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Sin contrato y en casa durante décadas: las aparadoras de Elche luchan ahora para que se reconozcan sus derechos
La semana pasada, la Asociación de Aparadoras de Elche realizó un viaje a Madrid para entregar las casi 50.000 firmas que han conseguido para reclamar que se les reconozca todos los años que han dedicado a trabajar sin contrato y en la mayoría de ocasiones en sus domicilios.
Derek Thornell
Alacant--Actualizado a
Elche, al sur del País Valencià, es una ciudad cuya historia y devenir es imposible separar de la industria del calzado. En un principio, se inicia con la producción artesanal centrada en las alpargatas. Pero sería con la incorporación del yute que el sector inicia su engranaje con los circuitos económicos internacionales.
La introducción de este material supuso asimismo un incremento notable de un fenómeno que se ha arrastrado hasta el día de hoy y que forma una parte esencial de la industria: el trabajo a domicilio realizado por mujeres.
Desde aquel momento se configura un sistema productivo descentralizado con una separación de procesos que instaura un sistema de discriminación hacia las mujeres trabajadoras, en el que muchas mujeres eran enviadas a la esfera privada y gozaban de una remuneración mucho más baja.
El siguiente paso en la construcción del sector y su desarrollo fue "con el paso a los zapatos, a partir de la década de los 50, con el que la ciudad de Elche se consolidó como ciudad industrial, generando una importante parte de los puestos de trabajo en el sector zapatero. Sin duda, el calzado ha sido un sector fundamental para el desarrollo económico de la ciudad", explica Marian Canó, presidenta de la Asociación Valenciana de Empresarios del Calzado (AVECAL).
Años de crecimiento en Elche y la huelga del 77
En los 60 y 70, estas prácticas de trabajo a domicilio, contratación de menores y discriminación de la mujer continuaron. Durante este período la ciudad ilicitana recibió una enorme migración procedente principalmente de las zonas de Murcia, la comarca del Baix Segura y de distintas ciudades andaluzas como por ejemplo Granada.
"Nosotros somo una familia de cinco hermanas y veníamos de un pueblo pequeño de Granada", explica Isabel Matute. "Mis padres se enteran de que aquí habría mucho trabajo al ser mujeres y nada más llegar ya encontramos trabajo incluso las más pequeñas, como yo, que empecé a trabajar con 12 años".
Como Isabel Matute, Paqui Melgar Sánchez también vino emigrada, pero en su caso desde Murcia. Con 17 años llegó a Elche para trabajar también en el calzado, donde lleva desde entonces y confirma cómo muchas mujeres empezaron incluso con 8 años a trabajar.
El barrio al que llegaron Isabel Matute y Paqui Melgar, así como la parte más grande de la migración de la época que venían a trabajar en el sector del calzado, es el barrio de Carrús; un barrio que ahora concentra gran parte del entramado de talleres ilegales.
Pero este período también vería como la clase trabajadora de Elche consigue gran parte de sus derechos. "Al poco tiempo de llegar, tiene lugar la huelga de 1977, que dura más de un mes y donde exigimos todo lo que se tiene hoy en día, el mes de vacaciones, las 40 horas semanales, un salario digno, etc.", recuerda Isabel Matute.
Por las ideas machistas de la época, muchas mujeres tuvieron que trabajar desde casa
Otro logro de esta huelga sería la incorporación del contrato a domicilio, que regularía la relación entre los empresarios y las mujeres aparadoras que trabajaban desde sus casas. Regulación que se introdujo porque "había muchas mujeres que, cuando se casaban, sus jefes ya no las querían ahí porque tenían la mentalidad machista de que una mujer cuando se casa se tiene que quedar en casa con sus hijos", relata Matute.
"Pero claro, también tienen que seguir trabajando porque ellos necesitan esa mano de obra, así que, se van a trabajar a casa con sus máquinas y seguían enlazadas con la empresa". A pesar de que los salarios y condiciones seguían siendo en general peores que las de los hombres, "en ese momento hacíamos 40 horas y cada una tenía su contrato y estabas dada de alta", informa Isabel Matute.
La diferencia entre salarios de hombres y mujeres es una constante a lo largo de la historia del sector del calzado en Elche, una práctica que perdura hasta hoy en la que "los cortadores y el montado ganan cinco veces más que las mujeres", señala Paqui Melgar Sánchez.
La presidenta de AVECAL, en respuestas a Público sobre esta discriminación, asegura "que cualquier práctica sexista es inaceptable. Por lo que respecta a nuestra patronal trabajamos para fomentar la igualdad de género dentro de la industria, hasta el punto que contamos con un plan de igualdad para promover medidas de igualdad de género".
Marian Canó: "Cualquier práctica sexista es inaceptable"
En cualquier caso, las dos trabajadoras confirman que es precisamente entre esa huelga y la crisis de los 80 que el sector tenía mejores condiciones. "Todos los años que yo tengo cotizados –señala Matute– son precisamente de aquella época. De los 47 años que llevo trabajados, solo tengo cotizados 6 que son de ese momento".
Crisis, globalización y regresión
Sin embargo, los logros conseguidos en aquella huelga se verían gravemente alterados debido a la crisis de los años 80. "Con la crisis del petroleo se cierran muchas fábricas, algunas de las más importantes aquí, ya que se exportaba mucho a EEUU, y la industria decide llevar la producción directamente a países de Asia o los países bálticos al descubrir que podían producir muchos más barato", recuerda Matute.
Por su parte, Marian Cano considera que la globalización "ha obligado apostar por la internacionalización de nuestro sector y la creación de marcas globales que sean capaces de competir en el mercado internacional. En estos momentos, el sector debe afrontar el proceso de transformación digital y avanzar en la sostenibilidad de esta industria, manteniendo la apuesta por la innovación".
No obstante, desde la posición de las trabajadoras la internacionalización del sector presionó para bajar costos laborales empujando a muchas trabajadoras y trabajadores "a trabajar por cuatro pesetas, como se hacía en China", según Isabel Matute.
Matute asegura que fueron buscando "poco a poco, trabajo; pero con unas condiciones pésimas"
La crisis fue un momento duro para muchas familias que habían llegado en los 60 a Elche. "Nos quedamos tres de las que trabajábamos en paro y mi padre también estaba enfermo, lo pasamos muy mal la verdad", recuerda Matute. "Y ya pues vamos buscando, poco a poco, trabajo; pero con unas condiciones pésimas. Teníamos que trabajar de lo que fuese", insiste Isabel Matute.
Sumado a la bajada de salarios así como a los problemas relacionados con la calidad y los costes de transporte, y la pérdida de ayudas del estado, las fábricas vuelven a Elche, "pero nosotras ya no entramos en la fábrica, solo entran los hombres, los cortadores. Las mujeres aparadoras vamos a los talleres o nos quedamos en casa". Situación que explica la enorme extensión que la economía sumergida tiene a día de hoy.
Pero Isabel Matute, sostiene que las irregularidades están institucionalizadas en el sector. "Puedes perfectamente estar firmando una nómina de 1.200 euros que sería nuestra categoría. Pero aunque firmes la nómina, no lo recibes", afirma Matute. "Y encima tienes que pagarte la seguridad social que la quitan de tu jornada no como antes" remata Paqui.
No es un problema, es un sistema
Con el tiempo, y bajo la influencia tanto de las crisis, la globalización y la presión ejercida por las grandes marcas para bajar los costes, el sector del calzado de Elche se ha transformado en lo que es hoy día: un complejo sistema compuesto de diferentes capas que van desde los talleres clandestinos en régimen de esclavitud, pasando por el trabajo a domicilio, los talleres de Marruecos, las fábricas y, finalmente, el papel dominante de las grandes empresas.
Son las grandes marcas como Inditex o Mustang las encargadas de realizar los pedidos marcando las condiciones y precios que están dispuestas a pagar. Estos pedidos, por una parte, se van directamente a otros países en los que las condiciones de explotación están sobradamente documentadas, como en el caso del textil o el calzado en Marruecos, donde los talleres también emplean principalmente a mujeres y una trabajadora del sector textil puede estar trabajando 65 horas semanales para cobrar 172.65 euros, según el estudio de la ONG Setem.
Otro destino de los pedidos son las fabricas de Elche u otras ciudades del sur del País Valencià. Estas a a su vez pasan los pedidos a talleres, una gran parte ilegales, que asumen una parte y pasan otra a las mujeres que trabajan en sus casas sin contrato ni derechos. "Puede haber hasta tres intermediarios antes que llegue a la aparadora que cuando recibe el pedido, el precio no llega ni al euro", explica Matute.
"Mustang se lo ha llevado todo, vendieron las naves y todo y se lo llevaron a China o Marruecos", relata Matute
El grueso de los beneficios de este sistema de subcontratación subordinada se queda en la parte alta de la cadena y explica los beneficios de las grandes marcas Inditex o Mustang. "Mustang se lo ha llevado todo, vendieron las naves y todo y se lo llevaron a China o Marruecos, ahora lo único que hacen aquí es ahormarlo y ponerle la marca".
Pero una parte central del sistema es la misma Administración al que las trabajadoras consideran "cómplice necesario. Nosotras no tendríamos que ir a poner denuncias para que hagan inspecciones, sino que debería ser la Administración. Elche no es tan grande, todos nos conocemos y todos sabemos donde están los talleres clandestinos", denuncian las dos aparadoras.
En los tallares clandestinos "se trabaja a patadas"
Paqui Mengal confirma que hay diferentes tipos de talleres clandestinos que varían en el grado de respeto con los derechos de las trabajadoras, sin embargo, como apunta Isabel Matute, el taller que respeta los derechos y da de alta a las trabajadoras "es la excepción que confirma la regla".
Los peores talleres son aquellos en los que las trabajadoras, de nacionalidad china principalmente, no son ni remuneradas con un salario, sino que se les da comida y un colchón para dormir. "El local está abajo y duermen en la planta de arriba, les dan comida y un sitio para dormir y ya está", denuncia Paqui Mengal.
Mengal: "Les dan comida y un sitio para dormir y ya está"
Matute confirma este extremo que vivió en primera persona a raíz de ser enviada por el Servef (Servici Valencià d'Ocupació i Formació, dependiente de la Generalitat Valenciana) a un taller que buscaba trabajadoras. "Me enviaron a un taller que hace poco habían cerrado por trabajar de esa manera. Ni siquiera habían escondido los colchones todavía. El dueño, de nacionalidad china, quería regularizar el taller y quiso contratar a mujeres de aquí, pero cuando le dijimos lo que cobrábamos, no quiso contratarnos, decía que era imposible con lo que le pagaban a él por los pedidos".
Efectivamente, Matute señala que el problema no son siempre los dueños de talleres pequeños, en muchos casos "son las grandes marcas las que exigen un precios que son imposibles de cumplir de otra manera".
Preguntada por este extremo, la presidenta de AVECAL afirma que "desde la asociación estamos totalmente en contra de cualquier práctica relacionada con la economía sumergida o de precarización laboral ya que supone una práctica de competencia desleal para las empresas del calzado que sí cumplen la legislación vigente e instamos a que las prácticas que no cumplan con el convenio del sector se denuncien ante la inspección de trabajo".
En relación al papel de la inspección, en cambio, ambas trabajadoras se muestran rotundas "los inspectores pueden visitar un taller y cerrarlo, pero al final al ser insolventes muchos, aunque les pongan una multa no la van a pagar, no tienen nada a su nombre y la semana que viene vuelven a abrir con nombre distinto".
"Nosotras lo que queremos es que vengan inspectores fiscales, queremos que vayan a las grandes marcas y al taller para saber para quien trabaja, que entren y cojan los papeles y documentación" para averiguar qué parte de la producción de las marcas, fábricas y talleres tiene lugar en la economía sumergida.
Con la máquina por el día y también por la noche
El trabajo a domicilio ha sido una práctica con graves consecuencias sobre la vida personal y familiar de las trabajadoras. "No te relacionas con nadie, no sales con tus hijos al parque porque las horas que pierdes haciendo cualquier cosa son horas que luego tienes que recuperar", lamenta Isabel Matute.
"No solo eso –añade Paqui Mengal– sino que se trabaja los fines de semana también. Yo he tenido ocasiones en que me ha llegado el jefe un viernes por la tarde para entregarme un pedido y decirme que lo quiere para las 08:00 del día siguiente. Y claro no puedes decir que no, como lo hagas, te quitan la faena y no te vuelven a llamar".
Mengal: "No puedes decir que no, como lo hagas, te quitan la faena y no te vuelven a llamar"
Isabel Matute describe como al final muchas trabajadoras se ven obligadas a suprimir su tiempo personal. "Muchas mujeres pueden decir bueno, aprovecho mientras estoy viendo algo, y con eso de aprovecho no se dan cuenta que están sacrificando sus vidas, su tiempo con su familia, sus parejas y al final estas aislada del mundo".
En este sentido, Isabel Matute narra como la asociación ha servido precisamente como descubrimiento de algunas consecuencias al poner en común a las mujeres y que pudieran hablar entre ellas sobre su situación. "Hemos descubierto lo que es el síndrome de la madre ausente. Muchos hijos e hijas que cuentan yo es que veía a mi madre pero ella nunca estaba de verdad; la veía ahí, pero como veo un jarrón. Las trabajadoras no pueden estar para sus juegos ni para ir al parque".
La asociación de Aparadoras de Elche no cesa en su empeño de acabar con las prácticas abusivas. La entrega de las firmas exigiendo que se les reconozcan todos los años trabajados de cara a la pensión, es un paso más en su lucha, "pero todavía tenemos muchas cosas que no podemos decir".
En todo caso, las trabajadoras sí informan de que ya están preparando "una demanda colectiva contra la Administración por cómplice necesario. Sabemos que será duro y costoso, y que tendremos que llegar a Estrasburgo, ese es nuestro objetivo, llegar a Estrasburgo porque aquí no tenemos esperanzas".
La asociación continuará así su trabajo porque, como dice Isabel Matute para acabar la entrevista, "esa ha sido nuestra vida y nuestra lucha. Nosotras no somos compañeras, somos hermanas".
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