas.
A nivel social tememos que mirar qué relaciones tenemos y cuáles queremos tener. Las mujeres queremos poder volver a casa sin tener miedo. Nuestros compañeros tendrán que valorar por qué provocan ese miedo y cómo se comportan. Queremos relaciones basadas en el respeto. Queremos dejar de ser las que tengamos la mayor temporalidad en el trabajo. Queremos organizar la sociedad entorno a una vida que merezca ser vivida. A partir de ahí debemos arrancar y mirar las relaciones en los trabajos y en los empleos. En los trabajos que realizamos las mujeres, como los cuidados que hacemos en los hogares, y que tienen que ser compartidos.
Pero también necesitamos cambios políticos que acompañen este debate social. Y aquí tenemos demandas muy claras. Queremos una educación sexual y afectiva que tenga en cuenta la diversidad, que no oculte los derechos de las personas LGTBI. Necesitamos una educación feminista, que incluya nuestra historia y las aportaciones de las mujeres en los libros de texto, con todo lo que eso supone de cambios en el sistema educativo. Queremos dejar de sufrir violencia machista y que se busquen las herramientas para hacerlo. Queremos el cierre de los CIES [centros de internamiento de extranjeros].
¿Tendría que haber un cambio de modelo social?
La transformación social tendría que darse a través del cúmulo de demandas que venimos haciendo desde el movimiento feminista y que no son nuevas, pero que ahora han cogido un altavoz muy grande. Suponen que tenemos que cambiar nuestra forma de relacionarnos, mirar qué poderes ejercemos en las relaciones o por qué nos falta credibilidad a las mujeres. No la tenemos cuando vamos a juicios por haber denunciado una violación. Pero tampoco la tenemos en las reuniones de trabajo, en donde se nos da menos credibilidad. Pero cuando intentamos defender nuestra opinión vehementemente, entonces somos mandonas.
Si hubiera que elegir un cambio ya, ¿cuál sería?
No fue fortuito que pusiéramos las violencias al inicio de nuestro argumentario. No porque tengan más importancia que lo demás, pero sí que es algo en que todas nos vemos reflejadas. Las violencias van desde los asesinatos hasta vivir acoso por la calle. Pero no queremos dar la idea de que cambiando esto cambiamos todo, porque una transformación social significa un cambio en cada uno de los aspectos de nuestra vida. Es difícil resaltar sólo uno. Tiene que ir todo acompañado.
¿Qué significa que hay que pasar de los gestos a las acciones?
Nos referimos a que no se trata de venir a la huelga, ponerse un lacito y unirse a una fiesta. Que las feministas lo hagamos todo bailando es una cosa, pero esto es una fiesta. Es una lucha por nuestra dignidad y por nuestros derechos y en esta lucha apelamos a nuestro compañero de piso, hermano, familia… hasta los que están en los poderes políticos. Y cada una tenemos una responsabilidad diferente.
Yo con mis familiares y amigos cercanos me puedo repartir la tarea de los cuidados, pero el Congreso hoy, ya, se tiene que poner a trabajar en cómo hacer posibles las demandas que pedimos, y que una gran mayoría de ciudadanos pidieron en las calles.
¿El pacto de Estado atiende a estas demandas?
Creemos que el pacto de Estado es un triunfo del movimiento feminista, que ha presionado para que fuera posible. Pero si queremos acabar con las violencias machistas el pacto es insuficiente y ni siquiera está dotado presupuestariamente. No queremos un pacto de Estado para callar. Es necesario que se tomen medidas reales. No queremos sólo gestos, sino acciones que acaben con las violencias machistas. A eso nos referimos.
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