Este artículo se publicó hace 4 años.
Autocines para soportar la desescalada
El limitado ocio de las fases creadas por el Gobierno para controlar la pandemia de la covid-19 supone que las actividades cumplan ciertos requisitos de distanciamiento social. Curiosamente, esta forma de ir al cine, ya pasada de moda, vuelve a colocarse como una opción viable.
Jose Carmona
Madrid-
John Travolta y Olivia Newton-John bailan en pantalla, perfectamente sincronizados, con una química desbordante y con su juventud inmortalizada. Los espectadores, sin bajarse de sus coches, puede que por un rato hayan olvidado los dos últimos meses. Las mascarillas, el ruido, la ansiedad, la incertidumbre. Un clásico del cine para tapar el chaparrón que dejó a España sin primavera. Por un rato, el 2020 no se hace cuesta arriba. La magia de un autocine.
Las salas tradicionales, clausuradas –como todo– tras la declaración del estado de alarma, tienen la orden de seguir cerradas hasta la fase 2. Sin embargo, la excepcionalidad de los autocines permite su apertura de puertas aún en fase 1, cuando el contacto y las relaciones humanas aún están muy restringidas para evitar rebrotes de covid-19. La facilidad para disminuir el contacto y el hecho de que estén al aire libre permite que este sector vuelva a su funcionamiento habitual, aunque con el acceso limitado al 20% de su capacidad.
El murmullo ha vuelto a las calles. Madrid atraviesa su primera semana en fase 1 después de diez semanas en estricto confinamiento y el silencio, que se había adueñado de todo, vuelve a ser sepultado en la capital. Después de más de 60 días, la ciudad se reencuentra con sonidos que le son cotidianos y seña de su identidad.
En los Autocines Madrid Race, el sonido protagonista es el de la gravilla contra las ruedas de los coches que aparcan, a la espera de que a las 22.00 se proyecte Grease. Reabiertos desde este miércoles 27 de mayo, para muchos de los visitantes supone su primera salida ociosa; la primera sin necesidad de hacer la compra o ir al trabajo.
Los autocines escasean en España, y son pocas las ciudades que albergan este formato clásico, ideal para la actual desescalada. Valencia, Alicante, Gijón, Getxo y Torrelavega, además de Madrid, son de los pocos lugares que cuentan con este tipo de instalaciones. Ahora, la mayoría proyectan clásicos como Tiburón o Pulp Fiction, mientras que los más asentados en el sector, como el Autocine Star de Valencia (inaugurado en 1981), prefiere mantener en cartel estrenos recientes.
El sector de la cinematografía, que calcula pérdidas de hasta 200 millones de euros solo en España por la cancelación de rodajes, también se desangra por el cierre de salas. "Ha sido un trabajo muy duro", relata Tamara Istambul, copromotora del negocio, respecto al esfuerzo para una reapertura exitosa. "No hemos parado de trabajar para intentar darle la vuelta a la situación", ya que, de la noche a la mañana, como toda España, tuvieron que bajar la verja hasta nueva orden.
"Vamos a hacer conciertos, teatro al aire libre, monólogos... Vamos a aprovechar la ventaja de nuestro negocio", confiesa Istambul, que reconoce que durante el parón han tenido que solicitar dos créditos ICO para disponer de liquidez. El negocio, que ya estaba plenamente diversificado, ahora pretende sacar provecho a cualquier arista que genere beneficios. Por el momento, han confirmado un espectáculo llamado Automonólogos y conciertos de bandas como Bellako. Si en una jornada normal estos autocines pueden congregar hasta 1.400 personas, ahora solo pueden entrar 200.
Primera noche fuera de casa
Los coches, una hora y media antes, ya están preparados para ver este clásico de Randal Kleiser. En la entrada, desde una garita, una mujer valida las entradas con algo de pesadez, puesto que después de tocar cada teléfono móvil, tiene que echarse gel sobre los guantes: "Al mínimo contacto, toca limpiarse", narra, toda enmascarada, sobre su rutina.
Una vez aparcados, los espectadores se empiezan a agolpar en la terraza del recinto, preparada para la ocasión, con paneles de separación y asientos espaciados. Por momentos, la sensación es que, más que de ir al cine, había ganas de respirar aire fresco. Dan las nueve y a lo lejos se escuchan cacerolas provenientes del barrio de Chamartín, aunque pasan desapercibidas porque en el hilo musical suena Don't be cruel de Elvis Presley.
"Es el primer día que salgo a la calle desde el estado de alarma", dice una mujer de 50 años, no se sabe si con alegría o nervios, porque la mascarilla oculta cualquier gesto. Se llena los pulmones al recordar que es su primer plan en meses, pero no termina de estar convencida: "Parece que por ser la fase 1 el bicho haya dicho que se va y no es así. Veo a la gente que no se lo toma en serio", comenta inquieta junto a su hija, que sí ha pisado la calle, pero solo para ir a trabajar.
La cola hasta la barra del bar es más corta de lo que parece, ya que la distancia social la alarga en exceso. Mientras unos trasiegan, otros se acercan hasta el restaurante, decorado como un comedero que uno podría toparse mientras conduce por la Ruta 66. Nadie puede entrar pero se pueden encargar pedidos, por lo que la cocina es un frenesí. Mientras las comandas se acumulan, el cocinero da la vuelta a las hamburguesas y confiesa que, como antes ya llevaban la comida a los coches, las cosas tampoco han cambiado tanto.
Por momentos no parece que nadie esté esperando una película, sino que el sol no se retire. Poco importaría si en lugar de Grease se proyectase cualquier otra cinta. "Ayer vi a los amigos, nunca había estado tanto tiempo sin verles", comenta un joven universitario, que ha acudido al Autocine con su pareja. "Lo organizamos en cuanto supimos que Madrid pasaba a la fase 1", concluye la chica. Poco importa que la cola tarde en avanzar, no hay prisas.
En el aparcamiento, dentro de un coche de gama alta, una mujer estadounidense ha acudido al cine con su pareja y sus hijos. Todo el mundo quiere saber qué opina ella de estos autocines, como si por ser norteamericana distribuyera certificados de pedigrí. "Es muy parecido a los de mi país. He hablado con amigas mías y dicen que también han ido a autocines a ver películas, porque es lo más seguro", responde, para alivio de todos.
Cuando dan las 10, la gente abraza sus bebidas, los nachos y las hamburguesas y abandona la zona de los restaurantes. Los foodtracks quedan desiertos y el público se encamina hacia sus automóviles. Toca sintonizar el dial en el que se puede escuchar la película y disfrutar de la historia de cómo chico conoce a chica.
Grease, que sorprendentemente no pasa de moda, consigue que apenas nadie abandone los vehículos durante la proyección. Los repartidores son los únicos que pululan entre los coches, mientras la noche cae y se cierra. A la derecha de la pantalla, las cuatro torres brillan con una luz inmensa, pero las dos estrellas de la película son irreductibles.
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