Entrevista a Xavier Domènech"La movilización en la calle hace imposible la continuidad de la dictadura franquista"
Barcelona--Actualizado a
Fuera de la política institucional desde que hace más de cuatro años dejó el liderazgo de los Comuns, el historiador Xavier Domènech (1974) regresa al mostrador de novedades de las librerías con Lucha de clases, franquismo y democracia. Obreros y empresarios (1939-1979), una obra editada por Akal que desmonta algunos de los mitos de la Transición. Lejos del relato oficial que ha vendido la idea de que la democracia se alcanza gracias al consenso y al protagonismo de unas élites políticas extraordinarias, la investigación de Domènech constata que es precisamente la conflictividad social la que torpedea cualquier opción de continuidad del régimen y sitúa al movimiento obrero como el actor clave de ese proceso.
Asimismo, también desmiente una cierta visión edulcorada sobre el empresariado y lo señala como un puntal imprescindible del franquismo. De hecho, directamente define a la dictadura como una "utopía empresarial", en la que esta clase logró maximizar sus beneficios económicos gracias a la represión sufrida por los obreros. Dos años y medio después de abordar la construcción del Estado centralista español en el libro Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017), ahora entrevistamos a Domènech sobre la lucha de clases durante el franquismo, de cómo el movimiento obrero fue capaz de mantener una conflictividad que iría al alza, y de la capacidad del empresariado para reconfigurarse y, ya en la Transición, limitar el alcance del cambio político.
El libro desmonta uno de los mitos de la Transición y muestra cómo el elemento que hace caer la dictadura es la movilización social, que tiene en el movimiento obrero al actor clave. Es un relato muy alejado del oficial, centrado en el consenso y los grandes acuerdos en despachos.
Ha habido dos relatos dominantes, aunque cada vez lo son menos historiográficamente. Uno es este que mencionas, que es que la Transición es casi un milagro en la historia del Estado español, que siempre se ha caracterizado por las guerras y la polarización política. Emerge una generación de políticos extraordinarios capitaneados por el rey Juan Carlos I que, bajo la divisa del "nunca más" protagoniza el consenso, que es lo que lleva a la democratización. La segunda explicación, que sería más de fondo, dice que en realidad la sociedad española estaba ya preparada para este proceso, y no lo había estado antes, gracias a la modernización económica. Es decir, los planes de los tecnócratas del Opus y la conexión con el crecimiento capitalista la transforman en una sociedad de clases medias, más consumista, preparada para una cierta paz social que habría sido la base de ese milagro político.
El libro parte de unas consideraciones completamente distintas y se plantea cómo conviven estas dos explicaciones con la realidad de que en los años 70 el Estado español se convierte en el de mayor conflictividad obrera, social y política de Europa. En 1976 se sitúa al frente de la conflictividad de toda Europa, en un momento en que el continente no era un oasis de paz, y era un Estado donde estaban prohibidos los derechos a la huelga, la manifestación, reunión y la libertad de expresión. Estas prohibiciones podían comportar prisión, torturas y muertes. El conflicto no estuvo ausente del proceso de cambio político, sino que lo que defiendo en el libro es que la imposibilidad de la continuidad de la dictadura se produce por la movilización en la calle.
Define el franquismo como una dictadura de clase, de clase empresarial, que practica una represión durísima contra la clase obrera. Aunque la debilita, nunca puede hacerla desaparecer. ¿Cómo se explica?
El franquismo tiene dos características. Dentro de los fascismos europeos de los años 20 y 30 es de los más represivos, aunque a veces se le presenta como el hermano menor. En tiempos de paz la proporción de fusilados en la Italia fascista es de uno a mil respecto a los que había en la España franquista y por cada alemán enviado a un campo de concentración hay treinta en España. Al mismo tiempo, dentro del campo de los fascismos históricos, es de los que mantiene una mayor continuidad en la conflictividad, aunque sea interrumpida. Ya en el año 45, cuando termina la II Guerra Mundial, hay fábricas que paran casi espontáneamente y dicen que si acaba el fascismo, debe acabar también el franquismo, en 1946 hay la huelga general de Manresa, en 1947 la de Vizcaya, en 1951 la huelga de los tranvías a Barcelona, a partir de 1956 hasta 1962 hay oleadas de huelgas más o menos anuales que comienzan en Asturias y Vizcaya, pero que afectan a toda la península.
Tenemos una expresión constante de conflictividad. Y aquí hay dos fenómenos. Por un lado, nos habla de una cultura obrera que vive un auténtico genocidio, que va más allá de la prohibición de sus organizaciones y llega al intento de eliminación de su sustrato cultural e incluso de la propia palabra obrero que pasa a ser productor y se integra en el sindicato vertical del régimen, pero aun así existe una persistencia. Estas expresiones de conflictividad no se entenderían sin esa persistencia de fondo, que no quiere decir que las organizaciones no estén desarticuladas y sufran una enorme represión. Y, al mismo tiempo, existe el nacimiento de un nuevo movimiento obrero, pero que tiene ciertos hilos de continuidad con el anterior. Sobre todo, esto se da mucho en los años 50, en las propias fábricas y barrios, con viejos y nuevos militantes que se conocen y donde hay una transmisión de saberes de clase prácticos, de valores, de cómo se hace una huelga... En todo caso, lo que existe es una parte de interrupción en la transmisión política, pero es una interrupción que muchas veces la protagonizan los viejos militantes, en el sentido de decir "no te organices como yo, porque mi modelo organizativo ahora no sirve".
También pone el foco en las migraciones interiores de los años 40 y 50, que a menudo han sido olvidadas, para subrayar que tenían eminentemente un componente sociopolítico y provocan que personas muy politizadas se instalen en los nuevos barrios obreros de las grandes ciudades industriales. ¿A la larga esto fue contraproducente para el régimen?
Del proceso migratorio básicamente se hacía una explicación economicista, según la cual la gente se marcha de un lugar donde no hay trabajo para ir a un lugar donde sí lo hay. Para simplificar, es un proceso de campo en ciudad y de territorio menos desarrollado a territorio que lo está más. Cuando haces una mirada más micro te das cuenta de que hay lugares donde el 30% o el 40% del total de la migración se produce en los años 40 y 50, en los que había hambre en Andalucía, pero también en Barcelona. Entonces, ¿por qué se marchan de los pueblos? Pues porque la represión es mucho más dura en el campo que en la ciudad, en el campo es casi imposible escapar de ella porque no existe el anonimato y el control social es enorme.
El franquismo quiere crear una nueva sociedad y eliminar, estigmatizar y marginar a los desafectos, que se acaban marchando a las grandes ciudades y se sitúan en las nuevas barriadas que se crean en los principales centros industriales del país. Y no serán los últimos de la cadena, sino los primeros, porque vienen antes que las oleadas migratorias posteriores y son los que saben dónde encontrar mejor los puestos de trabajo, dónde situar los servicios en el barrio... Por tanto, tiñen estas nuevas barriadas de un color potencialmente antifranquista, precisamente en los que serán los centros más dinámicos en términos económicos, sociales, políticos y culturales de los años 60 y 70. Existe un efecto no buscado por el régimen.
De 1956 a 1962 existe un tipo de movilización importante, que define por oleadas, que sobre todo se centra en mejorar las condiciones salariales y permite a los trabajadores recuperar el poder adquisitivo que tenían durante la República. ¿Cómo funcionó?
Inicialmente, el franquismo obtiene un control tal sobre las relaciones laborales que los aumentos salariales no pueden producirse mediante un conflicto en la empresa. Esto es una forma de sacar poder a la conflictividad obrera a nivel de fábrica. Ante esto el modelo que se generará es el de conflictividad por oleadas, es decir, no conflictos en una sola fábrica sino oleadas de conflictos que obligan al propio régimen a aumentar los sueldos. La primera conflictividad por oleadas, la de 1956, conseguirá mediante dos decretos recuperar lo cobrado en 1936. Es un tipo de conflictividad que funciona a partir de un epicentro desde el que va generando oleadas hasta llegar prácticamente a todo el Estado.
El segundo elemento es cómo esta conflictividad afecta a la capacidad de represión del régimen. Nace en comunidades obreras con una cultura de clase muy intensa, básicamente País Vasco y las comunidades mineras de Asturias, lo que les permite hacer huelgas en situaciones extremas. Son huelgas muy potentes, que obligan a movilizar recursos policiales, trasladándolos desde otros territorios, dejando estos últimos descubiertos y facilitando que se generen huelgas. Se van generando círculos hasta que las huelgas llegan a Andalucía o Catalunya, donde los empresarios piden el despliegue policial al gobernador civil, pero éste les dice que dé a los trabajadores lo que quieran porque no puede enviar a la policía, porque no la tiene.
Esto significa que hay un momento en el que está ganando el conjunto de la clase y en el que el régimen debe plantearse negociar con el epicentro para detener la protesta en el conjunto del Estado. Es un modelo que funciona muy bien y permite mejorar las condiciones de vida y explica por qué los mineros asturianos se convierten en un gran mito de la cultura obrera militante. Esto termina en 1962 cuando se empieza a aplicar una reforma de las relaciones laborales que son los convenios colectivos. Fragmentan la realidad por fábricas y esto inicia un nuevo modelo de conflictividad, que será más local y policéntrico, porque la negociación ya será directamente a nivel de empresa.
A partir de entonces, la movilización y el propio movimiento obrero cambian, con la aparición de las Comisiones Obreras y la combinación de estrategias como las mismas huelgas con la infiltración en el Sindicato Vertical. ¿Existe un sustrato más fuerte para protestar?
Es un sustrato más fuerte pero también es una necesidad. Los convenios colectivos se implementan como reacción a las conquistas previas de los trabajadores y fragmentan la realidad obrera entre trabajadores que tienen convenio propio en una gran empresa, los que tienen pero están en empresas medianas y el conjunto de pequeñas empresas que tienen convenios locales, comarcales o provinciales. Esto obliga a coordinarse a nivel local y hace que surjan tantas culturas obreras distintas, como el movimiento obrero del Baix Llobregat, el de Sabadell, el de Terrassa..., que tienen formas de organización y actuación diferentes. Aparece la necesidad de coordinar las diversas realidades laborales para coordinar el conflicto y tener mayor capacidad de presión.
De ahí nace la necesidad de organizarse fuera de la empresa y surgirá el modelo de Comisiones Obreras, que empezará a ampliarse y tendrá consecuencias muy directas no solo en el campo laboral, sino en el político. Porque en la medida en que el movimiento obrero para poder mejorar sus condiciones de vida necesita organizarse externamente de la fábrica, necesitará plantear una batalla con el régimen sobre lo que es posible y lo que no. Es decir, una batalla sobre el derecho de reunión, para realizar asambleas; o sobre el derecho de manifestación, una batalla durísima que conlleva mucha represión pero que se inserta en la necesidad de mejorar las condiciones de la mayoría de la población. En la medida en que esto ocurre cambia el escenario ya no solo del movimiento obrero, sino que nuevos movimientos sociales, como el vecinal o el estudiantil, podrán caminar en ese espacio que se abre y que cambia también la propia realidad por el régimen franquista.
En esta idea de ensanchar los límites de lo posible dentro de la dictadura, de rebote también se beneficia a los partidos políticos de la oposición antifranquista, porque pueden captar más militancia y se fortalecen, ¿no?
La militancia política antifranquista de los años 40 y 50 es absolutamente clandestina y tiene una imagen de cómo acabará la dictadura a través de la convocatoria de un día de huelga, donde se movilizará a todos y caerá el franquismo, una imagen casi mítica que no pasaba. En los años 60 cambian varias cosas. Aparece un antifranquismo social, que ya no es político, esto es una forma de oposición al régimen que ya no convoca a la gente a partir de su adscripción política, sino a partir de unidad en objetivos de cambio concretos. Esto hace que reúna a las diversas militancias, con asambleas donde van obreros católicos, comunistas, anarquistas y trabajadores sin adscripción alguna. Aparece un nuevo sujeto de oposición al franquismo, que es más amplio que el político y el político puede trabajar dentro de ese sujeto.
Las consecuencias de la represión también cambian. En los años 40 y 50 la represión busca erradicar a la oposición y paralizar la sociedad a partir del miedo, en los años 60 lo sigue buscando, pero con la emergencia de movimientos sociales pasan dos cosas: la represión paraliza, evidentemente, pero por primera vez también provoca la emergencia de nueva militancia y solidaridad con los represaliados. Una cosa era detener a una persona que por su actuación absolutamente clandestina no sabías quién era y otra detener a una trabajadora social de un barrio o un dirigente obrero de una fábrica. Esto provoca solidaridad y sustitución de militantes.
La emergencia de estos movimientos también traerá una nueva ola de represión, con el estado de excepción del 69, pero a partir de entonces el régimen se da cuenta de que no puede acabar con la oposición, que puede paralizarla y contenerla, pero no erradicarla. Esto es un cambio esencial. Y también es un cambio estratégico para la oposición, que pasa de la imagen de que una movilización de un día provocará la caída del régimen a la idea de que debe impulsarse la conflictividad social, de forma que se vayan agregando conflictos hasta que exista una situación de conflictividad tan generalizada que la huelga general se dé de forma natural. La oposición antifranquista centra sus recursos en la mejora de la vida de las personas como forma de cambiar el régimen.
Este proceso coincide con una época de crecimiento económico y de mejora de las condiciones de vida que la dictadura quiere aprovechar para relegitimarse y renovarse con el objetivo de perpetuarse. Es evidente que su proyecto falla.
Por eso me interesaba mucho no solo analizar qué ocurre en los años 75 y 76, cuando están las puntas de conflictividad y parece que está en juego claramente hacia dónde irá el cambio político, sino también qué pasa en los 60. Entonces el régimen pone en marcha varios proyectos reformistas que han sido leídos posteriormente como proyectos que llevaban a la democracia. La idea de que los tecnócratas del Opus hicieron unos planes de estabilización porque ellos ya pensaban en cambiar la sociedad para que madurara para volverse democrática. Pero no es cierto, la voluntad de todos los sectores [del franquismo] era consolidar el régimen, hacían reformismo para consolidar la dictadura.
En la medida en que hay crecimiento económico y se ha superado la etapa más dura de la dictadura, se pueden plantear gobernar no sólo desde la legitimidad de la victoria -"gobernamos porque ganamos"-, sino con una nueva legitimidad no de origen, sino de ejercicio, es decir, gobernamos porque demostramos que con nuestra acción proveemos a la sociedad de una mejora en todos los sentidos. Esto se ve muy claramente en 1964, cuando no celebran los 25 años de la victoria, sino "25 años de paz".
Existen dos grandes proyectos, el tecnócrata, que dice que la forma de generar consenso es traer crecimiento económico y una sociedad de consumo y que se genere consenso social a partir del mayor poder adquisitivo de la población. La sustitución de Franco cuando muera es el rey, por tanto, el proyecto es tecnocracia y monarquía, no la democracia. El otro proyecto es el propiamente falangista, que dice que hay que hacer algo más e integrar a la sociedad en el Estado, abriendo las organizaciones de masas y producir nuevas leyes, institucionalizar mejor el régimen. Hacen la ley orgánica del Estado, la ley de libertad de prensa, la ley de Asociaciones de 1964 y convierten al Sindicato Español Universitario (SEO) y a la OSE [Organización Sindical Española, el Sindicato Vertical] en los dos espacios donde se conseguirá la integración mayor de la sociedad. En el sindicato universitario les sale fatal, porque la infiltración del sindicato democrático de la UB acaba provocando la implosión del SEO, y en el Sindicato Vertical convocarán las elecciones en 1966, que están convencidos de que las ganarán.
¿En esto último hay cierto error de cálculo de la dictadura, de desconocimiento de la realidad?
Es evidente que existe un error de cálculo, el problema es si tenían una alternativa, porque la que acaba saliendo es la tecnócrata. Lo del error de cálculo se ve muy claro con las elecciones sindicales del 66. Solís Ruiz, que es el delegado nacional de Sindicatos y el ministro del Movimiento, las convoca diciendo "que gane el mejor", convencido de que serán ellos, mientras que los informes de la Policía, que tiene infiltrados en las fábricas, dicen que esto va a salir fatal. Llevan 30 años escuchándose a sí mismos y no escuchan nada más porque quien dice algo distinto acaba fuera y sucede lo que decía Machado: "en mi soledad he visto grandes cosas que no son verdad".
En el 66 en los principales centros industriales gana la oposición obrera, después de 30 años de represión y control de los medios de comunicación por parte del régimen. Lo que viene después del 66 es la represión desatada y creciente, pero termina fracasando. Incluso existen movilizaciones con el estado de excepción del 69 y este fracaso hará que el proyecto falangista quede desacreditado y haya un cambio de gobierno en el que los tecnócratas se hacen con el poder. Por eso, en el 69 Juan Carlos es nombrado sucesor de Franco, porque el proyecto era éste, crecimiento económico y Juan Carlos, pero ¿cuándo se te acabe el crecimiento económico qué pasará? Y lo que ocurre con la crisis del petróleo y no tienen nada más.
En esta crisis, de 1974 a 1976, es cuando existe el gran ciclo movilizador, sobre todo en el último año. ¿Podemos considerarlo el momento álgido del último medio siglo del movimiento obrero en el Estado? Los salarios suben tres veces más que la productividad y es un ciclo que propicia el cambio político, impide la continuidad de la dictadura, logra mejoras materiales, torpedea la hegemonía del empresariado y refuerza la cultura de la protesta.
1976 será el momento en que la clase obrera industrial será mayoritaria entre la sociedad y la provincia con más obreros industriales será Barcelona. Nunca había habido tantos obreros industriales y nunca más habrá tantos y se logra algo inaudito, como es que el aumento salarial se produzca a expensas de la tasa de beneficio empresarial. Esto nunca ocurre. Las rentas salariales superan el 60% de la renta nacional, lo que se mantendrá hasta 1985, mientras que en 2017, por ejemplo, estaban en el 47%. La movilización política hace inviable la dictadura, otra cosa es que logre romper el sistema y situar uno nuevo, pero además es el máximo momento de la crisis de hegemonía empresarial y, al mismo tiempo, cuando existe la hegemonía cultural y más prestigio de la clase obrera. En los años setenta la mayoría de la sociedad española decía que era clase obrera, en los 80 decía que era clase media. Seguro que es el momento álgido del movimiento obrero de la segunda mitad del siglo.
En los siguientes años las cosas cambiarán y sí, llegará la democracia, pero al mismo tiempo el empresariado se rehará rápidamente y no sé si recuperará la hegemonía, pero está claro que va a limitar el cambio político. ¿Cómo lo hace?
Es cierto que en los años 70 el empresariado tenía una crisis de hegemonía brutal y lo vivía así, tenía una crisis de poder económico porque se le estaban recortando los beneficios, pero sobre todo de hegemonía cultural, su imagen estaba totalmente asociada al franquismo. En esta situación, claramente defensiva, protagoniza una brutal historia de reorganización. Es imposible entender cómo este empresariado pasa de estar a la defensiva a constituir una organización como la CEOE, en 1977, sin entender que era hegemónico en el franquismo. Y que son los recursos del propio franquismo. En términos patronales, la CEOE es un caso único a nivel europeo porque no hay casos de tanto poder en una sola organización. Explico cómo en realidad la CEOE nace del propio Sindicato Vertical, con una continuidad directa.
El franquismo fue un régimen que unificó a la clase empresarial y le había dotado de unos recursos organizativos súper potentes, que es lo que explica la reorganización posterior. No es que los empresarios recuperen en seguida la hegemonía, sino que es un proyecto en tres fases. Inicialmente pretende intentar limitar cosas que para ellos son muy graves, como la pérdida del control en la fábrica; después incidir en el poder político dentro del Estado, que es la UCD entonces y lo acaban consiguiendo; y el tercer proyecto, que es como termina el libro, es empezar a gestar la idea de un nuevo proyecto de hegemonía, que es el neoliberal.
Define al franquismo como una utopía empresarial. ¿Qué rasgos la hacían posible?
Historiográficamente se ha construido la idea de que los empresarios eran marginados del franquismo, porque se presupone que el empresariado es liberal y el franquismo no lo era. [Juan José] Linz, un sociólogo, explica en los años 60 que los empresarios eran "privilegiados impotentes", que es una imagen muy interesante para legitimar a los empresarios, pero no se corresponde con la realidad documental. El franquismo tiene un componente de clase económica y los empresarios tienen una gran representación en las Cortes y tienen una enorme capacidad de incidencia en las decisiones económicas... Es verdad que no es un régimen de crecimiento económico en los años 40 y 50, pero sí se logra un aumento enorme de la tasa de beneficios, básicamente por la represión de clase.
Si nos situamos en los años 20, cuando se produce una enorme intensificación de la lucha de clases, la utopía empresarial en aquellos momentos es decir que la solución no es solo reprimir y prohibir la CNT, la solución pasa por crear un sindicato único; la solución no es solo prohibir a los partidos políticos, sino es la creación de un sistema de democracia orgánica. Por tanto, sindicato único desde el Estado y que el sistema de representación sea orgánico, que es bastante similar a lo que fue el franquismo. No es solo que los empresarios sobrevivan e, incluso, se beneficien del franquismo, sino que en gran parte el franquismo responde a una construcción utópica de cómo debería ser la sociedad según sectores de la vanguardia empresarial de los años 20.
En 1976 los propios documentos internos del empresariado reconocen que el franquismo ha sido el mejor sistema posible para ellos, incluso dicen que es envidiado por el empresariado internacional, pero que en ese momento ya no les sirve. Ya no es útil no porque se hayan hecho demócratas, sino por la conflictividad obrera. Por tanto, hay que buscar un nuevo pacto, pero esto es distinto que pensar que son una clase impotente, esto es una percepción realista de no podemos seguir así.
Tras la creación de la CEOE ya se ve la huella de la gran patronal en la Constitución y en determinadas leyes. ¿El movimiento obrero había empezado a perder fuerza?
En 1976 el movimiento obrero de España se pone al frente de la conflictividad europea y en 1979 lidera la conflictividad de todos los países de la OCDE, pero el escenario ya ha cambiado. Porque en 1979 la CEOE ha logrado, gracias a un pacto con [Fernando] Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno de la UCD, poner un decreto salarial muy bajo y no llegar a ningún pacto con los trabajadores. Es el año de la gran alianza entre el empresariado y el Estado para aguantar la conflictividad y ganarla. Han cambiado cosas, ha habido un proceso de legitimación y el poder ya no es el franquismo. El movimiento obrero se sitúa en una situación defensiva y todo esto se irá reproduciendo en los procesos de reconversión industrial [de los 80].
En 1976, más del 66% de la renta estatal corresponde a los salarios de los trabajadores, pero en 2017 ya solo era del 47%. Visto con perspectiva, ¿llevamos cuatro décadas de victoria empresarial?
Esto es interesante de analizar, pero el libro ya no llega hasta aquí. Durante los gobiernos de la UCD existe un aumento de la inversión social, no de los salarios, porque todavía existe esta conflictividad. Durante los gobiernos del PSOE la inversión social solo vuelve a aumentar a raíz de la huelga general de 1988, pero en los 90 llegará la hegemonía neoliberal. España se convierte en el segundo país de Europa con más VISA, después del Reino Unido; es una economía de consumo a crédito, en la que te bajo los salarios y te precarizo, pero incentivo el consumo, aunque sea a crédito. Esto generará un aumento evidente de las tasas de beneficios, sobre todo financieras. Lo que ocurre es que este modelo también peta. La crisis del 2008 le hace totalmente insostenible, hasta el punto de que ahora ves a los neoliberales diciendo que ya no lo son. La hegemonía que habían construido en los años 90, con la posterior borrachera del 2000, ha quedado absolutamente agrietada.
Seguramente, este modelo nunca había sido tan cuestionado socialmente como ahora, pero al mismo tiempo las desigualdades sociales siguen disparadas y las condiciones materiales de gran parte de la población se agravan.
¡La crisis de hegemonía neoliberal no quiere decir que llegue el comunismo! Pero los propios gestores del sistema no pueden defender el tipo de principios que antes defendían. La defensa de la no intervención del Estado, en un capitalismo absolutamente dopado, se hace insostenible. Solo digo que la crisis es interesante porque permite la apertura de políticas que en los 90 o a principios del milenio parecían impensables.
¿Puede esta crisis de legitimidad del modelo llevar a un resurgimiento de la cultura de la protesta que conduzca a otros modelos socialmente más justos?
Entiendo que ahora existen condiciones muy evidentes para que haya conflictos de clase, cojan la forma que cojan. El sistema, tal y como se ha ido gestando a partir de los 90, ha generado enormes y crecientes desigualdades y, además, ahora hay nuevos retos, como el modelo energético. Las dimensiones que debe asumir ahora una lucha de clases son incluso más amplias de lo que habían sido en el siglo XX, porque la contradicción capital – trabajo ha dado paso a una contradicción capital – vida, con aspectos como el cambio climático, modelos energéticos, modelos económicos, etc... Al mismo tiempo, el neoliberalismo llegó un punto tan alto de borrachera, de casino, que incluso ha terminado generando reacciones interclasistas [en contra].
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