Este artículo se publicó hace 3 años.
Moción de censuraLos 'tamayazos' más turbios de la democracia: tránsfugas y otros judas que agitaron la política española
Socialistas, populares o 'ciudadanos' traicionaron a los suyos para que gobernasen candidatos de otros partidos.
Madrid-Actualizado a
La traición en política adquirió categoría de figura retórica y literaria cuando en 2003 dos parlamentarios socialistas tumbaron el nonato Gobierno de su colega Rafael Simancas en la Comunidad de Madrid. Desde entonces, los casos de transfuguismo en España son conocidos por el vulgo como tamayazos, incluido el protagonizado este viernes por Isabel —que no Ninette— y un señor de Murcia.
Ya saben: la moción de censura que presuntamente iba a propiciar la investidura como presidenta de la ciudadana Ana Martínez Vidal se ha ido al traste después de las maniobras de tres compañeros de filas, quienes han garantizado su apoyo al actual mandatario, el presidente popular Fernando López Miras.
Pero antes de que la vicepresidenta, Isabel Franco, y los diputados Francisco Álvarez y Valle Miguélez conspiraran con el PP para mantener en el cargo a Miras a cambio de unas consejerías, nuestros parlamentos y salones de plenos han sido escenarios de cuchilladas por la espalda. La más reciente salpicó la bancada del Congreso, cuando Ana Oramas (Coalición Canaria) desobedeció a su partido y votó no a la investidura de Pedro Sánchez.
De poco le sirvió mancharse las manos, porque el socialista hoy campa a sus anchas por la Moncloa, como también lo hizo por el Pazo de Raxoi el también progresista Fernando González Laxe, efímero presidente de la Xunta de Galicia, cuando Xosé Luis Barreiro le dio la espalda a Alianza Popular —germen de un PP sin desbravar— y apuntaló en 1987 la moción de censura contra Xerardo Fernández Albor.
Como eminente politólogo, la jugada del actual profesor y columnista no fue tan sencilla, sino a varias bandas. Tras planear la fuga junto a otros tres diputados conservadores de la AP de Manuel Fraga —quien antes de reinar en la taifa donde había nacido andaba liado en Madrid para que le cupiese el Estado en la cabeza—, Barreiro montó un fugaz partido, ingresó en Coalición Galega y, tras el golpe de timón, recuperó la Vicepresidencia de la Xunta que ya había ostentado con Albor.
Quién mejor que Manuel Vázquez Montalbán para narrar aquellos idus de septiembre: "Estoy cenando con Xosé Luis Barreiro Rivas, el hombre que pudo reinar en Galicia y acabó en los tribunales, en uno de los ajustes de cuentas más taimados que ha presenciado la transición española", escribía hace treinta años en El País. "Ex seminarista, progre, parado, Barreiro consiguió un cargo administrativo en Alianza Popular y llegó a ser el verdadero presidente de la Xunta mientras Fernández Albor leía revistas ilustradas y ordenaba al camarero: Sírvales unos cafés a estos chicos".
La astuta venganza, cocinada a fuego lento, fue una obra de ingeniería traidora si la comparamos con el despiste de Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, a quienes se les pegaron las sábanas el día en el que se iba a constituir la Asamblea de Madrid. Aunque el PSOE e IU sumaban mayoría absoluta, Concepción Dancausa (PP) fue elegida como presidenta del Parlamento regional. Luego fueron necesarias dos votaciones para constatar que Simancas jamás iba a ser presidente, debido a las abstenciones de los tránsfugas socialistas, lo que motivó la convocatoria de unas nuevas elecciones que ganaría Esperanza Aguirre.
Lo que parecía una deserción a última hora de dos simples diputados —los motivos ocultos para traicionar a Simancas dieron entonces a todo tipo de especulaciones— formaba parte de la estrategia de José Luis Balbás, líder de Renovadores por la base, una corriente socialista local que hizo méritos apoyando a José Luis Rodríguez Zapatero en el XXXV Congreso Federal del PSOE, lo que le valió al leonés la secretaría general del partido.
Habría que preguntarle a José Blanco si aquel giro traicionero del hombre del maletín, pues en el pasado se había alineado con los guerristas, influyó para que empotrasen en las listas de Rafael Simancas a cuatro balbases, incluidos Tamayo y Sáez, quienes a la postre permitirían que el PP amarrase la Comunidad tras el mandato de Alberto Ruiz Gallardón. Obviamente, lo del despiste era irónico, aunque en su día hasta el propio Zapatero no le dio la suficiente importancia que merecía a un escándalo vergonzoso.
No obstante, como en Madrid piensan que Madrid es el centro del universo —o sea, de sí mismo—, el tamayazo hoy es historia y metonimia, aunque en todas las regiones cuecen habas. Empezando por Asturias, donde el exministro aznarista Francisco Álvarez Cascos emprendió una campaña de descrédito contra dos concejales ovetenses que abandonaron Foro Asturias para ser ediles no adscritos, lo que llevó al PP a acusarlo de fomentar el transfuguismo por reclutar para su nuevo partido a antiguos militantes populares.
Donde las dan, las toman… Que se lo pregunten a Joaquín Leguina, quien pudo seguir gobernando la Comunidad de Madrid en 1989 después de la moción de censura de Ruiz Gallardón gracias a que el parlamentario Nicolás Piñeiro (PP) se abstuvo tras fundar una formación política con nombre de presidente del Consejo de Ministros. El Partido Regional Independiente de Madrid (PRIM) solo tenía un diputado, el tal Nicolás, quien apenas cosecharía un puñado de concejales en las siguientes elecciones municipales.
El caso es que Leguina también sería traicionado por Balbás, pues su corriente apoyó al guerrista Fernando Morán en las elecciones primarias para designar al candidato a la Alcaldía de Madrid en 1998, una derrota que se salió del guion, pues en la mayoría de las plazas resultaron vencedores los candidatos amparados por el aparato socialista. En este caso, no cabe hablar de transfuguismo, pero sí refleja cómo ha chaqueteado el líder de Renovadores por la Base, pues dos años después no avalaría a la guerrista Matilde Fernández como secretaria general del PSOE, sino al outsider Zapatero.
Volviendo al género más puro, tamayazos también fueron los que le dieron la Alcaldía de Benidorm a Eduardo Zaplana (PP) en 1991 —cortesía de la socialista Maruja Sánchez— o la Asamblea de Ceuta al gilista Antonio Sampietro en 1999 —Susana Bermúdez también había empuñado hasta entonces la rosa—. El flamante pero breve regidor pertenecía al partido con la sigla más personalista de la historia de España, GIL, que más allá del Grupo Independiente Liberal remitía a su fundador, el difunto presidente del Atleti y alcalde de Marbella, Jesús Gil. Con permiso, claro, del COR.CO.BA. de aquel rebotado del PP que encabezó el cartel de Coruñeses con Buenos Argumentos.
Si Fernando Rodríguez Corcoba no pasó de chaquetero, el aura numantina y quijotesca de Jesús Orgeira lo llevó a fundar el PINCE, un partido inspirado en su apodo, O Penzo. Lo hizo después de ser alcalde del PSOE en los ochenta, cuando trató de impedir la aprobación de una moción de censura presentada por sus propios compañeros encerrándose en su despacho, hasta que el gobernador civil amenazó con el desalojo. Entonces montó el Partido Independiente de Cerceda —municipio coruñés donde aplicó el fordismo con su máquina para producir filloas en serie— y se presentó a las elecciones con un eslogan que parecía concebido expresamente para la jornada de reflexión: E ti que pensas? Eu Penzo.
La hoja de ruta del transfuguismo nos lleva en 1993 hasta Aragón, donde Emilio Gomáriz (PP) desbancó con su voto a Emilio Eiroa (PAR) de la Presidencia de la región en favor del socialista José Marco Berges. Tamayazo fraternal, pues el Partido Aragonés gobernaba en coalición con el Partido Popular, socio de listas conjuntas en varias elecciones generales.
Poco importa que Gomáriz se hubiese trasladado meses antes al Grupo Mixto, porque es sabido que a los parlamentarios les cuesta despegarse del sillón. A saber: Mònica Oltra y Mireia Mollà cambiaron la chaqueta de EUPV por la de Iniciativa del Poble Valencià en 2007; José Domingo rompió el carné de Ciudadanos cuando los naranjas se aliaron con Libertas en 2009, pero permaneció en el Parlament como diputado no adscrito hasta que dejó la cosa pública; y el concejal David Gómez Villar tuvo que irse del PP en 2012, pero no se movió del salón del plenos.
Javier Pisonero debió salir escoltado del Ayuntamiento de Guillena cuando en 2015 permitió que el PSOE, incrustado en la casa consistorial de la localidad sevillana desde hacía más de treinta años, siguiese gobernando. Elegido como edil de Guillena Sí Se Puede, vendió a su único compañero y no pactó con IU y el PP para ventilar la corporación municipal, presidida desde la polémica investidura por Lorenzo Medina (PSOE).
La socialista Ana Belén Castejón hizo caso omiso de la dirección general de su partido y evitó en 2019 la investidura de José López Martinez, candidato del Movimiento Ciudadano de Cartagena y vencedor en las urnas. Su alianza con el Partido Popular y Ciudadanos le permitió ser alcaldesa durante dos años, aunque fue expulsada del PSOE junto a otros cinco ediles.
José Manuel Bermúdez Esparza volvió a ser alcalde de Santa Cruz de Tenerife en 2020 gracias a una moción de censura apoyada por Evelyn Alonso, concejala de Ciudadanos, que un año antes había desalojado a Coalición Canaria de un Ayuntamiento que había gobernado durante toda la democracia. El apoyo de Cs y de Unidas Podemos posibilitó que la socialista Patricia Hernández accediese a la Alcaldía, pero la primera mujer regidora de la ciudad en más de dos siglos solo sujetó el bastón de mando durante once meses. Evelyn Alonso continúa sentándose, como concejala no adscrita, en el salón de plenos.
Ni son todos los que están, ni están todos los que son, porque la omnipresencia de los tránsfugas y traidores nos llevaría a recorrer los pueblos y ciudades de España. Desde Boimorto (A Coruña), donde el socialista José Balado apoyó una moción de censura del PP que expulsó al BNG del poder en 2015, hasta Alicante, donde Nerea Belmonte (Guanyar Alacant) y Fernando Sepulcre (Ciudadanos) le brindaron la Alcaldía al popular Luis Barcala en 2018. Hoy ha tocado la Región de Murcia y mañana Dios —o cualquier otro judas— dirá.
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