madrid
Actualizado:Hay fiestas que parecen condenadas a salir mal. La culpa puede ser de los anfitriones, quienes se emocionan convocando a sus amigos y luego, a medida que se aproxima la fecha, van perdiendo fuelle, como esas bodas que parecen entierros. También puede ser culpa de los invitados: uno llega disfrazado de caniche, porque entendió que el rollo iba de animales, y luego resulta que el resto va de superhéroe. Un personaje que no está de moda este 10-N, porque Santiago Abascal es más némesis, archienemigo o malvado que salvador.
Todo fue muy raro: ante la sede del PSOE, un señor con bigote —ayer parecía que todos los señores llevaban bigote— dice que pasaba por allí, porque él es apolítico, cuando desde hace un buen rato espera la llegada en coche de Pedro Sánchez. Apolítico es ese señor con mostacho que, sin preguntarle, te responde que “Abascal es el único que dice las cosas claras”. En realidad, no desentonaba con el ambiente: en el edificio de enfrente, por una ventana Manolo Escobar cantaba con ardor Y viva España, mientras que por otra unos cachorros de Vox ondeaban banderas y gritaban cosas de antes.
Las psicofonías encontraban eco entre los escasos militantes del PSOE —este domingo, escasos eran bastantes—, quienes respondían a los espíritus del más allá con aquello de “fascistas”, exhumando a Franco de sus gargantas. Jesús, un portero que trabaja dios sabe dónde —“no te lo puedo decir, porque todos los vecinos son de extrema derecha”—, criticaba la apropiación del yo soy español, porque “españoles somos todos, desde un mendigo hasta un multimillonario”. Luego juraba muy alto: “Por encima de todo, en mi vida está Dios. Pero ahora parece que hasta Dios es sólo de ellos”.
Digo que todo fue muy raro porque parecía que media España se había equivocado de fiesta, incluidos el señor del bigote, el hijo de Dios —sí, Jesús— y los vecinos de Ferraz que cuelgan banderas rojigualdas de sus balcones y resucitan el país con tanto “que viva España”, porque con Manolo la vida tiene otro sabor y todos sabemos que España es la mejor. “Éste es un barrio fascista”, interrumpe una señora, quien nada más pronunciar el adjetivo pregunta si alguien tiene Tipp-Ex: “Mejor pon barrio de derechas”. Torciendo a la diestra, rumbo a Génova, se escucha de fondo Sirenas, de Taburete, un lifting del troleo al pedrosanchismo.
Quizás el PSOE debió pactar con Podemos, razona Carlos, un estudiante de Periodismo de dieciocho años. “Hemos ganado las elecciones, mas no hay mucho que celebrar. Sánchez debe plantear una autocrítica”. Ariadna, alumna de Farmacia, también cree que fue “un fallo estratégico no haber pactado con Pablo Iglesias, porque el resultado ha sido la subida de la derecha”. Más universitarios en la sede del Partido Popular, también estudiantes de Periodismo: un grupo ha venido a hablar con la militancia para un trabajo, aunque apenas tiene con quién hacerlo; otro está retransmitiendo para una radio de la Facultad.
“Queríamos hacer unas preguntas a la gente, pero no vemos mucho movimiento”, se lamentaba Ignacio, cuyo voto no se lo ha llevado el charrán. Markel, el locutor, había escogido la papeleta socialista en los comicios de abril, mas en estos se abstuvo. “No me sorprenden los escaños de Vox, porque en el debate Abascal dio una imagen más moderada que los líderes del PP y de Ciudadanos, quienes se mataron entre ellos”. Desencantado con la política, cree que no volverá a votar. Señala en la fachada el eslogan “contradictorio” de los populares, Por todo lo que nos une, y se cuestiona qué nos une.
“Al final, Pablo Casado se ha convertido en Mariano Rajoy. No obstante, su mensaje moderado no le ha servido de nada”, añade Markel. “Si quieren solucionar el problema de Catalunya y que la situación no se siga caldeando, el PSOE y el PP deberían pactar. Como uno siga mirando a la izquierda y otro a la derecha, no habrá nada que hacer”. Simpatizantes de Vox en Ferraz. Desilusionados votantes socialistas en Génova. ¿Por qué habrá votado en abril y ahora no? “Soy vasco y entonces creía que era posible una España plural”.
Ya no hay fervor como antaño en las sedes de los partidos, ganen o pierdan. Los militantes hoy son figurantes: periodistas, cámaras, fotógrafos, técnicos, empleados y policías. Lo único que queda de antes es el atrezo, aunque en Ferraz no hubo escenario, ni en Génova palco. Tres amigas extremeñas, recién llegadas de un viaje, aprovechaban la parada y fonda en Madrid para acercarse a ver a Casado. “A ella no le preguntes, que es una rojilla”, advierte Ana, sin percatarse de que esta noche nadie es quien debería ser. Incluso a ella le da “pena” el hundimiento de Cs, mientras que Petri la Roja achaca el pinchazo de la izquierda a una desmovilización causada por el cansancio. “Hemos vuelto atrás y seguimos con el mismo problema. Y, por encima, los resultados de Vox ponen los pelos de punta”.
Blanca, en cambio, está encantada: “La subida ha sido aplastante”. Todas las sedes parecían un after después de encender las luces, con miradas perdidas y rostros desencajados. En la de Vox seguía la fiesta y la calle estaba a rebosar. Debía hacer frío, porque la gente se tapaba como bien podía con la bandera de España, esa toca de la regresión o capa de supermán que no ha pasado de moda nada desde que Casillas empezó a levantar copas en Viena, Johannesburgo y Kiev. Blanca, en plan quincemayista, explica que votó a Santiago Abascal porque “el PP ya no me representa”. Y garantiza que conoce a socialistas que votaron a su nuevo partido.
David va más allá y asegura que hasta hay simpatizantes que proceden del primer Podemos. “Se pasaron de la extrema izquierda a la derecha”, comenta sin adjetivar el último lado, porque a la derecha de Vox no está la extrema, sino el golpe de Tejero y el rosario de McNamara. Habría que medir el calado del voxpodemismo, aunque es lo de menos: parece que todos han llamado al timbre equivocado y se equivocaron de piso. “Hola, venimos a la fiesta”. “Subid y no hagáis ruido”. Cuando comprueban que no es el cumpleaños de Sonia, sino la jubilación de don Miguel, el profesor de Latín, ya es demasiado tarde. blanc, por ejemplo, afirma que desde siempre ha votado a Vox, pero ¿cuándo empezó ese siempre?
Lógicamente, el día que dejó de apoyar al PP. David también hizo lo propio, saltándose el paso intermedio de Ciudadanos. “Lo que más me ha gustado del resultado electoral es que se hundiese Albert Rivera, porque traicionó a sus votantes al no sentarse con Abascal”. Afirma que, como jóvenes, su partido es “la mejor alternativa para España”. Una cosa es cierta: entre los señores y las señoras entrados en años, hay mucha chavalada celebrando el subidón, como el público de un concierto de Hombres G y Taburete, que también suena en estos lares. El grupo de Willy Bárcenas, Manolo que viva Escobar y Andrés Calamaro, con su Flaca y su Te quiero igual.
Una chica de dieciocho años, que ejerció su derecho por primera vez en las municipales y autonómicas el 26-M, está supercontenta. “Voto a favor de la vida, de la tauromaquia, de las tradiciones, de la ilegalización de [algo así como los inmigrantes, dice, pero usa un circunloquio]. ¿Sigo?”. Su madre recomienda que los políticos lean el resultado y lo interpreten. No fue Catalunya, sino un malentendido ideológico: “La gente está enfadada porque tildan a Vox de extrema derecha y… ¡ni mucho menos! Lo que pasa es que la sociedad está adoctrinada por los progres”. Qué razón tenía David cuando aludía a aquello del bandazo electoral de la extrema izquierda a la derecha a secas.
Un varón se queja del botín de “los tres partidos constitucionalistas” porque le parece insuficiente. “Aquí va a haber una revolución”. Y eso que Vox ha subido de 24 a 52 escaños. “No hay absolutamente nada que celebrar, porque seguiremos con el monigote al frente del Gobierno: ¡cuatro años más con ese golfo! Éste es un país de borregos y descerebrados”. ¿Por qué decía que va a haber una revolución? “Vamos a acabar enfrentados, como en la guerra civil, porque el PSOE está creando el bando del odio. ¿Qué es eso de la memoria histórica? Franco habrá sido un cabrón, pero nos salvó del comunismo. Menos mal, porque Stalin fue el mayor asesino de todos los tiempos”.
Las conversaciones iban perdiendo fuerza camino de la sede de Ciudadanos. “Nadie habla de que España y Europa van camino de un suicidio demográfico”, se escucha. O sea, que cada día nacen menos niños, aunque luego una señora matiza de los nuestros. “Cuando venga otra crisis, arrasamos”, vaticina alguien. “¡Vamos, chicos! ¡Bufandas de Vox, las últimas que me quedan!”, oferta un individuo. En la calle no hacía tanto frío como dentro de la sede de Ciudadanos, pero se ve que la rojigualda no era suficiente para espantarlo.
Afuera, fotógrafos y cámaras esperaban la salida de los líderes naranjas que quedaban dentro. Marcos de Quinto, número dos por Madrid, se hace de rogar. Javier y Cecilia se han acercado a la sede, situada en la calle de Alcalá, si bien no hay casi nadie en la acera. “El resultado ha sido nefasto. La gente se ha ido con Abascal por su ideología patriótica, porque un partido con bandera tira”, cree él. “Lo que ha pasado hoy no ha existido: todo sigue igual, llegarán las discusiones y, finalmente, a votar otra vez. Eso sí, le ha robado a Ciudadanos el pastel patriota”, corrobora ella.
No hace falta preguntarle a María a quién vota. Está aquí por motivos laborales, trabajando para el enemigo: “Ha sido una caída en picado, pero la subida de Vox me parece estupenda. Su partido tiene que ganar fuerza poco a poco y lo va a conseguir”. Caras largas entre los contados simpatizantes de Cs: “No sé qué decir”, “es pronto para el análisis”, “no era el esperado”, “veamos cuál es el camino a seguir”, “tenemos claro que nuestro espacio es necesario y debemos luchar para recuperarlo”.
Más que una fiesta, lo que había sido el día de los difuntos parecía la noche de Halloween. Pasaban las horas y no cesaba el troleo ultra en las sedes de sus rivales políticos: desde un coche tuneado con la uve, la o y la equis, gritan “¡viva Vox!”. Marcos de Quinto al fin se quitaba los flashes de encima para coger un taxi, termómetro de la noche electoral.
Camino de Ferraz, taxista número uno: “La conclusión es que se queda el mismo golfo de siempre. No me convence ninguno, aunque me gustan algunas cosas de Vox, como la lucha contra la delincuencia. Sin embargo, no me convencen otras, porque son una quimera, como desmantelar las autonomías. Yo siempre he sido de derechas, pero desde que el Bigotón pactó con los catalanes, al PP ni agua. Pese a que no consigan nada, como tengo una perrita, he votado al Pacma”.
Camino de Génova, taxista número dos: “Los ultras no me han gustado nunca, porque los extremos no son buenos. Al principio, dicen las cosas suavecitas, luego ya veremos… Voté a Podemos porque tiran por mí. Ellos son los únicos que defienden los servicios públicos”.
Camino de la sede de Vox, taxista número tres:
- ¿Qué le parecen los resultados?
- ¿De qué?
- De las elecciones.
- Pensé que hablaba del fútbol… No me entero de nada. La verdad es que no voté.
Camino de la sede de Ciudadanos, taxista número cuatro: “Volví a confiar en el PSOE. Hemos perdido tres escaños, por lo que habrá que entenderse y pactar. Ahora bien, en su día Iglesias no debió ser tan ambicioso: más que exigir, tenía que ofrecer. La jugada de ajedrez va a ser complicada e interesante”.
Camino de la sede de Podemos, taxista número cinco: “La cosa está complicada: ¡más cachondeo todavía! La subida de Vox demuestra que España está gilipollas. Sin embargo, la gente quiere mano dura con Catalunya y Abascal se la ha dado. Sánchez pudo formar Gobierno con la izquierda, pero el muy pringado se ha quedado peor que antes, con una mano delante y otra detrás”.
Pasada la medianoche, dentro del local que había alquilado la formación de Iglesias no quedaba casi nadie. Fuera, un par de cámaras. “Aquí sólo han estado la cúpula del partido y la prensa, nada de simpatizantes con banderas”, comenta alguien que sale por un callejón que da a la calle de Alcalá. Si este lugar ya es recóndito, quién sabe dónde quedará el bar clandestino de Más País regentado por Íñigo Errejón, donde para entrar habrá que llamar al telefonillo y decir una contraseña, tipo “la magdalena de Carmena”. Demasiado tarde para tomarse la última, porque la resaca de estas elecciones ha comenzado demasiado pronto.
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