a coruña
La supermarea de la semana pasada, que ha registrado las variaciones en el nivel del mar más altas que se recuerdan en las últimas décadas en el litoral peninsular, no ha sorprendido demasiado a quienes viven al pie del océano en la costa gallega. Habituados desde hace milenios a las mareas vivas que provocan la gravedad de la luna y el sol cuando se alinean con la Tierra y a temporales periódicos y constantes, los gallegos apenas se han sentido interpelados por el fenómeno. Pero la atracción que éste ha provocado sobre las localidades marítimas también ha revelado el incipiente cambio socioeconómico y de forma de vida en muchos pueblos cuya existencia depende del mar.
"Es mucho peor un temporal que una marea viva. Pero lo bueno de éstas es que las bajamares son mucho mayores y se puede ir mejor al percebe", explica Marcelino Bedía, Machala, como le conocen en Caión, mientras recoge junto a su mujer, Olga Lareo, los bártulos con los que ha pasado la tarde preparando y limpiando su bote en el muelle pesquero de la villa. Empezó ir al mar con su padre con 14 años, y desde los 32 hasta los 68, cuando se jubiló, navegó en los barcos del servicio de prácticos del puerto de A Coruña.
Un pueblo marinero de 800 habitantes
Caión es un pueblo marinero de 800 habitantes levantado sobre una pequeña península rocosa que se adentra unos cientos de metros en el Atlántico a una media hora en coche de A Coruña. Sus pobladores vivieron de la pesca durante siglos, pero desde hace un par de décadas el negocio surfero se está haciendo fuerte en la localidad gracias a las olas de la playa de As Salseiras. El hermoso arenal, en mar abierto a babor del pueblo, estaba el pasado jueves por la tarde repleto de surfistas. A las seis de la tarde de ese día, la marea alta elevó el nivel del agua en As Salseiras más de cuatro metros. Fue la supermarea más fuerte de los últimos 19 años, la tercera desde que existen registros.
Las mareas son mucho mayores en las grandes cuencas oceánicas que en las más pequeñas, como en el Mediterráneo, donde las ondas que provocan en el interior del mar tienen menos recorrido y en ocasiones apenas elevan el agua unos centímetros. También influye el perfil costero, pero en algunas de las zonas más llanas del litoral gallego, plagado de rías y fiordos, las diferencias entre la pleamar y la bajamar pueden medirse a veces en varios centenares de metros. De hecho, cada verano es habitual que los turistas no habituados a ellas pierdan vehículos peligrosamente aparcados con marea baja demasiado cerca de la orilla en puertos y arenales.
Esas enormes diferencias entre la pleamar y la bajamar explican también que Galicia disfrute de unos ecosistemas ribereños únicos, con especies de peces, algas, crustáceos y moluscos adaptados a ellas, cuenta Ramiro Varela, graduado en Ciencias del Mar, profesor de Oceanografía Física en la Universidade de Vigo y miembro de la asociación Oceanógrafas de Galicia. Las supermareas también tienen consecuencias mar adentro, donde las ondas internas que provocan "pueden provocar variaciones de hasta dos grados en la temperatura de las corrientes en períodos de 40 ó 50 minutos", dice.
Cuando coinciden varios fenómenos
Varela detalla que las supermareas se producen cuando coinciden al menos varios fenómenos: "La sizigia, el término con el que se conoce el momento en que la Tierra se alinea con la luna y con el sol aumentando el efecto de atracción gravitatoria de esos astros; el perigeo y el perihelio, cuando la órbita de la luna se acerca más a la Tierra y la de la Tierra al sol; y el equinoccio, cuando esa estrella está se sitúa sobre el ecuador terrestre".
El pasado 18 de septiembre la luna, la Tierra y sl sol estuvieron muy ceca de alinearse, de ahí el eclipse parcial de luna de ese día. A eso se sumó que la víspera fue el perigeo y que el equinoccio será este mismo domingo. El perihelio, que va retrasándose lentamente en ciclos de entre 20.000 y 29.000 años —es decir que no coincidirá en el mismo instante de un año de calendario hasta que pase todo ese tiempo— está previsto para el 3 de enero.
A los surfistas les encantan las supermareas, asegura Konstantin Vieggman, alemán de 24 años que ha aparcado su furgoneta junto a la playa de Arnela, en Carballo, a unos cinco kilómetros de Caión. Es de Friburgo, trabaja en una compañía de investigación biomédica y está de vacaciones en Galicia. "Con la marea baja a veces hay olas mucho más grandes que con marea alta, que suelen ser más planas. Creo que se debe a que el mar recorre menos distancia en las zonas de poca profundidad, golpea antes con la tierra y se eleva mucho más", narra.
La playa devorada por la marea
Como Konstantin , otros surfistas, pescadores y familias con niños han acudido a Arnela a ver la supermarea. Es una playa casi salvaje que en bajamar permite un idílico paseo de casi un kilómetro por la orilla entre rocas, cuevas y pozas. A las 17.58, la hora en la que la supermarea del jueves alcanzó su mayor altitud, las olas la han devorado en su totalidad y no queda ni un metro cuadrado de arena seca. Carmen y Pablo, dos pequeños que han acudido con su madre, su hermano de dos años y una amiga para ver en directo las mareas vivas en la playa de la que son habituales, juegan a tocar el agua desde la pasarela de madera que permite acceder a ella.
Casi todos los años, el Concello de Carballo tiene que reconstruir la pasarela de Arnela, porque cuando las mareas vivas se unen a los temporales del invierno, las olas la destrozan. A esos fenómenos naturales, además, se está sumando la subida del nivel del agua provocada por el deshielo de los polos a causa del cambio climático. "De hecho, las predicciones sobre la altura de las mareas que antes se hacían con exactitud de centímetros se están viendo muy afectadas”, explica el oceanógrafo Ramiro Varela.
El cambio climático y la sobreexplotación también han afectado a la pesca y especialmente a la flota de bajura que faena cerca de la costa y que caracterizaba a villas marineras como Caión. Según datos de la Xunta, en la última década se han perdido centenares de unidades . "Antes en el pueblo había un montón de barcos que traían de todo: sargos, robalizas, nécoras, doradas, camarones...", dice Machela, el marinero de Caión. "Los pocos que quedan ahora van sólo al pulpo, ya nadie quiere ir al mar porque no es rentable, han con él", lamenta, para añadir concluyente; "Ahora salgo a navegar para divertirme, pero no es lo mismo. Antes iba a veces los calamares, pero ya no quedan, y como mucho traigo unas fanecas".
Paralelamente a ese proceso de decadencia de la pesca artesanal, pueblos de pescadores como Caión están empezando a experimentar las consecuencias del bum del turismo Airbnb, con la práctica totalidad de su oferta de alquiler de pisos y casas dedicada a la vivienda vacacional, y con la economía local tradicional reconvirtiéndose a lomos de la hostelería y de los surfistas. Una apuesta quizá arriesgada pero vinculada a las mareas y las olas de las que el pueblo siempre ha vivido.
Los niños que juegan en la playa de Arnela, Pablo y Carmen, le han prometido a su madre que volverán a esa playa el día en que se produzca la próxima supermarea similar. Para entonces serán veinteañeros, porque eso no sucederá hasta 2043.
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