La última carta de Rafael de Vega, el médico republicano asesinado por el fascismo para atemorizar al pueblo
Modernizó la sanidad y defendió la atención universal, pero sus "ideas avanzadas" y las envidias condenaron a muerte al doctor que proclamó la Segunda República en Lugo.
Madrid-Actualizado a
Incomunicado y sometido a vejaciones, el doctor Rafael de Vega Barrera entregó una carta a los dos hijos que fueron a despedirlo antes de ser fusilado a las seis de la tarde del 21 de octubre de 1936. Una hora extraña para una ejecución, la del paseo, y un escenario público, la tapia del céntrico cuartel de la Guardia Civil: su simbólico asesinato, a los 48 años, perseguía amedrentar a la oposición tras el golpe de Estado.
Nacido en Zazuar (Burgos) y formado en la Universidad de Valladolid, Rafael de Vega se trasladó a Lugo para ejercer como director y cirujano del hospital municipal, ubicado en el caserón de Santo Domingo, donde denunció la precariedad de las instalaciones y proclamó que "los pobres y los desposeídos tienen derecho a la asistencia médica, porque el derecho a la salud es un derecho de todas las personas y ellos lo necesitan más".
Con unas condiciones impropias para la práctica de la medicina, comenzó a operar al tiempo que exigía la construcción de un nuevo hospital, cuyas obras tardarían diez años en ejecutarse, hasta que fue bautizado como Santa María. Defensor de la sanidad universal, ante el dilatado retraso había inaugurado un sanatorio privado en la calle Montero Ríos, donde edificó chalés para cada uno de sus cinco vástagos, un patrimonio expoliado por los rebeldes.
En aquella carta, escrita en la celda 33 de la vieja cárcel dos días antes de su muerte, le pedía perdón a sus "queridísimos" hijos Rafael y Luis "por causaros vuestra desgracia por mi vida política, pero lo hacía por servir a mi Patria y la Libertad". También proclamaba su inocencia y denunciaba "un proceso amañado con testigos falsos", por lo que les encomendaba que reivindicasen su nombre "en este pueblo tan ingrato para mí".
Acusado de acoger y alimentar en su hospital a unos mineros armados de Vilaoudriz, tres médicos carcomidos por la envidia y los celos declararon en su contra. Los compañeros que se atrevieron a defenderlo fueron encarcelados o purgaron su osadía en el frente nacional, reflejo de la instrumentalización de un caso plagado de irregularidades con el que las autoridades mandaban un aviso a la disidencia local.
Rafael de Vega no era un rojo, acaso una "persona de ideas avanzadas y revolucionarias con gran influencia entre las masas", como rezaba la sentencia que lo condenó por un falso delito de traición. Masón y creyente, de las tertulias del Círculo de las Artes saltó al Congreso como miembro del Partido Radical de Alejandro Lerroux, no sin antes proclamar la Segunda República desde el Ayuntamiento de Lugo.
"Mi dolor es dejaros sin lo que tanto trabajo me costó y que lo que sólo acumulé para vosotros os sea arrebatado injustamente y quedéis en mala situación cuando nada os faltaba", les transmite a Rafael y Luis, a quienes les ruega que cuiden a su madre y a sus "adorados" Santos, Mariluz y Marité, deseando que conserven el recuerdo de un padre que "murió como un mártir, sin haber hecho mal a nadie".
Marité solo tenía cinco años y huyó con su familia a la casa de su abuela en León. Tiempo después, concibió a Rafael Pérez de Vega, encargado de recuperar la memoria de un doctor bueno y generoso, recordado todavía hoy en la ciudad que lo acogió, donde una calle lleva su nombre y un busto le rinde homenaje. Su trabajo de investigación es encomiable y el resultado, la web rafaeldevega.es, merece su paso por imprenta.
"Si hubiesen pasado unos meses, a lo mejor no lo habrían fusilado y sería condenado a cadena perpetua, aunque después del golpe los fascistas trataron de dar ejemplo e infundir miedo", reflexiona su nieto. Si un profesional apreciado, altruista, influyente y católico era ejecutado, cualquier civil era susceptible de correr la misma suerte. "La acusación fue una excusa. Él pudo escaparse, pero no lo hizo porque era inocente y temía que represaliasen a la familia".
Tuvo dos oportunidades, cuando salió de prisión para operar a un niño que había sufrido un accidente y a un capitán que se pegó un tiro en el estómago al manipular una pistola. La gravedad de la herida y el carácter urgente de la intervención requería de sus servicios, lo que pone de manifiesto su pericia. Sin embargo, no se fugó porque habría reconocido "una culpabilidad inexistente", del mismo modo que durante su detención le pidió a los falangistas que le dejasen terminar una operación en curso, prometiéndoles que se entregaría después.
Durante su encierro, escribió otras dos cartas dirigidas a su esposa, Teresa Fernández-Crespo y Riego, pero el hermano de esta nunca se las entregó para no causarle más sufrimiento. Cuando falleció en 1983, su viuda se las envió a sus hijos y, así, pudieron conocer sus últimos deseos. En la primera, sin fechar, confía en el indulto, pese a que le transmite que, "si el trance fatal viene", le ahorre a los más pequeños verlo en tal condición.
En la segunda, escrita el 18 de octubre de 1936, le pide perdón "por lo muchísimo que te he hecho sufrir y por haber acarreado tu desgracia y la de nuestros hijos con mi actuación política, aunque esta ha sido siempre honrada y con el deseo de servir a mi Patria y hacerla más grande y justa". Absuelve al juez que instruyó el sumario y a "tanto testigo falso", deseando que Dios haga lo propio, y alude a una de las causas de su muerte.
"Valor queridísima Teresa, pues te debes a nuestros hijos, y tú tienes que ser su guía y sacarlos adelante en medio de esta guerra espantosa que no respeta a nadie y que yo soy una de las innumerables víctimas sin haber intervenido, pero los odios y las locuras de esta catástrofe se ceban sobre los más significados y yo tuve la desgracia de serlo en este pueblo de Lugo", escribe.
Su nieto, Rafael Pérez de Vega, ahonda en los rencores hacia una figura popular y un médico respetado: "Al aprobar una oposición y llegar a Lugo con un puesto muy bueno, desde el principio generó recelo, pues sus colegas podrían haber considerado que le habían quitado esa plaza. Y, además de ser un excelente cirujano, fue un empresario con un alto nivel de vida, lo que desató todavía más envidias entre sus compañeros".
Tampoco ayudó que se convirtiese en el médico de los pobres. Encarnación González, una humilde niña de cuatro años enferma de difteria, recordaba en un artículo publicado en 2005 cómo sus cuidados la libraron de la muerte, así como la pesadumbre de su madre al no poder afrontar la factura del tratamiento. "No se preocupe, son los ricos los que deben pagar por usted", le respondió el doctor.
Encarnación reivindicaba su memoria en aquellas líneas y exigía, como tantos otros vecinos, que el hospital de Lugo llevase su nombre. "Pienso que las ideas por las que me salvó la vida fueron las mismas por las que lo fusilaron en el 36", reflexionaba la paciente, que no llegó a ver el apellido en el letrero del Hospital Universitario Lucus Augusti, inaugurado en 2010.
"Cuando el PSOE y el BNG gobernaban la Xunta, les envié una carta y me reuní con el alcalde socialista de Lugo, José López Orozco, para solicitar que le pusiesen su nombre al hospital", recuerda Rafael Pérez de Vega. "Ya se lo habían concedido, pero las obras se retrasaron tanto que, tras la llegada del Partido Popular al Gobierno autonómico, me olí que rechazarían la petición, como finalmente sucedió".
Una afrenta para la familia de quien modernizó la sanidad lucense, que se sumaba a las represalias tras su asesinato, a una multa de un millón y medio de pesetas —una fortuna en aquella época— y al embargo de todos sus bienes, que no fueron restituidos hasta 1952, previo pago de una multa de 25.000 pesetas. Sin embargo, el decreto de indulto nunca fue publicado en un boletín oficial, como señala el autor de la web, cuya documentación apuntaló la novela Sentencia (Velasco Ediciones).
Su autor, José Francisco Rodil Lombardía, relata "el complot urdido contra el doctor Rafael de Vega y la feroz injusticia de la que acabó siendo víctima". Un castigo ejemplarizante, en palabras de su nieto, cuyo objetivo fue atemorizar a la población y del que se aprovecharon algunos médicos que querían eliminarlo. "Mi abuelo estaba sentenciado a muerte desde el principio. Fueron a por él porque era una persona muy influyente".
"En Galicia no hubo un enfrentamiento bélico, pues los fascistas tomaron el poder y mataron sistemáticamente a las figuras más destacadas", explica Rafael Pérez de Vega. No sorprende que sus "ideas avanzadas", un adjetivo a todas luces positivo, pesasen en su contra. "Entonces, equivalía a ser una persona de izquierdas, que se salía de la normalidad y que no comulgaba con los poderes fácticos ni con el régimen", subraya.
El encargado de reivindicar su legado lamenta que, tras su detención, muchas voces callasen: "No lucharon lo suficiente para evitar que lo fusilaran, cuando tenía una buena relación con la derecha y con la izquierda, porque era una persona de consenso. Ahora bien, la represión posterior contra mi familia fue mucho peor, porque dejaron en la calle a una viuda con cinco hijos".
Su memoria sigue presente en el corazón de los justos y de los humildes, aunque Rafael Pérez de Vega cree que su figura estuvo olvidada durante años, incluso desde la izquierda, quizás por haber sido encasillado en la tercera España. "Reivindicad mi nombre en este pueblo tan ingrato para mí", pronuncia con solemnidad. "Esa frase es concluyente", zanja su nieto, antes de leer otra cita desgarradora: "Os pido perdón por causaros vuestra desgracia por mi vida política, pero lo hacía por servir a mi Patria y la Libertad".
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