VALÈNCIA
Podríamos considerar la barbarie nazi como el ejemplo del mal absoluto, pero en esto de las barbaries parece que siempre hay alguien dispuesto a bajar un escalón más en la ignominia. Este sería el caso del régimen fascista instalado en Croacia por las milicias ustachas después de la invasión de Yugoslavia por las fuerzas del Eje. Su sistema de campos de concentración y exterminio, levantado para "limpiar" Croacia de serbios, judíos, gitanos, musulmanes y comunistas fue considerado "extremadamente sádico" por los mismos nazis.
El mayor complejo genocida fue el campo de Jasenovac, que incluyó el único centro de exterminio exclusivamente para niños que se construyó durante aquel periodo. Y a pesar de las dificultades de cálculo y las controversias generadas por motivos políticos, los historiadores cifran en medio millón las personas que fueron asesinadas allí. La mayoría por agotamiento en trabajos forzados y enfermedades, pero también a golpes o cuchilladas, ya que los croatas nunca instalaron un sistema de cámaras de gas.
El responsable de toda esta industria de la muerte fue el general Vjekoslav Luburic, considerado un "enfermo mental" por sus correligionarios alemanes. Una vez acabada la guerra, Luburic huyó de los partisanos de Tito y, después de pasar por Hungría y Francia, acabó llegando a la España de Franco mediante la llamada "ruta de las ratas", que permitió escapar a centenares de criminales de guerra con la ayuda de altos dirigentes del Vaticano.
El régimen franquista los consideraba "patriotas y católicos", y les dio refugio e identidades falsas. Bajo el nombre de Vicente Pérez, Luburic se instaló en Carcaixent (València), donde tenía una imprenta, con la cual editaba propaganda fascista y anticomunista croata. Luburic sería asesinado en el 1969 por otro croata y colaborador suyo: Ilija Stanic.
Stanic, que huiría a Yugoslavia después del crimen, aseguró siempre que era un agente de Tito infiltrado en los círculos ustachas exiliados, una versión que el periodista Francesc Bayarri pone en duda. Bayarri plasmó su investigación del caso en el libro Cita en Sarajevo, donde cuenta cómo localizó a Stanic.
"La versión del agente comunista iba bien a todo el mundo: al régimen de Tito que se marcaba una victoria, a los exiliados fascistas y también al franquismo, que podían acusar a los comunistas de todos sus males. También sería una versión más comercial para el libro -reconoce el periodista con cierta ironía-, pero personalmente no me la creo, Stanic venía de una familia nacionalista croata represaliada por Tito y el entorno a Luburic estaba muy controlado, pero tampoco sé las motivaciones reales de Stanic".
Luburic sería enterrado en el cementerio de Carcaixent en una tumba en tierra muy visible de la avenida central. El panteón incluye el escudo del movimiento ustacha y una inscripción en croata que indica que aquí "descansa en paz el caballero Vjekoslav Luburic".
La historia y la tumba estaban prácticamente olvidadas y, con el tiempo, las letras se han ido desdibujando y los elementos metálicos enmoheciendo, aunque nunca le han faltado flores. Con la publicación del libro en 2006 y con la creciente reivindicación del régimen ustacha por parte sectores sociales de la nueva Croacia independiente, el malestar por la presencia de simbología fascista en el cementerio de Carcaixent también ha ido en aumento.
Raimon Marí, concejal de memoria histórica de Carcaixent, reconoce que la peregrinación de fascistas croatas hasta Carcaixent "es residual" y tampoco han detectado homenajes organizados, si bien "alguien se encarga de llevar flores de forma regular". Aun así, la presencia de esta simbología molesta y ya hace años que desde el Ayuntamiento intentan exhumar el cuerpo para hacerlo pasar a un osario regular, eliminando la tumba de un lugar tan destacado.
"El principal problema es legal, reconoce Marí puesto que nosotros esperábamos que la nueva ley de memoria histórica nos diera una herramienta para retirar los símbolos, pero el borrador, por ahora, solo contempla eliminar aquellos relacionados con la Guerra Civil y el franquismo".
Una delimitación que dejaría fuera la simbología ustacha, pero también otros casos, como las tumbas de dos fugitivos nazis enterrados en Dénia, o del mismo jefe de Estado del régimen ustacha, Ante Pavelic, enterrado en el madrileño cementerio de San Isidro.
Si bien desde el Ayuntamiento de Carcaixent se están haciendo gestiones para enmendar la ley antes de su aprobación definitiva en el Congreso, Marí no lo ve nada claro: "En la tramitación de una ley hay 20.000 historias y la nuestra tan solo es una más".
En esta situación, los servicios jurídicos del ayuntamiento recomendaron no hacer ningún paso hacia la retirada de la tumba, puesto que sería automáticamente revocado por los jueces. "Uno de los hijos de Luburic, también de ideología fascista, ya se presentó una vez en el Ayuntamiento amenazando con acciones legales si se tocaba la tumba de su padre", explica Francesc Bayarri.
Así, si finalmente la nueva ley de memoria histórica no ofrece ninguna vía legal, la única alternativa para el consistorio será esperar al 2026, cuando caduca la concesión funeraria y el Ayuntamiento ya no está obligado a renovarla.
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