El chalet en los Picos de Europa que regalaron a Alfonso XIII y acabó como refugio del maquis
El Chalet Real es una construcción en mitad de los Picos de Europa, a 1.600 metros de altitud. Emblema de la Real Compañía Asturiana de Zinc, sus paredes esconden historias de negocios, reyes y guerrilleros antifascistas.
Era, para mí, Julio, no Jules. Era, para mí, Julio, Julio Hauzeur, y traía nombre de calle, porque desde el piso donde me crie podías asomar el morro sobre la recta de Julio Hauzeur. Qué apellido tan raro, de qué señor será. Eso para mí, que nací en Torrelavega, y tenía al padre trabajando en fábricas.
Pero el caso de Caroline Lamarche es distinto. Ella es de buena familia, y a Julio le decía Jules, y no estaba lejos en su árbol genealógico. Tanto como para conservar memoria cierta (todo lo ciertas que son las memorias familiares) de sus haberes y acciones. Tanto como para ponerse al rastreo de hijos, nietos y adláteres, como para escribir la historia de aquella mina que fue más que mina. Que fue para tantos hogar, patrón, aldea. También, sí, sepultura. Le dijo a su libro La Asturiana, y lo ha traducido Silvia Moreno Parrado para la (bellísima) edición de KRK... Se leen, allí, nombres de sabor infancia y retinglar dulce. Reocín, blenda acaramelada, Puente San Miguel, Udías, La Florida, Pozo de Santa Amelia, aquella Luciana de feo remembrar. Se leen, sí, partes del nos. Y algunas que se escapan lejos.
O no tan lejos, pero sí muy alto. Picos, Picos de Europa. Hogar de nieblas, montes color gris y nacar. Majadas y cortaos, un pasto verde, suave y oloroso, allí, cuando Cantabria se viste con sombrero tirolés. Tan cerca del cielo decidieron bajarse hasta los mismísimos infiernos.
Una breve introducción. Este Jules Hauzeur fue quien, a mediados del siglo XIX, nos descubrió a los montañeses que la misma vega del Saja venía a posarse sobre un mar de dinero. Dinero en forma de piedras color plomo y color miel de ráspanos. Así que abrieron minas para extraer zinc (especialmente), y blenda. Como tenían también un pozo bien grueso en Arnao, cerca de Avilés, le pusieron al asunto Real Compañía Asturiana de Zinc. La Asturiana, para entendernos, que aquí fue empresa, vale, pero también nutrición salutífera y padre que protege. O algo, que eso del paternalismo capitalista nos pilla, ahora, con el colmillo más afilado que hace siglo y miaja.
(La antigua sede española de esta real compañía está por los Madriles, en plena Plaza de España, y es edificio de rimbombancia finisecular).
Estos simpáticos belgas excavaron en Picos. Sí, Picos de Europa. Digamos que allí había mogollón de minerales, y de lo más jugosos. Plomo, zinc, wolframio... ya ven, el arsenal completo para construirte fusiles y munición. No es de extrañar que fueran espacio de riquezas a fines del XIX y principios del XX, cuando los europeos andaban en armarse como si no hubiese un lunes (o como si el lunes fuese bélico). Así que los súbditos de Leopoldos y Albertos (La Asturiana, como le decían acá) pillaron familla, prestigio y un aire de cosmopolitismo adinerado para codearse con la jet hispana. Hasta lo más top.
Sucedió en 1912. Al buen rey Alfonso XIII le han regalado algunos cotos de caza por la zona de Áliva, allá donde las minas. Fueron los propios municipios, que buscaban granjearse favor regio con obsequiares y reverencias (Santander estaba a punto de ponerle lacito a un palacio para el Borbón, no les digo más). Y eso, que tenía allí coto Alfonso, muy cerca de explotaciones, y a don Louis Hauzeur (hijo de aquel Jules que nombra calles) se le ocurre que, oye, estaría chulo ponerle al coronado un sitio donde pernoctar. Ya saben... las monterías son perfectas para hacer negocios. Así que encargan chalecito prefabricado, aire alpino, que viene, pieza a pieza, desde las islas británicas. Evidentemente introducen mejoras, dice Caroline Lamarche, porque todo es poco para un rey. Evidentemente aparece el zinc como elemento de construcción/ornamento, porque es lo que nos ha hecho ricos.
Pese a estar aislados a más de 1.600 metros de altitud, aquello tiene todas las comodidades
Evidentemente, y pese a estar aisladísimos a más de 1.600 metros de altitud, aquello tiene todas las comodidades, desde electricidad a calefacción o agua corriente. Hay, incluso, unos postes de telégrafos (nueve kilómetros montaña arriba), no vaya a desencadenarse revolución alguna con el monarca solazando... Aquel edificio estaba (está) en el paraje de Río Salado, al mismo pie de Peña Vieja. En un sitio epatante, si quieren subjetivismos, uno "muy Caspar David Friedrich". Entraban allí dieciocho camas, que son pocas para nobles y servidumbre, pero es que éstos últimos tiraban de tienducas en prado, que es muy blando...
Es el Chalet Real.
Aquello lo inauguró el egregio Alfonso con cacería entre el tres y el siete de septiembre, año 1912. Y le fue bien al mozuco Borbón. A los rebecos no tanto, porque estremece ver fotos del rey, ufanísimo, repantigao como solo su campechanía permite, rodeado de tipos envaradetes y con un montón de piezas muertas a sus pies. Cuentan que en tres días de caza se abatieron noventa y siete rebecos. Cuentan que Alfonso se cepilló él solito a veinte...
(Pareciera que los Borbones tienen gusto por las armas de fuego... apenas un año más tarde Alfonso gana torneo de tiro al pichón en el recién estrenado campo de Cueto, lugar cercano a Santander. En fin, son sus costumbres).
Digamos que este Chalet Real se utiliza frecuentemente en aquellas primeras décadas. Partidas de caza, refugio para nobles, solaz de ricos y poderosos. Cuando alguien trae ganas de calzarse gamuzas o similar... hala, para el Chalet. Sitio perfecto donde tomar el sol, un café mientras declinan soles, hablar de este negocio y aquel chanchullo. Así que por allí pasan todos los que usted piensa. Dicen que si, incluso, Francisco Franco fue por allá a probarse con el gatillo. De Franco y Louis conservamos una foto, año 1949, montería, pero más parece de llanura que altos montes. Con todo, raro que no aprovechase el Chalet Real para acoger al dictador. Así que, cuentan, allí pudo estar Franco.
Y, cuentan, también estuvo Juanín.
A Juan Fernández Ayala todos le decían Juanín. Mozuco alto, delgado, frente despejada, bigote. Juanín nace en Liébana, al pie de los Picos, en medio de esa Gran Guerra que dio riqueza y labor en minas a tantos. Pero serán otras batallas las que marquen su destino. Combatiente republicano, condena a muerte que se conmuta por prisión, luego cárcel, luego libertad con vigilancia. Cada siete días cuartelillo, cada siete días insultos y maltrato. No es vida, esto, no es vida. Mejor el monte, mejor ver anocheres con raposas y tasugos, con los rebecos que escaparon al fusil regio. Mejor esconder tras matorrales. Maquis, les dicen en francés, y con maquis quedaron. Juanin sube a los Picos. Por Bejes va, y por Espinama, por Liordes, Llesba y Joz. Caminos que ni caminos parecen, ser uno con el bosque, aprovechar brumas, mover sin dejar rastros. Refugio, a veces, por invernales y chozos, un fuego, todo bien recogidito, que "sobre las capas relucen / manchas de tinta y de cera..."
Se integra Juanín en algo que dicen La Brigada Machado. ¿Resumen? Pues un grupo de maquis que pasan vidas y haberes por la zona de Picos, entre Liébana y el cielo. Toma nombre la Brigada por Ceferino Roiz Sánchez, Machado de alias, y pasan por ella, en un momento u otro, Quintiliano Guerrero, Gildo el tresvisano, Mauro Rey o José Marcos Campillo. También, obvio, aquel Paco Bedoya con quien vivirá sus últimos momentos Juanín, cuando ya eran ellos solos, cuando ya nadie imitaba el ajuyar en monte.
Los de la Brigada buscan asubio en casas amigas, en cabañas de gotera gorda, en cuevas y abrigos
Los de la Brigada buscan asubio en casas amigas, en cabañas de gotera gorda, en cuevas y abrigos. Cuentan que si más arriba de Bejes, allí donde terminó Cantabria en verano del 37, hay una cavidad tan grande que, incluso, lleva bolera dentro. Cuenta, también, que de tan inaccesible juegan tranquilos los maquis, pues saben que tricornios y charoles no saben llegar. Que gritan fuerte "blanca" o "siega", que encuentran solaz en su vivir de no vivir. Algunos (familiares, amigos, correligionarios) sufrirán destierro de Liébana a Valderredible por ayudar con comida y techo. Otros entran en cuarteles y salen cojeando, la mirada erguida, el gesto de orgullo sin quebrar.
También tuvieron morada, susurran, por el Chalet Real. Ironías de ironías, quizá piensen. Solo que no tanto... allá, entre peñas que rutan nubes y llover tranquilo de otoños, no hay muros que sean regios, porque no tienen las piedras, no, sangre azul. Así que aquellos maquis ocupan las suites destinadas a Borbones y Battenbergs, a banqueros y millonarios. Ocupan aquellos maquis el Chalet y, nos dice Caroline Lamarche, lo dejan siempre impoluto, perfecto estado de revista, para entrar a vivir. A ellos aquí les decíamos "los del monte", y en su monte enseñorean sin pretenderlo propio, sin abusos, sin el recurrir maleducado y vulgar a vandalismo o rabia. No... venga usted, venga, que está el Chalet como si fuese primer día.
Qué importa.
Mataron a Juan Fernández Ayala un 24 de abril, una primavera triste, en 1957
Terminó Juanín solo en el monte, con la única compañía de Paco Bedoya. Terminó Juanín solo en el monte, hasta bien entrados los cincuenta, cuando ya no quedaban maquis, cuando todos (todos los que no eran él) habían renunciado. Terminó porque no sabía vivir de otra forma, porque no sabía cómo era eso de arrodillarse y presentar nuca. Mataron, sí, mataron a Juan Fernández Ayala un 24 de abril, una primavera triste, en 1957. Mataron a Juan Fernández Ayala en una curva con molino, y tuvieron los verdugos el gesto cruel de exhibir su cadáver para las fotos, aguantándolo contra una pared, enhiesto con palos. Está el fusil a sus pies. Quisieron hacer mofa y, necios, componen un ecce homo, un mártir, una dignidad asesinada que nadie pudo arrebatar...
El Chalet quedó. El Chalet quedó, digo, en las alturas de Liébana, igual que quedaron las minas, igual que siguieron funcionando por Reocín. Hubo un derrumbe, enero de 1965. Los pilares, pueblo que desaparece. Dieciocho víctimas. Dicen que pudieron ser más, que algún trabajador escuchó ruidos extraños y no quiso nadie entrar al turno. Que la tierra hacía como si se quejara. Aun pueden verse, allí, cicatrices, sedimentos, verrugas en montaña que nunca volvió a ser igual.
Las minas de Reocín, las de Udías, las de La Florida o Picos de Europa, fueron cerrando poco a poco, goteo constante de lucha obrera y promesas que se deslustran. Quedan, ahora, restos, recuerdos. Un lago artificial en Reocín, justo frente a Mijarojos, un lago con forma de embudo y galerías donde guardar generaciones. En Picos hay poblados fantasma como si fuera salvaje oeste, ermitas en mitad de ningún sitio, antiguos barracones que parecen motas en el inmenso monte. Ah, y el Chalet, ahí sigue el Chalet. Blanco y rojo sobre verde y gris. Como hace más de cien años.
Como cuando tuvo visitantes ilustres.
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