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Así percibimos los sabores en el cerebro

Te contamos cómo afecta nuestro cerebro al sabor de lo que comemos para que comprendas un poco mejor el funcionamiento de nuestro principal centro de recepción sensorial y aquello que nos metemos en la boca

Cuando comemos la percepción de los alimentos la recibimos a través del oído, el olfato, el gusto, la vista y el tacto, pero no siempre tenemos en cuenta la relación que hay con nuestro cerebro en el momento de degustar la comida.

Hoy te contamos cómo afecta nuestro cerebro al sabor de lo que comemos para que comprendas un poco mejor el funcionamiento de nuestro principal centro de recepción sensorial y aquello que nos metemos en la boca.

La recepción del sabor

donut
Pixabay

Antes de nada, hemos de ser conscientes de que no solo saboreamos los alimentos en la boca. Cierto es que las papilas gustativas son muy importantes, de ahí la relevancia de la lengua y el paladar. Pero el responsable de transformar todas esas sensaciones que, además del gusto, recibimos es el cerebro.

De ahí que la comida sea mucho más que el sabor en boca, puesto que antes de nada entra por los ojos. La percibimos por la vista, nos huele bien o mal a través del olfato y ya solo estos dos factores pueden determinar que nuestro cerebro procese esa información y la rechace o que se muera de ganas por pegarle un bocado. Entonces, influirá tanto el sabor como la textura y el sonido. No podemos olvidar las sensaciones que nos provoca esa comida crujiente o la suavidad de esa crema sin grumos.

La intervención del cerebro

comida de trabajo
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Pero todo eso funciona así cuando prestamos atención a lo que comemos. Como en todas las facetas de nuestra vida, si nuestro cerebro está concentrado en algo lo asimila e interpreta mejor. Por ello, esa percepción del gusto está sujeta a modificaciones y cambia según el estado en que nos encontremos.

Por ejemplo, cuando estás en una comida o cena de trabajo y los nervios te acucian, no disfrutarás de la comida ni la percibirás en su justa medida, puesto que tu cabeza estará centrada en otra cosa. De igual modo, cuando pasamos un proceso de duelo, es habitual que comamos lo que comamos los alimentos no nos sepan a nada e incluso nuestros favoritos no nos provoquen el mismo placer que solían hacer.

La memoria gustativa

memoria gustativa y cerebro
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Hay otro factor a tener en cuenta si hablamos de cómo el cerebro afecta a lo que comemos. Nos referimos a la memoria gustativa. Y es que todas las sensaciones nos evocan recuerdos cuando están fuertemente ligadas a ellos. El caso más evidente es el del olfato. ¿Quién no recuerda ese olor a colegio de cuando era pequeño o el jabón de la abuela? Pues igual sucede con el gusto.

Los sabores, olores y aspecto de la comida pueden activar esa zona de nuestro cerebro que está llena de información en torno a cuándo comimos ese alimento y cómo nos sentimos entonces, lo cual nos provocará un mayor placer e intensificará su sabor o todo lo contrario. De hecho, al hablar de memoria gustativa también es necesario mencionar la memoria a corto y a largo plazo.

Por lo que respecta a la memoria a corto plazo, en nuestro cerebro se producen modificaciones neuronales mediante las cuales se retiene la información recibida en torno a 20 segundos cuando estamos comiendo. Pero si esa sensación es importante o relevante, ya sea porque ha generado gran placer, bienestar o profundo disgusto, la información se almacenará en el hipocampo y las neuronas podrán acceder a ella durante mucho tiempo. Es la memoria gustativa a largo plazo. ¿Recuerdas el sabor de la comida de tu hogar cuando eras pequeño?

El cerebro y el hambre

Además, nuestro cerebro influye tanto en lo que comemos como en la cantidad que ingerimos. Y es que en él está el centro regulador del apetito. Por ello, es el que nos avisa si necesitamos comer porque hemos quemado ya todas las calorías que hemos consumido y es el que nos envía esa sensación de saciedad para que nos detengamos porque en caso contrario comeríamos de más.

Pero no solo eso, el cerebro también nos avisa de qué es lo que quiere comer y qué sabores prefiere en determinado momento, porque determinadas sustancias lo activan de distintas formas. Esto conlleva algunos riesgos, puesto que puede producirse una adicción a ciertas comidas. Ejemplo de ello son los hidratos de carbono refinados, que incrementan en el cerebro la dopamina, la serotonina, las endorfinas y los opioides, que provocan efectos placenteros y sedantes, así que si te excedes en su consumo, estarás provocando que el cerebro cada vez te pida más, con un considerable riesgo para tu salud.

La hormona del bienestar

pasteles
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Si estamos estresados, el cerebro va a influir en el sabor y en la elección de los alimentos, pues nos va a pedir alimentos ricos en grasas saturadas y aquellos otros que nos produzcan bienestar instantáneo, al igual que si estamos desanimados o bajos de energía.

Aquí tiene un importante papel la hormona del bienestar: la serotonina. Si los niveles de esta están bajos, el cerebro nos mandará la orden de comer algo para subirlos rápidamente y para ello nos apetecerán alimentos dulces, snacks, zumos envasados y chocolate, los mencionados hidratos de carbono refinados. Sé comedido a la hora de tomarlos y no abuses de ello. Tu salud te lo agradecerá.



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